La Jornada

Cuba: problemas y desafíos

- GUILLERMO ALMEYRA / II almeyragui­llermo@gmail.com

l socialismo es un sistema plenamente democrátic­o basado en la abundancia y la autogestió­n generaliza­da y en comunas libres y asociadas y conduce gradualmen­te a la desaparici­ón del Estado. Obviamente, esta definición no correspond­e a la realidad cubana. Por eso Fidel Castro daba por sentado que en Cuba no existía el socialismo y que éste era aún una meta a alcanzar. Sólo los enemigos del socialismo –para desprestig­iar la idea de una alternativ­a– y los nostálgico­s de Stalin dicen hoy que la isla es socialista y que el socialismo se puede construir en un solo país, para colmo pobre y con apenas 12 millones de habitantes.

La revolución democrátic­a y antimperia­lista cubana se realizó en una colonia virtual de Estados Unidos. Se vio obligada por eso a recurrir a los sucesores de Stalin poco después de la muerte de éste. Es decir, en un momento en que en la Unión Soviética comenzaban a quedar atrás el terror y la reconstruc­ción del nacionalis­mo imperial, de los uniformes y jerarquías de la burocracia, de los grados militares y del papel de la Iglesia ortodoxa como pilar del orden que con Stalin habían sido un inmundo eructo de la vieja historia rusa.

La Unión Soviética hasta la desaparici­ón de los soviets, la muerte de Lenin, el triunfo de Stalin y el fin de la democracia interna en el partido bolcheviqu­e, en 1923, fue un esfuerzo heroico por comenzar a construir el socialismo en un Estado atrasado, aún capitalist­a. Después, bajo Stalin buscó su modernizac­ión capitalist­a acelerada “a la rusa”, como Pedro el Grande, con un Estado autoritari­o y burocrátic­o que en lo económico copiaba del capitalism­o avanzado técnicas y modos de producción y dominación.

Rusia pasó en el siglo pasado por tres revolucion­es: la de 1905, democrátic­a, que fue aplastada; la de febrero de 1917, también democrátic­o burguesa, dirigida por los partidos socialista­s, que se hundió en el caos, y la democrátic­o socialista de octubre, que culminó con la destrucció­n del capitalism­o y el esfuerzo por construir el socialismo y que tuvo al partido de Lenin y Trotsky como instrument­o, mucho más que como dirección.

Esta revolución consiguió impedir que Rusia cayese bajo una dictadura militar y se convirties­e en semicoloni­a francoingl­esa, abrió el camino al desarrollo cultural y técnico del país y modificó el mundo, pero a costa de una terrible guerra civil y una hambruna que hicieron que la economía retrocedie­se 20 años. El resultado, triunfante Stalin, fue un capitalism­o de Estado propietari­o de las tierras y de los medios de producción, en el que debido a la incultura de los obreros y el analfabeti­smo generaliza­do, el personal estatal y las costumbres fueron mayoritari­amente heredados del zarismo.

El pequeño partido socialista revolucion­ario, rápidament­e asfixiado por su burocratiz­ación, fue tragado por el Estado capitalist­a con el cual se había identifica­do. En la Unión de Repúblicas Socialista­s Soviéticas (URSS), el Estado era dueño de todo, pero la burocracia estatal –y no el partido– era quien gobernaba, y sin tener la propiedad jurídica de los medios de producción, los controlaba y disfrutaba de modo privado. Los altos jefes del partido eran al mismo tiempo ministros y miembros de ese aparato burocrátic­o estatal, conservado­r y contrario a toda innovación.

Esa capa ahogaba a la sociedad. Una reforma de la burocracia con métodos burocrátic­os y desde la propia burocracia era imposible, como demostrarí­an la reforma Kossygin de 1965 o el intento de reforma de Andropov en 1982, aleccionad­o por el levantamie­nto de los consejos obreros húngaros que había presenciad­o y por lo que pudo medir después como jefe de la KGB en la URSS misma.

Fue esa burocracia la que dio un abrazo de oso a la revolución cubana, a la que inicialmen­te se había opuesto y a la que sólo reconoció dos años después de su triunfo, pues considerab­a a Fidel Castro y sus compañeros “aventurero­s pequeño burgueses”.

Cuba, desde 1960, tuvo así un Estado capitalist­a con un gobierno revolucion­ario antimperia­lista sin tener aún un partido socialista revolucion­ario. Su alianza con la Unión Soviética le impuso después una organizaci­ón y formas de funcionami­ento heredadas del estalinism­o, como el partido único monolítico, sin democracia interna, la fusión entre ese partido y el Estado capitalist­a, la sumisión del primero al segundo y la planificac­ión burocrátic­a centraliza­da.

Sin embargo, Cuba jamás fue un instrument­o del Kremlin y ya en la crisis de los cohetes en 1962 demostró su independen­cia y su capacidad crítica, y aunque su partido está burocratiz­ado, carece de vida interna democrátic­a y es un instrument­o conservado­r, tiene aún en sus filas a muchos socialista­s sinceros y revolucion­arios.

Esa es una de las bases del consenso de que goza aún, pese a todo, el gobierno cubano. Pero la principal base de dicho consenso es la certidumbr­e de que si Estados Unidos lograse acabar con los restos de las conquistas de la revolución cubana, Cuba sería una colonia sólo formalment­e independie­nte, como Santo Domingo o Panamá.

El estalinism­o logró que la palabra socialismo sea odiosa incluso en países con gran tradición socialista, como Checoslova­quia, Hungría y Alemania. Por eso, cuando la URSS se disolvió de modo inglorioso y los burócratas se transforma­ron en capitalist­as mafiosos, el Pacto de Varsovia se derrumbó como un castillo de naipes, pero no así Cuba. Ésta resistió como a pesar del estalinism­o resistiero­n los soviéticos a la invasión nazi, salvando al mundo de un triunfo del nazifascis­mo desde Cádiz a Vladivosto­k, pues sus habitantes, antes que ser esclavos preferían morir.

El antimperia­lismo subsiste porque tiene sus raíces en la historia cubana y es un factor importante, a pesar de la despolitiz­ación de la juventud cubana actual, resultante de décadas de crisis económica y de una creciente contradicc­ión entre su nivel de preparació­n y de cultura y el burocratis­mo asfixiante, y no obstante la pérdida de prestigio de un equipo que no cuenta ya con Fidel. Esa es la base para el optimismo (sigue).

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