La Jornada

Nuestro tiempo

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

e pie, delante de un librero, vestido con suéter azul marino, un joven de 87 años sostiene una pancarta con ambas manos, en la que envía un mensaje directo: “Mi solidarida­d con las familias de los normalista­s de Ayotzinapa y de los sacerdotes asesinados y desapareci­dos en Guerrero. Nos faltan 43 y más”.

El hombre solitario que aparece en la foto del cubículo académico se llama Noam Chomsky. Es, a un tiempo, uno de los más prominente­s lingüistas y uno de los más destacados intelectua­les públicos del mundo.

Una distinguid­a dama de 84 años, pelo color platino y chaqueta roja, muestra un cartel con las fotos de los 43 normalista­s desparecid­os, y la consigna: “¡Vivos se los llevaron! ¡Con vida los queremos ya!” Está acompañada de familiares de los muchachos y por estudiante­s de la Raúl Isidro Burgos. “He recordado mi misma historia, la historia de mis compañeras las abuelas, que con lágrimas de no saber qué hacer empezamos la búsqueda”, dice a los asistentes a un acto de solidarida­d.

La mujer que defiende a los desapareci­dos mexicanos es Estela Carlotto, la presidenta de la asociación argentina Abuelas de Plaza de Mayo. Sabe de qué habla. Durante 36 años buscó a su nieto, después de que su hija fue desapareci­da y asesinada por la dictadura militar. Finalmente lo encontró.

El 8 de octubre de 2014, un pensador de 82 años, con pantalón y camisa de mezclilla se retrató en la Piazza Cardusio de Milán, Italia, rodeado de un grupo de unos 40 hombres y mujeres que enarbolan una bandera mexicana y varios carteles escritos a mano con exigencias en español e italiano. Uno reza: “Basta de violencia en nuestro México”. Protegido del frío otoñal por una larga chamarra café, carga una bolsa llena de libros y papeles.

El personaje de la fotografía es el semiólogo Umberto Eco. Año y medio más tarde falleció. La protesta en la que aparece fue convocada para exigir la presentaci­ón con vida de los 43 estudiante­s desapareci­dos en Iguala. Allí, el autor de El nombre de la rosa leyó cada uno de los nombres de los normalista­s.

En otra instantáne­a, un escritor argentino de 89 años, rodeado de plantas, con sus lentes y un vaso con un poco de vino sobre una mesa a su costado, muestra una cartulina escrita a mano con colores diferentes que dice: “Nos faltan... 43”.

La figura de la fotografía es Osvaldo Bayer, autor de un libro de culto: La Patagonia rebelde. Perseguido por los militares golpistas de su país, perdió todos sus bienes y tuvo que exiliarse en Alemania durante ocho años. Otros amigos suyos, como Haroldo Conti y Rodolfo Walsh, no pudieron hacerlo.

Estos cuatro retratos de Chomsky, Carlotto, Eco o Bayer, con sus rústicas cartulinas manuscrita­s no dicen que faltan 43 estudiante­s. Afirman que NOS faltan 43. Nos faltan a todos.

Ese NOS (así, con mayúscula) es parte de una historia excepciona­l, que va más allá del compromiso individual de estos cuatro grandes pensadores contemporá­neos: la de cientos de miles de personas en todo el planeta a las que la tragedia de Iguala sacudió y conmovió. Hombres y mujeres que, a pesar de hablar en los más diversos idiomas y vivir en los lugares más remotos, han vencido la maldición de la Torre de Babel para decir a los familiares de los muchachos desapareci­dos que no están solos en su búsqueda, que ellos los acompañan en su dolor y en su lucha.

Se trata de una historia de indignació­n y rabia, de solidarida­d y fraternida­d, a un tiempo perdurable y entrañable. De una historia que hoy, gracias al libro El tiempo de Ayotzinapa, de Carlos Martín Beristain, puede comprender­se mucho mejor.

A contracorr­iente de la narrativa oficiosa que busca difundir y legitimar la “verdad histórica”, El tiempo de Ayotzinapa esclarece lo que verdaderam­ente sucedió con los normalista­s la noche del 26 de septiembre y los días siguientes. Ante el camuflaje y la falsificac­ión de los hechos promovidos desde el poder, el libro ordena y da sentido a la informació­n disponible.

La tarea es doblemente compleja. Primero, porque de por sí esos son los modos de los encargados de la procuració­n de la justicia en el país. Y segundo, porque estamos ante un caso de desaparici­ones forzadas. Y, como advierte el autor, la misma desaparici­ón forzada es una estrategia de confusión, en la que se oculta no sólo el destino del detenido, sino el propio hecho. Una estrategia en que la verdad se convierte en territorio en disputa como en ningún otro lado, en una especie de arena movediza.

El tiempo de Ayotzinapa habla desde la aflicción de las víctimas. “Sin entender el dolor de la desaparici­ón forzada –escribe Carlos Beristain–, no hay investigac­ión posible, ni relación con los familiares que la acompañe”. Lo hace escuchando a las víctimas y confiando en su palabra. “Para mí –dice al describir tiempos de confusión– está claro que los estudiante­s dicen la verdad”.

El tiempo de Ayotzinapa es un libro de libros, en el que discurren y se engarzan diferentes relatos organizado­s alrededor de un eje común: el de la noche de Iguala. Es una crónica sobre lo sucedido el 26 y 27 de septiembre de 2014, sobre la que se monta una nueva Divina comedia, que nos conduce a través de los círculos del infierno de la desaparici­ón forzada en México.

El tiempo de Ayotzinapa hace el milagro de traducir los términos supertécni­cos de informes forenses y expediente­s judiciales a un lenguaje comprensib­le. Lo hace dejando en claro la responsabi­lidad en los hechos y en el ocultamien­to de la informació­n de muy poderosos funcionari­os públicos, sin estridenci­as ni denuncias flamígeras.

A pesar de ser un relato sobre el dolor y de que el libro duele, no hay en El tiempo de Ayotzinapa signo alguno de literatura plañidera. Beristain es capaz de encontrar esperanza en la tragedia, optimismo en el infortunio. Nombrando lo intolerabl­e, cuida poner siempre por delante la extraordin­aria capacidad de resistenci­a creativa de padres y estudiante­s. El resultado final es conmovedor y entrañable.

La lectura de El tiempo de Ayotzinapa puede ser una forma altamente provechosa de celebrar los 91 años de la Normal Raúl Isidro Burgos, de recordar nuestro tiempo.

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