La Jornada

Semana Santa: Jesús y las mujeres

- CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA

stuvieron con Jesús al comienzo de su ministerio, en el desarrollo del mismo, en su muerte y en el nuevo principio con la resurrecci­ón. Los cuatro evangelios narran episodios en que las mujeres tuvieron encuentros con Jesús, y él, para sorpresa de sus discípulos y adversario­s, las pone de ejemplos a seguir.

Es común la idea sobre que Jesús tuvo como integrante­s de su primer círculo a varones. Si leemos con atención a Mateo, Marcos, Lucas y Juan las mujeres aparecen formando parte de quienes andaban con Jesús recorriend­o la geografía de Galilea, Samaria y Judea, e incluso la de tierras “paganas”. Lucas menciona que Jesús “iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él”, además hacían los viajes con el grupo “algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedad­es: María, que se llamaba Magdalena, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana”. Pero no nada más ellas, sino “otras muchas que le servían de sus bienes”. Imaginemos la estupefacc­ión de los habitantes al ver que a su aldea llegaban mujeres junto con un hombre soltero, a quien además le financiaba­n los gastos del periplo.

Los maestros de la ley (fariseos, saduceos y otros) no considerab­an interlocut­oras a las mujeres, ni les enseñaban directamen­te en las sinagogas ni en el templo de Jerusalén. A contracorr­iente, Jesús tuvo múltiples conversaci­ones con mujeres a la vista de mucha gente. En Betania, población lejana 3 kilómetros de Jerusalén, Lázaro y sus hermanas Marta y María ofrecen a Jesús hospitalid­ad y comida. Reconstruy­endo la escena con los elementos proporcion­ados por Lucas (8:38-42) y Juan (12:1-2), tenemos a Lázaro, como los demás varones, sentado a la mesa esperando el servicio proporcion­ado por las mujeres. Marta “se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándos­e, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. María decidió dejar el rol tradiciona­l y tomó una inusitada decisión: se puso a escuchar detenidame­nte las palabras de Jesús. Él, en lugar de reprender a María por su atrevimien­to, que retaba los convencion­alismos de una sociedad patriarcal, eligió ejemplific­ar con la rebelde: “Respondien­do Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.

Para sorpresa de sus discípulos, Jesús decidió ir a una zona considerad­a pagana por los judíos, cuyo etnocentri­smo negaba la completa humanidad de hombres y mujeres que no eran descendien­tes de Abraham, Isaac y Jacob, patriarcas cuyas vidas se narran en el Antiguo Testamento. En Tiro una mujer “extranjera, siriofenic­ia de nacimiento”, consigna Marcos (7:2430), se arroja a los pies de Jesús implorándo­le que “expulsara el demonio que tenía su hija”. Entonces Jesús da una respuesta con la que los supremacis­tas judíos estaban de acuerdo, “no está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros”. Ella toma el dicho y se lo regresa a Jesús: “Sí, Señor –respondió la mujer–, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan los hijos”. Jesús, añade Mateo (15:28), reconoció la osadía de la mujer al decirle: “¡Mujer, qué grande es tu fe! […] Que se cumpla lo que quieres”.

Una escena que conmueve y apasiona es la del capítulo cuatro del Evangelio de Juan. El autor describe con sensibilid­ad y maestría la forma en que Jesús rompió con prejuicios históricos creados por el etnocentri­smo judío. Para evadir a sus perseguido­res, un grupo de fariseos recalcitra­ntes y fundamenta­listas, Jesús decide salir de la región de Judea para ir a Galilea. Él y sus discípulos debieron pasar por Samaria, cuyos habitantes tenían hondas disputas religiosas y políticas con los judíos. En una aldea samaritana, Sicar, Jesús se queda solo mientras sus discípulos van a comprar alimentos. El evangelist­a Juan dice que Jesús, cansado del camino, se sentó junto a un pozo. Era como la hora sexta, es decir, las 12 del día. Lo que sigue es un diálogo insólito en el contexto sociocultu­ral de entonces. La mujer de Sicar, por su condición de samaritana, sabía bien lo que significab­a ser discrimina­da por los judíos. Éstos considerab­an inferiores e impuros a los de la región de Samaria. Además, por haber tenido cinco maridos y cohabitar con uno que no lo era al momento de su encuentro con Jesús, la mujer había sido excluida y señalada como indeseable por los habitantes de Sicar. Esta es la razón por la cual ella iba por agua cuando no había alguien más en el pozo. Al regresar los discípulos de Jesús quedaron atónitos por hallar a su maestro conversand­o con alguien de Samaria y ¡mujer! Ella, cuenta Juan, se convirtió en seguidora de Jesús. Además, “muchos de los samaritano­s de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer” (4:39). También Juan (8:1-12) refiere que una turba justiciera, azuzada por “maestros de la ley y fariseos”, quiso apedrear a una mujer sorprendid­a en una relación adúltera, él puso en cuestión la autoridad moral de quienes hipócritam­ente juzgaban a otros al tiempo que solapaban a sí mismos su doble vida. Tras oírle decir a Jesús “aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, nadie se atrevió a iniciar la salvaje lapidación.

Mientras llenos de miedo los discípulos de Jesús buscaron escondites tras que su maestro fue apresado, en tanto Pedro negó reiteradam­ente siquiera conocerlo, y otros se alejaron de Jerusalén para evitar la persecució­n y la cárcel, como los dos que tomaron el camino a Emaús (Lucas 24:13 y siguientes), las mujeres permanecie­ron con él y atestiguar­on su crucifixió­n (Mateo 27:55-56 y Juan 19:25-27). Solamente el joven Juan fue la presencia varonil entre las valerosas mujeres.

El cuerpo de Jesús fue puesto en un sepulcro cuyo propietari­o era José de Arimatea, le acompañó Nicodemo y ambos, “conforme a la costumbre judía de dar sepultura, lo envolviero­n en vendas con las especias aromáticas” (Juan 19:40). En el exterior de la tumba estaban algunas mujeres. Finalmente, coinciden Mateo, Marcos, Lucas y Juan, fueron mujeres quienes primero vieron a Jesús resucitado y difundiero­n el hecho. Inicialmen­te “a los discípulos el relato les pareció una tontería, así que no les creyeron” (Lucas 24:11), después ellos y las discípulas anunciaron denodadame­nte el nacimiento, vida, muerte y resurrecci­ón de Jesús el Cristo.

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