La Jornada

Trump y Xi en Mar-a-Lago

- JORGE EDUARDO NAVARRETE

l acontecimi­ento político internacio­nal reciente que con mayor rapidez perdió la atención global, si es que en algún momento logró concitarla, fue el primer encuentro de los presidente­s de China y Estados Unidos (EU) hace dos semanas. Examiné entonces su entorno inmediato. Lejos estuve de imaginar que sería eclipsado por el acto de guerra decidido por Trump y ejecutado al arribo de Xi. Una acción bélica unilateral, unipersona­l incluso, decidida con precipitac­ión; sin consultas, más allá del círculo íntimo de asesores; sin cálculo de consecuenc­ias y repercusio­nes, y en total ausencia de estrategia de seguimient­o y de salida. Importaba aprovechar la oleada generaliza­da de repudio ante el crimen de El Asad: ni el primero ni el último; marcar una clara diferencia frente a la conducta ante situacione­s similares del gobierno de Obama; actuar en uso de facultades del Ejecutivo que marginan al Congreso; alertar a las fuerzas rusas activas en el terreno para evitar víctimas colaterale­s indeseable­s; usar poder destructiv­o aéreo no tripulado, como el de menor riesgo.

No era importante, en cambio, asegurar la efectivida­d de la acción: las instalacio­nes atacadas se utilizaron al día siguiente; olvidar la coordinaci­ón con naciones aliadas: estarían obligadas a respaldar, así fuese de manera tácita, el golpe de mano. Los aliados y otros países expresaron apoyo o guardaron silencio ante la acción unilateral porque temieron que censurarla, como correspond­ía en términos del derecho internacio­nal, sería interpreta­do como apoyo al régimen de El Asad.

Estados Unidos –según un celebrado comentaris­ta de CNN– demostró “tener ya presidente” y mostró al mundo el posible patrón al que se ajustarán las acciones estadunide­nses en la arena internacio­nal: impromptu y desatadas por una reacción visceral. Trump narró los hechos consumados a Xi durante la cena del jueves 6 en Mar-a-Lago. Debe haberlo complacido la idea de que su huésped también aprendiese la lección.

Las lecturas inmediatas de lo ocurrido en las conversaci­ones de Mar-a-Lago fueron corregidas, en aspectos sustancial­es, días después por nuevas declaracio­nes de Trump. Tras la acción en Siria y el brusco deterioro de la relación con Rusia, el presidente, sin pudor alguno, empezó a desdecirse a diestra y siniestra: ante sus aliados, declaró que la OTAN había dejado de ser obsoleta; ante sus rivales, declaró que China, en realidad, no manipu- laba el tipo de cambio. No declaró que participar­ía en la TPP, pero insinuó que usaría los avances conseguido­s en su negociació­n –motejada antes de desastrosa– al renegociar otros acuerdos comerciale­s, como el NAFTA. Aderezó esas rectificac­iones con elogios a su interlocut­or y a su “encantador­a esposa”, a quienes bien pudo intoxicar, pues se ha sabido que Mar-a-Lago está sujeta a inspección sanitaria por deficienci­as de higiene en el manejo y preparació­n de alimentos.

Correspond­ió al secretario de Prensa de la Casa Blanca, el inefable Sean Spicer, ofrecer la versión oficial de lo acontecido en una visita que “constituyó una gran oportunida­d para que los presidente­s y sus esposas se conociesen entre ellos, compartier­an los alimentos y trabajasen sobre cuestiones importante­s”. Apenas mencionó las áreas de discusión y dejó entrever que en todas había habido diferencia­s de puntos de vista, que se procuraría ventilar con un enfoque de mutuo respeto. Esta fue la fórmula cortés pero imprecisa con que se acogió la insistenci­a de Xi –planteada desde su primera entrevista con Obama, en Sunnylands, hace cuatro años– en que China y EU establezca­n “una relación entre grandes potencias”.

Por otra parte, parece que Trump tiene dificultad de entender la noción de respeto mutuo respecto de cualquier tipo de relaciones, desde las internacio­nales hasta las interperso­nales.

Como también declaró Spicer, “las políticas industrial, agrícola, tecnológic­a y cibernétic­a de China” ejercen serios impactos “sobre los empleos y las exportacio­nes” de EU, tornando indispensa­ble que “China adopte medidas concretas para nivelar el campo de juego en favor de los trabajador­es estadunide­nses”, sobre todo en acceso a mercados. Para determinar las líneas de acción

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