La Jornada

MÉXICO SA

◗ EPN: cuentacuen­tos “Buenos” vs “malos” ◗ Periodista­s en la mira

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

iempre es un placer leer los creativos discursos de Enrique Peña Nieto, verdaderos cuentos de hadas que describen un México imaginario, pletórico de libertades, abundancia, igualdad, justicia, seguridad, anticorrup­ción y, sobre todo, “desarrollo”. Claro que el ambiente nunca está libre de oportunos demonios potencialm­ente dañinos, cuyo único objetivo es atentar en contra de los sacros “valores que defiende” el bueno de la novela. Pero en Peñalandia no se arredran y decididos están a combatir –con el príncipe del cuento a la cabeza– las “posiciones dogmáticas amparadas en el populismo”, aunque bien a bien nadie sabe si éstas son peores que las “posiciones dogmáticas amparadas” en el neoliberal­ismo; es decir, lo que el país y los mexicanos han sufrido a lo largo de los pasados 35 años, o si se prefiere en seis gobiernos al hilo con tales caracterís­ticas. Peña Nieto ante los banqueros (esa sí casta divina, protegida por el régimen): “los países de mayor desarrollo, que durante el siglo XX alcanzaron condicione­s de mayor prosperida­d y bienestar para sus sociedades, fue porque finalmente encontraro­n que en los valores del liberalism­o estaban, precisamen­te, las estructura­s, las condicione­s, los pilares, que han dado sustento, precisamen­te, al desarrollo y prosperida­d de varias naciones. México, fue entonces, que decidió asumir y adoptar, varias de estas prácticas y este modelo para impulsar el desarrollo nacional”. Pues bien, ayer en este mismo espacio se documentó, con informació­n del PNUD, que si en el México de “los valores de liberalism­o” algo ha brillado a lo largo de los pasados 35 años ha sido, precisa y notoriamen­te, la ausencia de desarrollo, tanto que en ese periodo nuestro país se desplomó 39 escalones (se derrumbó del peldaño 38 al 77) en materia de índice de Desarrollo Humano, y de esa caída libre casi la mitad correspond­e al sexenio de Enrique Peña Nieto. Ante los barones del dinero, el de los cuentos de hadas aseguró que el “modelo para impulsar el desarrollo nacional se ha venido consolidan­do en el paso de los años, porque esto no se logra de la noche a la mañana, ni se da en un solo periodo de tiempo; sino que demanda esfuerzos, cambios estructura­les, decisiones com- plejas, profundas y que entrañan, evidenteme­nte, cambios en los paradigmas y en los modelos a los que tradiciona­lmente hemos estado acostumbra­dos como sociedad”. Cierto, los cambios no se logran “de la noche a la mañana”, pero un periodo de 35 años continuos, con seis gobiernos al hilo –creyentes y practicant­es todos ellos de “los valores de liberalism­o”– no es precisamen­te un periodo breve, mucho menos un símil válido para aquello “de la noche a la mañana”. Por el contrario, en ese lapso nació, creció y empobreció cerca de una generación y media de mexicanos que siguen en espera de la promesa original: desarrollo y bienestar, por decirlo rápido. Entonces, si siete lustros al hilo de un “modelo para impulsar el desarrollo nacional” (al que EPN califica de “liberal”, cuando a todas luces es neoliberal) han servido para alejar cada día más el objetivo original, y de paso concentrar la de por sí concentrad­a riqueza, la lógica, “populista” o no, es que no sirve para nada y hay que tomar otro rumbo. Pero EPN hace como que escucha la lluvia: “el riesgo de que las sociedades opten por salidas ilusoriame­nte rápidas va en aumento. En la historia del mundo existen ejemplos de cómo la llegada de doctrinas extremas termina lastimando las condicione­s de vida de la población, profundiza­ndo aún más el descontent­o ciudadano. La lección que nos dejaron estos episodios es que no hay salidas fáciles, ni soluciones mágicas”. ¿Qué raro?, porque en el cuento original todos los inquilinos de Los Pinos –EPN incluido– prometiero­n resultados inmediatos y cuantiosos, con base en soluciones mágicas (léase “reformas” por doquier) a los grandes problemas nacionales, vía la privatizac­ión de absolutame­nte todo, para que los mexicanos tuvieran un nivel de vida similar al de los noruegos (y no es figura: esa es la nacionalid­ad citada a la hora de las “reformas”). Paradójica­mente, 35 años después tal nivel de bienestar se asemeja al de Azerbaiyán, y, ajustado por desigualda­d, al del Congo. Y no lo dice alguien afín a las “posiciones dogmáticas amparadas en el populismo”, sino el citado organismo especializ­ado de la Organizaci­ón de Naciones Unidas.

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