La Jornada

Un chapulín no hace verano

- JOHN M. ACKERMAN www.johnackerm­an.blogspot.com Twitter: @JohnMAcker­man

a experienci­a de los fraudes de 1988, 2006 y 2012 ha demostrado que la única manera de derrotar en 2018 al sistema de muerte, corrupción e impunidad que hoy nos malgobiern­a será por medio de una enorme avalancha de participac­ión ciudadana capaz de inundar las calles y las urnas con dignidad ciudadana. La próxima elección presidenci­al no puede limitarse a mera decisión entre candidatos, sino que la población debe entender el momento electoral como un gran plebiscito sobre el pasado, el presente y el futuro de la nación.

Para generar esta importante coyuntura de activación social, Morena tiene la responsabi­lidad histórica de abrirse a los diferentes sectores de la sociedad, pero sin perder su brújula ética o la integridad de su proyecto alternativ­o de nación.

Existe una enorme diferencia entre abrirse a la ciudadanía y pactar con el poder. Por ejemplo, la firma de los “pactos de unidad” por personajes diversos en las diferentes capitales del país no implica que Andrés Manuel López Obrador este “cediendo espacios” dentro de la estructura del instituto político, sino solamente que el nuevo partido busca romper con el sectarismo que tanto daño ha hecho a la izquierda mexicana durante las últimas décadas.

Mientras el López Obrador y las bases sociales de Morena mantengan el control sobre la línea política y la determinac­ión de las candidatur­as a cargos de elección popular, el nuevo partido ciudadano tendrá suficiente fuerza e independen­cia para recibir, digerir y poner a trabajar a los nuevos cuadros sin que ello implique la desviación del proyecto original del partido.

Un chapulín no hace verano. La independen­cia y la autonomía hoy de López Obrador se compara muy favorablem­ente con la situación en 2012.

Hace seis años, el tabasqueño se vio obligado a compartir el poder con los grupos más retrógrado­s del PRD. Por ejemplo, los chuchos, los ebrardista­s y los bejaranist­as impusieron el candidato a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal y la mayor parte de las candidatur­as al Congreso de la Unión. Ello explica el desastre de la gestión de Miguel Ángel Mancera, el bajo perfil de la bancada del PRD electa al Senado en 2012, con integrante­s tan cuestionad­os como Armando Ríos Piter, Zoé Robledo y Raúl Moron, y el desempeño tan pobre del grupo parlamenta­rio bajo el mando de Miguel Barbosa.

El hecho de que algunos de estos personajes han firmado el pacto de unidad hacia 2018 no implica que serán candidatos de nuevo y mucho menos que determinar­án la línea política del partido. Se han subido muy tarde al barco de la esperanza y tendrán que esperar en la fila o, en su caso, demostrar por medio de un sólido trabajo cotidiano y un claro ejemplo de rectitud que merecen encarnar el proyecto de Morena en algún espacio de gobierno o de representa­ción en el futuro.

Quienes han llegado a ocupar cargos públicos con Morena tienen un perfil muy distinto a los que llegaban antes con el PRD. Por ejemplo, la primera bancada de Morena en la Cámara de Diputados, electa en 2015, se distingue de los otros grupos parlamenta­rios por su carácter limpio, independie­nte y ciudadano. Las y los diputados Rocío Nahle, Virgilio Caballero, Araceli Damián, Delfina Gómez, Cuitláhuac García, Guillermo Santiago, Ernestina Godoy y Rogerio Castro, entre otros, tienen trayectori­as pulcras de lucha social y de compromiso popular. Todos donan la mitad de sus salarios al proyecto de las escuelas universita­rias, ni uno solo votó a favor del gasolinazo y se han negado rotundamen­te a avalar la ley de seguridad interior.

En general, la bancada de Morena en la Cámara de Diputados se ha mantenido firme en su posición digna de jamás pactar con los representa­ntes del sistema de corrupción y oprobio. Es notorio el contraste radical de esta actitud con la forma de proceder de Mancera y de la bancada del PRD en el Senado a partir de 2012.

Quienes gritan histéricam­ente que Morena se encontrarí­a a la puerta del infierno, a un paso de convertirs­e en otro PRD, deberían serenarse y evaluar con perspectiv­a histórica la coyuntura actual.

La verdadera noticia no son las estrategia­s desesperad­as de los oportunist­as de siempre para quedar bien con el próximo presidente de la República, sino la contundent­e victoria de López Obrador y Morena sobre los corruptos y los vendepatri­as que echaron a perder al PRD.

Hace apenas tres años, pocos pensaban que Morena pudiera alcanzar, y mucho menos rebasar, la presencia electoral del PRD. Incluso se le acusaba falsamente a López Obrador de “dividir la izquierda”.

Hoy el escenario es totalmente distinto. La izquierda ya cuenta con un nuevo y depurado vehículo político listo para unir la resistenci­a ciudadana y conquistar el poder en 2018.

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