A TOMÁS PÉREZ, A 27 AÑOS DE SU DESAPARICIÓN
El martes primero de mayo de 1990 saliste de casa y ya no te dejaron volver. Después de trabajar pasaste a ver a tu papá, quien estaba internado en la clínica de Mecapalapa. En la comunidad de Ameluca tomaste un refresco con don Herminio, sonreíste y bromeaste. Con doña Notilia compraste maíz, le dejaste pagado unos cuartillos de más, y seguiste camino. Seguro encontraste a más personas que volvían de sus milpas. Pero en la entrada del rancho San Juan te esperaban los sin corazón, las hordas caciquiles de la Asociación Ganadera de Pantepec, las mismas que el 2 de junio de 1982 masacraron a 26 campesinos en Rancho Nuevo.
Te persiguieron hasta bajarte de la yegua colorada. Tiraron tus cosas y te subieron a una camioneta. Enfilaron hacia el rancho Las Palmas, donde días antes retuvieron y torturaron a tus compañeros de La Sabana. Pasaron por el arroyo Ignacio Zaragoza cuando la gente llevaba a sus caballos a tomar agua, y alcanzaste a ver a tu ahijado Tomás. “¡Tocayo, me llevan!”, le gritaste. ¿A quién o quiénes te entregaron después? ¿A qué otros sitios te llevaron? ¿Quiénes más participaron? ¿En dónde te tienen?
Mi mamá y yo nos fuimos a vivir con mis abuelos, tus suegros y cuñados que siempre te recuerdan. Mamá tuvo que trabajar fuera de casa. Mi abuela Antonia me cuidó. Mis tíos y abuelo fueron a las reuniones y faenas, desde la primaria hasta el bachillerato. Mi abuela María del Pilar te buscó y esperó hasta el último aliento.
Aunque tuvimos miedo, logramos levantarnos para buscarte y denunciar tu desaparición. Estudié una carrera universitaria, como querías. Ahora tengo la edad que tenías cuando nací y tienes muchos sobrinos que sólo te conocen en fotografía, pero te quieren y extrañan igual que yo. Sobre todo, papá, ni tu nombre ni tu presencia se fueron al olvido. Estamos de pie y no dejaremos de recordarte, buscarte, añorarte y exigir por ti. ¡Hasta que la dignidad y la memoria se nos hagan costumbre! Con amor, Tu hijo que te escribe hoy y te quiere siempre.