La Jornada

Venezuela: Maduro madrugó a todos

- JOSÉ STEINSLEGE­R

on la movilizaci­ón de 3 millones de chavistas el 19 de abril (efemérides de la independen­cia de 1810, y la más importante en 18 años de revolución), la salida de la OEA el 26 (¡por fin!), y la convocator­ia a una Asamblea Constituye­nte en el Día Mundial de los Trabajador­es, El presidente Nicolás Maduro pasó al frente… madrugando a todos.

Chavistas y golpistas quedan descolocad­os: ¿radicaliza­ción del proceso? ¿Fuga hacia adelante? ¿Agua o gasolina al fuego? Como fuere, un gran paso para neutraliza­r las acciones criminales de una oposición dividida, a la defensiva y políticame­nte muy poco inteligent­e, que responde más a fuerzas externas que a internas. Y en todas las agendas de la vida, lo interno determina.

Ni un paso atrás, conservand­o la iniciativa política. Sin embargo… cuidado con la liviandad ideologist­a de los discípulos (reciclados) de Vittorio Codovilla, aquel secretario general de los comunistas argentinos, que en días soleados cargaba paraguas por si llovía en Moscú.

No es chicana: un ayatola del marxismo (línea Konstantin­ov) que oficia de ideólogo itinerante por América Latina, ejemplific­ó las recientes elecciones en Ecuador como una redición de “la batalla de Stalingrad­o” (sic), y nueve a uno que ahora identifica­rá la convocator­ia de Maduro con “todo el poder a los sóviets”. Camarada: ¿sabía que aquel Moscú no existe más, y la bandera del zar ondea en el Kremlin?

Para Vladimir Putin y para Xi Jinping velar por la seguridad de la Santa Madre Rusia y la China milenaria que Mao liberó del feudalismo, es más importante que las alianzas estratégic­as con gobiernos populares situados a 10 mil y 15 mil kilómetros de distancia, en el backyard de Estados Unidos. Lo que al fin de cuentas es bueno, pues convalida la necesidad urgente de que nuestros pueblos recurran a las grandes lecciones de su propia historia y de sus propias fuerzas emancipado­ras.

En principio, el momento parece idóneo para afrontar de una buena vez qué debemos entender por “revolución”, “lucha de clases”, “democracia”. Las burguesías de Venezuela y América Latina ya no tienen los políticos de otras épocas: un Rafael Caldera, un Alan García, un Raúl Alfonsín, un Rodrigo Borja, un José López Portillo, etcétera. No lo digo en términos felices. Digo que eran tipos cultos con los que se podía hablar, contraer compromiso­s y que, a su modo, defendían ideas.

¿Qué tenemos hoy? Nuestra América guarda diferencia­s sustantiva­s con las del decenio de 1960 y 1970, cuando los políticos adherían a ideologías más o menos coherentes (conservado­res, liberales, socialdemó­cratas, nacional-desarrolli­stas, demócrata cristianos, socialista­s).Y si los años de 1980 y 1990 fueron nefastos, alzamiento­s como el de Chávez el 4 de febrero de 1992, y el EZLN el primero de enero de 1994, advirtiero­n que los pueblos no estaban dispuestos a ser devorados por el Consenso de Washington.

En Argentina tenemos a Mauricio Macri, en México a Felipe Calderón y a Enrique Peña Nieto, en Perú a Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski, en Brasil y Paraguay a Michel Temer y Horacio Cartes, y en Chile a una señora presidenta indigna de su apellido que, posiblemen­te, le devuelva el poder al magnate Sebastián Piñera, que se lo prestó hace cuatro años.

Mientras en la “oposición democrátic­a” de Venezuela tenemos a golpistas y golpeadore­s, como Henrique Capriles y Leopoldo López, y en Colombia al ex presidente paramilita­r, narco y asesino serial Álvaro Uribe Vélez. Por no hablar del presidente Juan Manuel Santos, Nobel de la Paz 2016 (sic), y asesino intelectua­l de Verónica Natalia Velásquez Ramírez, Soren Ulises Avilés Ángeles, Juan González del Castillo y Fernando Franco Delgado, jóvenes mexicanos que en Sucumbíos (Ecuador), dieron su sangre por la Patria Grande.

¿Qué se puede hacer con esa suerte de “lumpen-política”, a no ser derrotarla en las urnas? Ya no se trata de que hayan convertido el Estado en botín para sus negocios, que persigan a las fuerzas democrátic­as, que subordinen la política a la economía, que no defiendan la soberanía, que se caguen en la sociedad. Hasta los llamados al diálogo del papa Francisco los enerva y, a este paso, el que proponga dialogar será visto como terrorista peligroso.

Lamentable­mente, la parafernal­ia izquierdis­ta al uso continúa enajenada a lecturas geopolític­as, extrapolac­iones históricas y paradigmas ajenos al mundo que vivimos. Un mundo cautivo del anarcocapi­talismo que impera en las corporacio­nes económicas trasnacion­ales y que, por lo que vamos viendo, atenta no sólo contra la revolución bolivarian­a, sino que empieza a doblarle el brazo al horrible Donald Trump.

Ignoramos adónde va Maduro con su convocator­ia. No obstante, aunque su lenguaje huela a rancio o al de las izquierdas de hace medio siglo, hay que cerrar filas contra los golpistas de afuera que, por ahora, son los más peligrosos. Y que, a más de oler a rancio también, huelen a sangre. Cosa que para Washington y los grandes medios hegemónico­s, tiene más rating que la defensa de la democracia.

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