MÉXICO SA
◗ EPN: cuentacuentos “Buenos” vs “malos” ◗ Periodistas en la mira
iempre es un placer leer los creativos discursos de Enrique Peña Nieto, verdaderos cuentos de hadas que describen un México imaginario, pletórico de libertades, abundancia, igualdad, justicia, seguridad, anticorrupción y, sobre todo, “desarrollo”. Claro que el ambiente nunca está libre de oportunos demonios potencialmente dañinos, cuyo único objetivo es atentar en contra de los sacros “valores que defiende” el bueno de la novela. Pero en Peñalandia no se arredran y decididos están a combatir –con el príncipe del cuento a la cabeza– las “posiciones dogmáticas amparadas en el populismo”, aunque bien a bien nadie sabe si éstas son peores que las “posiciones dogmáticas amparadas” en el neoliberalismo; es decir, lo que el país y los mexicanos han sufrido a lo largo de los pasados 35 años, o si se prefiere en seis gobiernos al hilo con tales características. Peña Nieto ante los banqueros (esa sí casta divina, protegida por el régimen): “los países de mayor desarrollo, que durante el siglo XX alcanzaron condiciones de mayor prosperidad y bienestar para sus sociedades, fue porque finalmente encontraron que en los valores del liberalismo estaban, precisamente, las estructuras, las condiciones, los pilares, que han dado sustento, precisamente, al desarrollo y prosperidad de varias naciones. México, fue entonces, que decidió asumir y adoptar, varias de estas prácticas y este modelo para impulsar el desarrollo nacional”. Pues bien, ayer en este mismo espacio se documentó, con información del PNUD, que si en el México de “los valores de liberalismo” algo ha brillado a lo largo de los pasados 35 años ha sido, precisa y notoriamente, la ausencia de desarrollo, tanto que en ese periodo nuestro país se desplomó 39 escalones (se derrumbó del peldaño 38 al 77) en materia de índice de Desarrollo Humano, y de esa caída libre casi la mitad corresponde al sexenio de Enrique Peña Nieto. Ante los barones del dinero, el de los cuentos de hadas aseguró que el “modelo para impulsar el desarrollo nacional se ha venido consolidando en el paso de los años, porque esto no se logra de la noche a la mañana, ni se da en un solo periodo de tiempo; sino que demanda esfuerzos, cambios estructurales, decisiones com- plejas, profundas y que entrañan, evidentemente, cambios en los paradigmas y en los modelos a los que tradicionalmente hemos estado acostumbrados como sociedad”. Cierto, los cambios no se logran “de la noche a la mañana”, pero un periodo de 35 años continuos, con seis gobiernos al hilo –creyentes y practicantes todos ellos de “los valores de liberalismo”– no es precisamente un periodo breve, mucho menos un símil válido para aquello “de la noche a la mañana”. Por el contrario, en ese lapso nació, creció y empobreció cerca de una generación y media de mexicanos que siguen en espera de la promesa original: desarrollo y bienestar, por decirlo rápido. Entonces, si siete lustros al hilo de un “modelo para impulsar el desarrollo nacional” (al que EPN califica de “liberal”, cuando a todas luces es neoliberal) han servido para alejar cada día más el objetivo original, y de paso concentrar la de por sí concentrada riqueza, la lógica, “populista” o no, es que no sirve para nada y hay que tomar otro rumbo. Pero EPN hace como que escucha la lluvia: “el riesgo de que las sociedades opten por salidas ilusoriamente rápidas va en aumento. En la historia del mundo existen ejemplos de cómo la llegada de doctrinas extremas termina lastimando las condiciones de vida de la población, profundizando aún más el descontento ciudadano. La lección que nos dejaron estos episodios es que no hay salidas fáciles, ni soluciones mágicas”. ¿Qué raro?, porque en el cuento original todos los inquilinos de Los Pinos –EPN incluido– prometieron resultados inmediatos y cuantiosos, con base en soluciones mágicas (léase “reformas” por doquier) a los grandes problemas nacionales, vía la privatización de absolutamente todo, para que los mexicanos tuvieran un nivel de vida similar al de los noruegos (y no es figura: esa es la nacionalidad citada a la hora de las “reformas”). Paradójicamente, 35 años después tal nivel de bienestar se asemeja al de Azerbaiyán, y, ajustado por desigualdad, al del Congo. Y no lo dice alguien afín a las “posiciones dogmáticas amparadas en el populismo”, sino el citado organismo especializado de la Organización de Naciones Unidas.