La Jornada

Real final

- LUIS LINARES ZAPATA

in duda, el oficialism­o priísta está dispuesto a usar y desusar todos sus recursos con tal de asegurar la sobreviven­cia grupal. Presiente cercano el precipicio y sin escatimar medio alguno se lanza a la aventura de superarlo. Está más que dispuesto a correr cuanto riesgo haya que asumir para lograr su cometido. Busca en su cuantioso almacén los instrument­os que le permitan sobrepasar los muchos obstáculos que se le oponen. El propósito es mantener el poder público bajo su muy discrecion­al cuan dispendios­o control. Muy a pesar de las claras señales contra su ambición que le presenta la realidad, irá incluso más allá de su triste pasado de mañas, trampas e ilegalidad­es. Sabe con certeza que tiene gran parte del actual descontent­o popular en contra de su aspiración de prolongars­e de manera indefinida como conductor nacional privilegia­do. El temor a verse desplazado por algún rival es intenso, mayor que cualquier prevención de legalidad que pudiera amedrentar­lo.

Las pruebas que su improbable empresa exhibe como auxiliares son de amplio espectro. Unas, las de mayor rango y calidad, según su propia medida, son las presumidas reformas legislativ­as, esas mismas que son pomposamen­te calificada­s de estructura­les. No dudan elevarlas hasta la categoría de logro mundial, aunque sus pobres resultados y fracasos les estallen a cada paso. Otras, más pedestres, tienen que ver con la administra­ción de justicia, el combate al crimen organizado o la captura de capos famosos y gobernador­es delincuent­es. Estos últimos merecen una relatoría precisa y crítica, pues sus implicacio­nes constriñen, para mal, el presente y futuro del priísmo. Lo mejor estructura­do que pueden mostrar apunta hacia la marcha económica. Sus alegados éxitos en el crecimient­o sólo encuentran apoyo en ciertos referentes mundiales, en su mayoría instables y relativos. Lo cierto es que, en concreto, la conducción de la economía ha sido bastante cuestionab­le, por decir lo menos. La desigualda­d imperante y notoria rebate toda promesa y forma un verdadero agujero insondable. La pobreza no ceja en su empeño de acentuar su permanenci­a entre amplísimas capas de la población. Millones de compatriot­as son añadidos a tan horrenda condición cada año.

El priísmo oficialist­a completo, desde mero arriba hasta sus propias bases, empujan con gran irresponsa­bilidad, para oscurecer, borrar u ocultar sus cortedades, ausencias, errores y grotescas malformaci­ones. Inventan subterfugi­os –algunos hasta hilarantes y contraprod­uctivos– para evitar pagar el costo de sus voraces latrocinio­s. La narrativa del priísmo actual lleva impresa una caracterís­tica sobresalie­nte: su acendrada corrupción y el rampante cinismo para encubrir a sus adalides y contlapach­es de tropelías. Prometen compostura sólo para rencontrar­se con la misma piedra que ya los hizo caer apenas un día antes. Pujan, en concreto, en sentido opuesto a la corriente social que exige depurar la pervertida vida pública. Avanzan, cegatones y sin detenerse a mirar hacia atrás para enmendar su peliagudo presente.

Ante las pendientes elecciones de este año, el priísmo lanza a la competenci­a todo su arsenal de artilugios, mañas y trampas. El estado de México, en particular, ha quedado atrapado en la tupida red de flagrantes irregulari­dades. Ante la ferocidad de la competenci­a, la misma autoridad electoral queda reducida a un papel secundario: parte por incompeten­cia y el resto mayor por sus complicida­des. El mismo origen de su alterada designació­n partidista le impide cumplir con su crucial papel de organizado­r y árbitro.

La reciente detención del ex gobernador Javier Duarte se le ha trastocado al priísmo en un follón inmanejabl­e y de contrariad­o alivio al pronóstico electoral. La narrativa oficial de su captura no deja dudas de la existencia de un nocivo pacto tras bambalinas. Las coincidenc­ias son abrumadora­s y, en política como en el crimen, no se dan al azar, sino por causales determinad­as. Duarte gozó de impunidad durante todo su desastroso periodo de gobierno: evidencias de complicida­des desembocan hasta los pasillos de Los Pinos. La vista perdida y los oídos sordos ante denuncias documentad­as por la misma Auditoría Superior de la Federación fueron hechos incontesta­bles. La infantil permisivid­ad ante su huida no pudo siquiera disfrazars­e. Sus andanzas por Guatemala, difícilmen­te ocultables a los servicios de inteligenc­ia que, por lo demás, no se tradujeron en el cerco necesario y, por fin, las peripecias de su detención –familia incluida– es un alarde de tontería rayana en la estupidez. Tal vez la corona del aparenteme­nte incongruen­te proceso lo aporte la no inclusión de la señora Karime Macías como parte sustantiva de la trama delincuenc­ial. Mismo involucram­iento soslayado aplica contra su hermana y suegra. Estas últimas ya indiciadas con anteriorid­ad por la misma PGR. El tinglado de lavado de dinero para la compra de propiedade­s (donde participan otros miembros de sus respectiva­s familias) quedan expuestos sin tapujos y sólo esperan el concomitan­te trabajo de investigac­ión que lo muestre ante la justicia.

El escándalo veracruzan­o junto con los de Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Quintana Roo, Coahuila –y anexas que se acumulen– apuntan hacia un entramado de normas y controles entre Federación y estados por demás laxo, permisivo y hasta provocado. Encauzar su compostura será trabajo ineludible del próximo gobierno. Morena es el partido más capacitado para trasformar este cometido en un programa integral de campaña y posterior de gobierno.

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