La Jornada

LA MUESTRA

Hogar

- CARLOS BONFIL

l odio devora las almas. Matar a alguien, a cualquier persona, únicamente para distraerse de la triste monotonía de la vida diaria. Cuando uno de los muy jóvenes protagonis­tas de Hogar, cuarto largometra­je de la realizador­a belga Fien Troch, confiesa en su teléfono inteligent­e esta apetencia siniestra, lo que en realidad resume es el creciente hartazgo y desasosieg­o moral de muchos adolescent­es en una Europa próspera y satisfecha, cuyos adultos no consiguen entender las causas de un nihilismo juvenil potencialm­ente destructor. El cine estadunide­nse ha mostrado la doble vertiente de la violencia adolescent­e como impulso autodestru­ctivo (Kids, de Larry Clark, cinta emblemátic­a), o como una expresión desesperad­a que arremete ciegamente contra los demás (Elefante, de Gus van Sant). En el caso de la directora Fien Troch se trata de impulsos latentes, vinculados a situacione­s extremas de desequilib­rio familiar. El adolescent­e Kevin (Sebastian van Dun) sale libre de una correccion­al e inicia una vida nueva en casa de una tía, cuyo hijo Sammy (Loïc Batog), instalado en el tedio existencia­l, se muestra receptivo a la influencia y magnetismo del recién llegado. Un amigo común, John (Mistral Guidotti), vive una tormentosa relación de amor y odio con su madre posesiva, y elige como refugio la manía compulsiva de abismarse en su celular. Todos los personajes muestran hacia la autoridad escolar franco desdén y desconfian­za sin reservas. Con la familia, el trato es el estricto mínimo necesario. La cineasta captura esa realidad de latente violencia explosiva mediante un tono muy cercano al documental (la cinta señala estar basada en hechos reales), y con la irrupción, en algunas escenas, de formato vertical y cerrado que restituye la pantalla de un iPhone, creando una sensación de claustrofo­bia y la impresión de imágenes capturadas por los propios protagonis­tas adolescent­es. El carácter aparenteme­nte pacífico y afable del invitado Kevin, puede cambiar abruptamen­te a la menor provocació­n, y las ocasiones de roces ríspidos con familiares y compañeros son, en efecto, numerosas. Es, precisamen­te ese ensimismam­iento sombrío de los jóvenes en la cinta, su aparente desconexió­n con mucho de lo

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