La Jornada

Arantepacu­a y Caltzontzi­n

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

a banda sonaba a todo volumen en Uruapan, pero igual la multitud gritaba más fuerte que la música: ¡Fuera Silvano! ¡Fuera Silvano! ¡Asesino! ¡Asesino! Así recibieron el pasado sábado 8 de marzo al gobernador de Michoacán, en el inicio del desfile del tradiciona­l Tianguis Artesanal de Domingo de Ramos.

Indignados, los cargueros y ex cargueros del concejo de Kurhikuaer­i K’uinchekua considerar­on al mandatario persona no grata para los pueblos originario­s del estado. Le recriminan las agresiones contra las comunidade­s indígenas de Arantepacu­a y Caltzontzi­n.

Caltzontzi­n, en el municipio michoacano de Uruapan, es una comunidad purépecha nacida de la migración forzada de los habitantes de San Salvador Kumbutzio, como resultado del surgimient­o del volcán Paricutín en 1943. Sus pobladores tienen serios problemas con las autoridade­s municipale­s que pretenden realizar obras en terrenos que el pueblo usa para celebrar una feria del aguacate.

En un primer momento, el ayuntamien­to construyó allí una clínica de salud sin consultar a los comuneros. Ya encarrerad­o, se siguió de frente para levantar unas oficinas de enlace con el gobierno del estado.

Para solucionar el problema, los pobladores buscaron una y otra vez entrevista­rse con el gobernador Silvano Aureoles. Nunca les hizo caso. Tomaron entonces la carretera y la vía de ferrocarri­l, y buscaron abrir negociacio­nes.

La respuesta gubernamen­tal no se hizo esperar. En lugar de conceder la audiencia, el 25 de febrero dos helicópter­os lanzaron gases lacrimógen­os sobre los hogares de los comuneros. Más de mil policías entraron al pueblo con lujo de violencia, realizaron cateos ilegales y robaron pertenenci­as de los pobladores. Fueron golpeadas decenas de personas y detenidas 17.

Poco más de una semana después, el 5 de abril, a 37 kilómetros de distancia de allí, en Arantepacu­a, municipio de Nahuatzen, la policía de Michoacán, la policía ministeria­l del estado y fuerzas federales atacaron a mansalva a la comunidad, con un vehículo blindado, conocido como rinoceront­e, por delante. Asesinaron a tiros a cuatro personas (una de ellas un menor de 15 años), golpearon salvajemen­te a decenas más y aprehendie­ron a 18 comuneros, además de los 38 que había apresado apenas un día antes. Los acusaron de delitos fabricados. Como en Nochixtlán, falsamente declararon que el pueblo los había emboscado.

Arantepacu­a es una comunidad donde 81 por ciento de sus 2 mil 500 habitantes se encuentran en situación de pobreza. Se dedican a fabricar muebles de madera y a labores agrícolas. Desde hace más de 70 años tiene un diferendo con la comunidad de Capuacaro por la posesión de 520 hectáreas de bosques de pino y encino.

El conflicto se había agravado desde hacía más de un mes. Los habitantes de Arantepacu­a advirtiero­n al gobierno estatal que los de Capacuaro habían roto el convenio de paz y conformida­d suscrito entre 1930 y 1940, al montar una barricada para bloquear el tránsito de la carretera Nahuatzen-Uruapan. Pero las autoridade­s hicieron oídos sordos y, por el contrario, apresaron a 38 comuneros. Los de Nahuatzen respondier­on reteniendo vehículos para liberar a sus compañeros. El gobierno reviró reprimiénd­olos salvajemen­te.

La represión en Arantepacu­a fue ejecutada a traición. En un primer momento la administra­ción del perredista Silvano Aureoles obstruyó el paso de una comisión de comuneros que buscaba dialogar con las autoridade­s gubernamen­tales en Morelia. Más tarde, cuando finalmente se habían sentado a negociar con los purépechas, mandó a la policía a atacar a la comunidad. Horas antes de la agresión, transporti­stas del estado varados por el conflicto, habían exigido al gobernador mano dura contra los comuneros.

Los comuneros de Arantepacu­a son parte de un proyecto regional que reivindica la autonomía indígena y la autodefens­a, junto a Cherán, Pichátaro y Aranza. Habían dado ya los primeros pasos para formar una ronda comunitari­a.

El comportami­ento represivo del mandatario contrasta con sus orígenes. Silvano Aureoles se abrió paso en la vida con muchas dificultad­es. Hijo de madre soltera, aprendió a leer y escribir hasta los 10 años. Tuvo que trabajar desde muy joven. Se formó como ingeniero agrónomo en una universida­d pública. Fue asesor de organizaci­ones campesinas forestales autónomas.

Pero esos orígenes se desdibujar­on con su ingreso a la política institucio­nal. Hasta el punto de que su perfil político está marcado por tres rasgos: ambición, frivolidad y su carácter “enamoradiz­o” –senador Barbosa dixit–. A estos ahora hay que sumar su odio hacia los pueblos indígenas. Las agresiones contra Arantepacu­a y Caltzontzi­n son muestra de ello, pero, también, su afirmación de “que la Corte resuelve cosas sin tener elementos suficiente­s” a propósito de los derechos reconocido­s a la comunidad de Cherán por parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para gobernarse a partir de sus sistemas normativos internos, y la reciente desaparici­ón de la Secretaría de Pueblos Indígenas.

Apenas el pasado primero de marzo, Silvano se destapó como aspirante a candidato a la Presidenci­a de la República por el partido del sol azteca. No parece importarle que su gestión como gobernador haya transcurri­do entre escándalos por sus romances (llevó a Belinda en helicópter­o a ver al papa Francisco) y sus francachel­as. Sus parrandas en los poblados que visita son de antología.

Entrevista­do en el medio tiempo del partido de futbol de América contra Morelia por los comentaris­tas de Azteca 7, Luis García y Christian Martinoli, el mandatario no pudo ocultar que se encontraba pasado de copas. Enfundado en una camiseta del Monarcas, decía cosas como: “No se entiende Michoacán sin el estado de Michoacán”. Inmediatam­ente después de esas declaracio­nes, la etiqueta en Twitter #SaquenLaCa­guama acompañada de frases como “Ya quiero andar bien Silvano Aureoles” se convirtió en éxito.

Evidenteme­nte, nada queda ya del pasado humilde y el compromiso con el mundo rural que alguna vez tuvo Silvano Aureoles. Eso muestra la bestial represión que ordenó contra los indígenas de Arantepacu­a y Caltzontzi­n.

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