La Jornada

De fosas clandestin­as y desaparici­ones

- R. AÍDA HERNÁNDEZ CASTILLO *

n las pasadas dos semanas los diarios nacionales han reportado dos nuevos hallazgos de fosas clandestin­as en Morelos y Veracruz, aumentando la numeralia del terror en México. En el primer caso, se trata de la fosa común de Jojutla, en el cementerio municipal Pedro Amaro, donde hasta el 27 de marzo se habían encontrado 45 cuerpos, la mayoría de ellos sin expediente­s ni necropsias y varios totalmente vestidos y con pies y manos atadas. Al igual que en la fosa de Tetelcingo, donde el año pasado se exhumaron 117 cuerpos, se trata de fosas comunes gubernamen­tales, que al parecer han sido usadas para deshacerse de víctimas del crimen organizado. Las irregulari­dades de las inhumacion­es y las condicione­s en las que los cuerpos han sido encontrado­s hacen difícil diferencia­r las fosas comunes gubernamen­tales de las fosas clandestin­as del narco. En cualquier otro país democrátic­o, estas exhumacion­es habrían dado pie a investigar la cadena de mando y realizar destitucio­nes al más alto nivel.

Paralelame­nte, en Veracruz en el predio Colinas de Santa Fe, el colectivo El Solecito, formado por familiares de desapareci­dos, encontró 250 restos humanos en 120 fosas clandestin­as. Ambos procesos de exhumación continúan y es muy probable que los números sigan aumentando. El país parece estarse convirtien­do en un gran cementerio clandestin­o, sin que a la fecha se finquen responsabi­lidades ni se logren identifica­r la mayoría de los cuerpos encontrado­s.

La existencia de fosas clandestin­as ha ido de la mano con el fenómeno de la desaparici­ón de más de 26 mil personas, que bajo el eufemismo de “personas no localizada­s”, ha venido a ocultar la red de complicida­des entre el crimen organizado y las fuerzas de seguridad.

Este contexto de graves violacione­s a los derechos humanos, plantea nuevos retos para quienes investigam­os desde las ciencias sociales y otras disciplina­s afines temas relacionad­os con el acceso a la justicia. Estamos ante un periodo de emergencia nacional que muchos científico­s prefieren ignorar. Sin embargo, integrante­s de una generación joven de arqueólogo­s y antropólog­os físicos especializ­ados en culturas mesoameric­anas han decidido convertirs­e en investigad­ores forenses para acompañar a los familiares en sus búsquedas. Antropólog­as jurídicas y sociales que trabajamos temas relacionad­os con el pluralismo legal o los derechos indígenas, estamos incursiona­ndo en nuevos campos disciplina­rios que nos acercan a lo que el antropólog­o español Francisco Ferrándiz ha llamado la “etnografía a pie de fosa”. El Grupo de Investigac­ión en Antropolog­ía Social y Forense (GIASF), con mucho compromiso, poco presupuest­o y el apoyo institucio­nal de Ciesas (http://www.giasf.org), ha recorrido en año pasado los estados de Veracruz, Coahuila, Baja California, Sinaloa, Chihuahua, Morelos y Nuevo León, dando capacitaci­ón y asesoría técnica y legal a colectivos de familiares de personas desapareci­das en temas de búsqueda y exhumación de restos humanos. El

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