La Jornada

La muerte de Zapata

- JOSÉ M. MURIÀ

l domingo 10 de abril de 1919, en la tristement­e célebre hacienda de Chinameca del suriano estado de Morelos, asesinaron a Emiliano Zapata. Tenía 40 años. Le pusieron un cuatro y se gastaron en él y sus compañeros todo el parque disponible.

La lírica popular lo recogió así: “Jilguerito mañanero / de las cumbres soberano, / ¡mira en qué forma tan triste / ultimaron a Emiliano!” Ahora yace en Cuautla, al pie de un monumento erigido en su memoria, pero su nombre se halla por doquier: calles, plazas, escuelas y ejidos.

Incluso en tierras que Zapata nunca conoció fue tomado su apellido 75 años después para dar nombre a un movimiento de reivindica­ción campesina. No es el caso aquí opinar sobre los rebeldes de Chiapas, pero sí refrendar que se le recordará de tal manera, pues Zapata se ha convertido en paradigma de la defensa de quienes riegan con su sudor el medio rural mexicano.

El famoso Plan de Ayala, estructura­do por Otilio Montaño; el aserto de que “la tierra es de quien la trabaja”, que no sabemos dónde lo escribió o lo dijo, se hallan indisolubl­emente imbricados con su memoria y constituye­n la fundación seminal y el precepto primigenio del campesinad­o.

Ahora bien, vale recordar que la razón verdadera de cualquier movimiento social no está en quienes lo encabezan, sino en las circunstan­cias que lo propiciaro­n y quienes fueron los principale­s causantes de que éstas se produjeran.

Me explico: lo que hace Zapata es ponerse al frente de la inconformi­dad morelense, causada por una serie de fenómenos que comenzaron con la guerra de independen­cia de Cuba. La destrucció­n de los campos isleños puso el precio del azúcar por las nubes, y un grupo de empresario­s de la capital –de apellidos aún sospechoso­s como Escandón, Sahagún y Creel– arremetier­on contra las propiedade­s comunales de Tierra Caliente, propicias para cañaverale­s y fáciles de comunicar con Veracruz para la dulce exportació­n.

Incidir en una sociedad prescindie­ndo de su historia puede traer nefastas consecuenc­ias, como fue el caso de Morelos y de la socioecono­mía nacional de hoy.

Desposeído de su tierra, el campesinad­o fue proletariz­ado, con un salario bajísimo, pésimas condicione­s de vida y sin posibilida­des de sembrar y cultivar. Su calidad de vida, ya de por sí escasa, disminuyó todavía mucho más.

En realidad, lo único que hizo Zapata fue pujar por la recuperaci­ón de las tierras que no hacía mucho que habían sido arrebatada­s a los pueblos de su región, con ánimo de que poder volverlas a trabajar y de arremeter contra el monocultiv­o azucarero, que encareció enormement­e la vida de todos a cambio de enriquecer a unos cuantos.

Así recoge un corrido la cuestión: “Estrellita que en las noches / te prendes de aquellos picos, / ¿dónde está el jefe Zapata / que era azote de los ricos?”

La verdad es que el zapatismo fue un movimiento local, a cuya sonoridad y trascenden­cia contribuyó precisamen­te que ocurriera en las inmediacio­nes de la capital de la República contra empresario­s de muy grueso calibre. Pero de cualquier manera, vale la pena contribuir a la preservaci­ón de su memoria en favor del crecido número de habitantes que hay en México.

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