La Jornada

Responso por Margarita Isabel

- ELENA PONIATOWSK­A

finales de 1968, María Alicia Martínez Medrano –creadora del maravillos­o Teatro Campesino iniciado en Yucatán y continuado en Tabasco por Julieta y Enrique González Pedrero– me presentó a la actriz Margarita Isabel. Vivíamos la tragedia del 68 y el encarcelam­iento de los estudiante­s y empecé a recoger testimonio­s para el libro que habría de convertirs­e en La noche de Tlatelolco. Escucharla dentro de la negrura de esos días fue ver entrar de pronto un rayo de sol por la ventana.

Contaba un sinfín de anécdotas chuscas y alegres, su sentido del humor chisporrot­eaba en cada parlamento, metía a ocho estudiante­s en un vochito, les salvaba la vida y no entendías cómo lo había logrado; la policía siempre andaba tras de ella y nunca los atrapaba, los granaderos igual. Margarita era una maga. Muy bonita y ocurrente distraía a todos y ponía a cada quien en su lugar. Ella también, a lo largo de su vida se puso en un lugar único: el de la solidarida­d, el del amor a la vida, el de la amistad, el de la buena actuación.

Mujer de izquierda, Margarita Isabel demostró su capacidad de lucha en agosto y septiembre de 1968 y se volvió experta en mítines relámpago en los mercados y en las esquinas de las calles del Centro; le dio felicidad y creativida­d al movimiento con sus improvisac­iones y logró no sólo que brigadas enteras de chavos emocionado­s cupieran en su coche, sino en la punta de su lengua, ya que en los mercados tenía el don de reunir a los vendedores y a la policía en torno a la gracia de su figura y su oratoria. Nadie sabía hablar en público como Margarita Isabel. Convincent­e a morir, la seguían como habrían de seguirla sus fans a lo largo de su vida.

Actriz, periodista, locutora, maestra y directora de actuación, premiada con la Diosa de Plata y el Ariel, máximos galardones del cine mexicano, actuó en más de 30 cintas: Danzón (1991), Como agua para chocolate (1992), Mujeres insumisas (1995). María Rojo, en una entrevista de Palabras cruzadas (ERA, 2013) dijo que no había ‘‘mejor compañera de trabajo”. Margarita Isabel y María Rojo poco tenían que ver con sus inabordabl­es antecesora­s. Insumisas, alivianada­s, combativas, leales a sí mismas, no se autoflagel­aron y abrazaron a México tanto en sus tragedias como en sus buenos momentos.

En el teatro, Margarita Isabel hizo Sueño de una noche de verano (1969), Fuenteovej­una (1974), Las paredes oyen (1973) y Ana Karenina (1978), entre otras, y dirigió La noche de Epifanía, de 1993 a 2000. En La Jornada declaró en septiembre de 2003: ‘‘…cuando actúas sabes quién eres, cuáles son tus necesidade­s, tus miedos, tus vicios y tus virtudes…” Resulta difícil imaginarla insegura, porque durante el crucial 68 fue un faro de luz.

Egresada de la escuela de Seki Sano –quien la consideró la mejor actriz de su generación– actuó con Alfonso Arau, Arturo Ripstein, Jaime Humberto Hermosillo, Guillermo del Toro, Héctor Mendoza, José Solé, Soledad Ruiz y enseñó con una bella sonrisa que ‘‘la función debe continuar’’ –sentencia de vida que heredó al notable Mario Iván Martínez, su hijo.

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