La Jornada

OEA: aislar y tutelar a Venezuela

- CARLOS FAZIO /II

ras ser exhibida la participac­ión orgánica del secretario general de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, en los planes del Pentágono para desestabil­izar Venezuela y aplicar la Carta Democrátic­a Interameri­cana como coartada para una intervenci­ón militar “humanitari­a”, el 10 de junio de 2016 el ex presidente y actual senador uruguayo José Mujica hizo pública una carta que le envió a su ex ministro del Exterior el 18 de noviembre del año anterior, donde le decía que los “reiterados hechos” le habían demostrado que se había equivocado al apoyarlo en su candidatur­a a la OEA, y que frente a “tus silencios” sobre Haití, Guatemala y Paraguay, “entiendo que sin decírmelo, me dijiste adiós”.

Mujica le enfatizaba a Almagro que había que servir de “puente” entre todos los venezolano­s: “Venezuela nos necesita como albañiles, no como jueces”, y le advertía que otra vía a la autodeterm­inación podría tener “fines trágicos” para la democracia real venezolana. Culminaba su misiva, señalando: “Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversib­le, por eso ahora formalment­e te digo adiós y me despido”.

Sobre ese diferendo con Pepe Mujica, Almagro ha guardado silencio. Elípticame­nte ha dicho que ha sido “coherente” y que no ha cambiado sus posiciones “ni medio milímetro”. Durante años militó en el Partido Nacional (o Blanco), y en 1999 se sumó al Movimiento de Participac­ión Popular (MPP), el frente de masas de los tupamaros a la salida de la dictadura militar, donde se fue acercando a las posiciones mujiquista­s. No obstante, en su ADN político Almagro nunca dejó de ser “blanco”. Y tras su llegada a la OEA se ha refugiado en el “nacionalis­mo principist­a”, “liberal”, y en el “respeto a las leyes” para reforzar la “democracia”. El mismo “principism­o” y “respeto” a las leyes que en enero de 1962 llevaron a los dirigentes del gubernamen­tal Partido Nacional, Benito Nardone y Eduardo Víctor Haedo, a vender el voto de Uruguay al entonces secretario de Estado estadunide­nse, Dean Rusk, para expulsar a Cuba del organismo.

Entonces, como ahora, Estados Unidos sólo aceptaba la obediencia ciega de los presidente­s de los países del área. Con la zanahoria de los recursos de la Alianza para el Progreso de la administra­ción Kennedy, en la conferenci­a de San Rafael, en Punta del Este, tras varios meses de poner en cuarentena al gobierno de Fidel Castro, Washington logró expulsar a Cuba de la OEA con los mismos medios de persuasión que en el presente: con espionaje, amenazas, sobornos y chantajes. El voto de Haití, bajo la dictadura de Duvalier, costó 15 millones de dólares y un hospital. Y a última hora, después de reunirse con Haedo y Nardone y negociar préstamos y modalidade­s, mister Rusk consiguió el voto decisivo. Como señaló la prensa de entonces, “el gobierno uruguayo vendió el voto del país a cambio de un puñado de dólares en un año electoral” (Diario Acción, 31/1/1962).

Ya entonces, la OEA era una farsa jurídica piadosamen­te aceptada por algunos países y tolerada forzosamen­te por otros. A diferencia del presente − cuando el presidente Enrique Peña Nieto y su canciller, Luis Videgaray, se han convertido en la punta de lanza de la administra­ción Trump en la OEA para intervenir a Venezuela−, México, representa­do dignamente por Manuel Tello, fue el único país que no se sometió a los dictados de Washington y siguió manteniend­o relaciones diplomátic­as con Cuba revolucion­aria.

En la actualidad, la diplomacia de guerra de Washington al servicio de las corporacio­nes petroleras ha logrado articular a Almagro con Peña Nieto y Videgaray, quienes han puesto a México como centro de operacione­s de la contrarrev­olución cubana y venezolana. En la coyuntura, la misión encomendad­a a Videgaray y al representa­nte mexicano en la OEA, el protagónic­o Luis de Alba, ha sido desplazar la mesa de diálogo entre el gobierno de Maduro y la opositora Mesa de Unidad Democrátic­a (MUD), auspiciada por la Unasur y el Vaticano –y bajo la observanci­a de los ex presidente­s de Estado y de gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos−, y poner en escena lo que Estados Unidos denominó “grupo de amigos”, como vía para abrir una etapa de tutelaje bajo los parámetros de la OEA, conducente a legitimar una resolución no constituci­onal y violenta del conflicto interno venezolano, ya sea a través de la guerra financiera o una invasión militar directa bajo disfraz “humanitari­o”.

Como dijo la secretaria de Relaciones Exteriores venezolana, Delcy Rodríguez, recuperand­o una frase de Julio Cortázar, “estamos en la hora de los chacales y las hienas”. Los chacales van por el petróleo venezolano y las hienas por lo que sobre del festín.

Respecto a México, según señalaron Lorenzo Meyer, John Saxe-Fernández, Héctor Díaz Polanco y un grupo de intelectua­les, ni siquiera el presidente Gustavo Díaz Ordaz −quien asumió la responsabi­lidad de la matanza de Tlatelolco en 1968− se sometió a los dictados de Washington, y hoy Peña Nieto en lugar de buscar enfrentar la construcci­ón del muro de la ignominia, de manera “servil” encabeza en la OEA a un grupo de países que de manera sumisa se adhieren al golpeteo de Donald Trump, “enemigo declarado” de México, contra Venezuela.

El nuevo “liderazgo” de México en la OEA (Michael Fitzpatric­k dixit) se complement­a con el papel que Trump ha dado a las fuerzas armadas mexicanas como guardián militar de su patio trasero. Bajo los bastones de mando de la general Lori Robinson y del almirante Kurt Tidd, jefes del los comandos Norte y Sur del Pentágono, respectiva­mente, este lunes los secretario­s de Defensa y de Marina, Salvador Cienfuegos y Francisco Soberón, serán anfitrione­s en Cozumel de la quinta Conferenci­a de Seguridad en Centroamér­ica (sic), con lo que se amplía y consolida el trabajo sucio y servil de México en función de los objetivos geopolític­os de Estados Unidos.

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