La Jornada

En el nombre del padre

- SERGIO RAMÍREZ

sta semana recién pasada hemos celebrado en San Salvador una jornada que viene a ser un preámbulo de Centroamér­ica Cuenta, el encuentro internacio­nal de escritores que tendremos por quinta vez en Managua en mayo de este año. A esta primera jornada la hemos llamado En el nombre del padre, y sus fundamento­s vale la pena contarlos.

En el encuentro de hace dos años tuvimos en Managua a los escritores colombiano­s Héctor Abad Faciolince y Juan Gabriel Vásquez, y una tarde, después de almorzar juntos, me tocó llevarlos a una entrevista con Carlos Fernando Chamorro, quien conduce el programa independie­nte de televisión Esta Semana.

En las paredes de la oficina de Carlos Fernando hay fotos de su padre, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, asesinado el 10 de enero de 1978 en una calle solitaria de las ruinas de Managua, devastada tras el terremoto de 1972. Viajaba siempre al volante de su auto, sin ninguna escolta, a pesar de ser el enemigo número uno marcado por la dictadura de la familia Somoza, y unos sicarios le cortaron el paso y lo mataron a escopetazo­s. Ese asesinato encendió la chispa que haría posible el triunfo de la revolución al año siguiente, y el derrocamie­nto del asesino intelectua­l de Pedro Joaquín, el propio Anastasio Somoza.

Héctor recorrió las paredes, mirando cuidadosam­ente aquellas fotos. Estaba en la oficina de un hermano de sangre. Su padre, Héctor Abad Gómez, médico, profesor universita­rio, defensor apasionado de los derechos humanos, fue asesinado en las calles de Medellín, por órdenes del jefe paramilita­r Carlos Castaño, el 25 de agosto de 1987.

Su muerte, como el mismo Héctor dice, no provocó una revolución; fue un asesinato entre miles durante aquel periodo terrible de la historia de Colombia. Pero sí dio pie a su formidable libro El olvido que seremos, que busca fijar en su propia memoria, y en la de los demás, la historia de aquel médico que pagó con la vida su tarea humanista de defender y proteger a las víctimas de la violencia y la represión, cuando la guerra sucia estaba instalada en las calles de Medellín.

Carlos Fernando pudo ver el cadáver de su padre egún Spinoza, miedo acribillad­o de perdigones, en la morgue del hospital de Managua. Héctor corrió junto con su madre al lugar del crimen al saber la noticia de que habían abatido al suyo, y alcanzó a retirar de uno de sus bolsillos un papelito donde había copiado a mano un soneto de Jorge Luis Borges que empieza: “ya somos el olvido que seremos…”. Ahora este poema sirve como epitafio en su tumba.

Héctor le pidió entonces a Carlos Fernando que le contara cómo habían matado a su padre, y Carlos Fernando le hizo la narración. Escuchaba ávido, volvía a preguntar. Uno quiere saber siempre los detalles, nos dijo. Como en un espejo ensangrent­ado, la historia que Carlos Fernando le contaba, reflejaba la suya propia. Eran hermanos de sangre.

En la mesa inaugural de la jornada que organizamo­s en San Salvador, y que me tocó moderar, sumamos a un tercer hermano de sangre, Alejandro Poma, para un diálogo entre los tres. Su padre, el empresario Roberto Poma, fue secuestrad­o el 27 de enero de 1977, en un operativo organizado por el Ejército Revolucion­ario del Pueblo (ERP), una de las facciones de la guerrilla salvadoreñ­a, cuando estaba por estallar la guerra civil.

Herido durante el secuestro, murió en cautiverio, y aun así sus captores siguieron adelante las negociacio­nes con su familia para el cobro del rescate, que fue pagado. Casi dos meses después, fue descubiert­o el sitio donde había sido enterrado su cadáver.

En una de sus intervenci­ones durante la mesa, frente a un público variado y nutrido, Alejandro dijo que cuando asesinaron a su padre apenas tenía cuatro años,

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico