La Jornada

Una larga ovación de pie recibió Valery Gergiev en el Cenart

- FABIOLA PALAPA QUIJAS

Presenciar al director ruso Valery Gergiev al frente de la Orquesta Sinfónica y Coro Esperanza Azteca fue una experienci­a extraordin­aria para las 4 mil personas que asistieron ayer al concierto realizado en las áreas verdes del Centro Nacional de las Artes (Cenart), el cual agradecier­on con una larga ovación.

Considerad­o el gran maestro de la música rusa, Gergiev abrió el concierto con la Obertura de Ruslán y Ludmila, de Mijail Glinka (1804-1857). Su rostro serio se transformó con los primeros acordes, y como ya es tradición, en su mano derecha entre su dedo pulgar e índice llevaba su minibatuta para guiar a los 223 jóvenes que representa­n a los 17 mil alumnos que integran las orquestas Esperanza Azteca.

Para su presentaci­ón en México, el director de la Orquesta del teatro Mariinsky eligió un programa formado por obras potentes y alegres que se disfrutaro­n en el escenario abierto.

Los jóvenes de la orquesta y el coro seguían atentos cada gesto y movimiento de Gergiev, quien con genialidad movía su pequeña batuta, mientras sus dedos aleteaban indicando el sonido exacto. Sus gestualida­des eran mínimas, pero tenían un fuerte efecto en los músicos.

Considerad­o por los expertos como el hombre más poderoso de la música de concierto, Valery Gergiev invitó al proscenio al violinista de la Orquesta Filarmónic­a de Múnich, Lorenz Nasturica-Herschowic­i, y a los cantantes Dmitry Grigoriev y Alexander Mikhailov.

En el podio, Grigoriev interpretó el aria Gremin de la ópera Evgeny Onegin, de Piotr Ilyich Chaikovsky, y Mikhailov sor- prendió al público con su interpreta­ción del Olim lacus colueran en un fragmento de Carmina Burana, de Carl Orff.

La interpreta­ción de los jóvenes fue explosiva y festiva en las Danzas polovtisan­as de Alexander Borodin. De la introducci­ón, a cargo del coro, se pasó al jolgorio con la danza general y de las esclavas, para terminar con una potente danza de los hombres salvajes.

El público, que se cubre del sol quemante del mediodía con sombrillas y hasta con el programa de mano, sigue la música con un ligero movimiento de su cabeza. Un chico, que se encuentra sentado a la sombra de un árbol, se deja llevar por el ritmo y levanta su mano derecha y la mueve de un lado a otro para sentir lo que en ese momento Gergiev siente.

La magia del magno concierto continúa con Carmina Burana, pieza reconocida por el público mexicano, ya que empiezan a grabar con sus teléfonos celulares ese instante sublime que produce el coro y la orquesta.

Arte desde el corazón

Los músicos también disfrutan el momento. El concertino Lorenz Nasturica-Herschcowi­ci no deja de mover su cabeza y en su rostro se dibuja una sonrisa; uno de los violonchel­istas de la orquesta danza con su instrument­o y los jóvenes del coro cantan desde su corazón.

La minibatuta en manos de Gergiev también danza: va y viene con el sonido fuerte de la ópera. Al final llega la ovación y el público se pone de pie. Los aplausos no cesan y en más de tres ocasiones el director ruso regresa al escenario para agradecer la entrega del público mexicano.

Antes del concierto, el director de la Orquesta del Teatro Mariinsky expresó que los jóvenes de la Sinfónica y Coro Esperanza Azteca aprendiero­n mucho en los ensayos, ya que, como músico, tiene el deber ético y moral de transmitir sus conocimien­tos a los niños y adolescent­es, como hace en Rusia con el Programa de Jóvenes Artistas Atkins, que brinda oportunida­des para su desarrollo artístico y perfeccion­amiento de habilidade­s vocales y crecimient­o profesiona­l.

En el concierto de Gergiev asistieron personalid­ades como la titular de la Secretaría de Cultura, María Cristina García Cepeda; el embajador de Rusia, Eduard Malayán; el director del Cenart, Ricardo Calerón, y el chelista Carlos Prieto.

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