Noche de perros
MAR DE HISTORIAS
l entrar en el departamento Selma ve a Roberto y Celia de pie a mitad de la sala. Por su expresión preocupada adivina que la están esperando. Molesta, arroja su mochila a un sillón:
–Sí, ya sé que están furiosos porque se me hizo tarde. No fue mi culpa. Ethel me pidió que la acompañara a su casa para que sus hermanos vieran que estaba conmigo y no con su novio. –El silencio de sus padres acentúa su impaciencia. –De acuerdo, debí llamarlos, pero no pude: se le acabó el tiempo a mi celular.
Roberto le entrega un papel y le ordena leer el mensaje que contiene.
–¿Es para mí? –Selma se queda viendo las letras escritas con plumiles de distintos colores. –¿Quién me mandó esto?
–¡Que leas te estoy diciendo! –exclama Roberto.
–Oquei, oquei, pero no me grites. “Si quieren ver de nuebo a... –Se interrumpe: –Nuevo con be grande. Creí que se escribía con be chica.
– Selma, sigue leyendo: es importante; si no, no te lo pediríamos.
–Ay, mamá, ¿qué les pasa? Están como locos. –Condescendiente, reinicia la lectura: –“Si quieren ver de nuebo a su peluche dejen tres mil varos detráz de los tinacos antes de las onse.” No entiendo. ¿Es una broma o qué?
– Ojalá... –murmura Celia llevándose la mano a la frente. –Secuestraron al Dandy.
–Pero quién, cómo, ¿qué onda? –Selma mira horrorizada el mensaje: –¿Mi hermano Érik ya lo sabe?
–No. En la tarde, cuando ha- bló para decirme que estaba feliz con su abuela y que mañana regresa de Cuautla con su tío Joel, aún no había sucedido... –Cierra los ojos e implora: – Diosito santo, no permitas que le pase nada malo al Dandy.
–Papá: ¿crees que los secuestradores sean capaces de matarlo?
–Si no se tocan el corazón para asesinar personas, ¿crees que va importarles hacerlo con un perro? –Roberto recupera el mensaje: –Tenemos que entregarles el dinero. No hay de otra.
II
–¿Y de dónde vamos a sacarlo, Roberto? Con lo que tenía pagué el gas. –Celia adivina un reproche en la mirada de su hija: –Eran cuatrocientos pesos. Con eso no alcanzaríamos a pagar lo del rescate.
–¿Y si le pedimos a mi tío Vicente que nos preste el dinero? Él de seguro tiene.
–Sí, hija, pero él vive hasta Chicoloapan. En ir y regresar hacemos por lo menos tres horas y ya no alcanzaríamos a entregarlo a tiempo. –Celia inclina la cabeza: –Nunca pensé que viviríamos esto. Por todas partes hay violencia. La gente se ha vuelto tan desalmada, tan inhumana. Sólo Dios sabe adónde iremos a parar.
–Cálmate, mi amor. Voy al cajero que está en el súper – dice solemne Roberto.
–En la mañana, cuando te pedí para darle al Chato lo de la compostura del refri, me dijiste que no tenías ni un centavo.