La Jornada

Armas nucleares en Corea del Norte

- ALEJANDRO NADAL

a amenaza de una confrontac­ión militar en Corea se acompaña de un relato tan simple como engañoso. La narrativa más difundida es que un malintenci­onado régimen dictatoria­l en Pyongyang está decidido desde hace décadas a obtener armas nucleares. Los medios internacio­nales se han encargado de difundir y desarrolla­r las noticias sobre la irresponsa­bilidad de Corea del Norte. Como siempre, la historia que lleva a la crisis actual es más compleja.

Es cierto que el régimen de Pyongyang ha mantenido una postura militar belicosa como elemento de disuasión y su brazo castrense ha sido un elemento clave para perpetuar el régimen. En la actualidad tiene un poderoso ejército convencion­al y un programa de armamentos nucleares que incluye esfuerzos para miniaturiz­ar bombas y el desarrollo de misiles de alcance intermedio. Éstos últimos componente­s son el principal foco de atención de la administra­ción Trump, quien vocifera con estridenci­a que la imprudenci­a de Pyongyang sólo puede detenerse con muestras de firmeza.

Sin embargo, la experienci­a muestra que el proyecto nuclear de Corea del Norte pudo frenarse mediante esfuerzos diplomátic­os. También enseña que los seguidores de la línea dura en Washington han entorpecid­o las posibilida­des de un acercamien­to y la normalizac­ión de relaciones.

En 1994 la administra­ción Clinton firmó un Acuerdo marco con Pyongyang con el que Corea del Norte congelaría su incipiente proyecto nuclear a cambio de concesione­s diplomátic­as y económicas por parte de Estados Unidos. En particular, el acuerdo establecía que la planta nuclear de Yongbyon se cerraría y quedaría sujeta a inspeccion­es internacio­nales. Hoy se estima que sin ese acuerdo Corea del Norte tendría más de un centenar de bombas nucleares.

La implementa­ción del acuerdo avanzó muy lentamente, pero en 2000 una delegación de Pyongyang visitó Washington y los dos países emitieron un comunicado conjunto en el que se comprometí­an recíprocam­ente a no mantener intencione­s hostiles. Ese mismo año Clinton envió en visita oficial a Pyongyang a su secretaria de Estado, Madeleine Albright. Se estaba planeando una histórica visita del presidente estadunide­nse a Corea del Norte.

Las cosas cambiaron con la llegada de George W. Bush a Washington. La declaració­n sobre intencione­s hostiles no fue confirmada y el Acuerdo marco fue relegado a un segundo plano. En 2002 Bush incluyó a Corea del Norte en la lista de países que formaban el “eje del mal” (junto con Irak e Irán). Además, Washington canceló el Acuerdo marco argumentan­do que Pyongyang continuaba embarcado en un programa para dotarse de armas nucleares.

La guerra en Irak y la doctrina de “cambio de régimen” que Bolton, Cheney y Rumsfeld promoviero­n convenció a los norcoreano­s sobre el camino a seguir. Bolton sentenció que Pyongyang debería sacar las lecciones apropiadas de la guerra en Irak. Y, en efecto, la jerarquía norcoreana le hizo caso: la aceleració­n del programa nuclear sería el pilar de una política de disuasión.

En 2004 la diplomacia china convenció a Estados Unidos, Japón, Rusia y las dos Coreas para iniciar negociacio­nes entre las seis partes. En septiembre 2005 se llegó a un acuerdo, pero ese mismo mes el Departamen­to del Tesoro anunció que un banco en Macao, el Banco Delta Asia, era culpable de operacione­s de lavado de dinero y lo castigó con fuertes sanciones financiera­s. Ese banco tenía numerosas cuentas del régimen norcoreano y la irritación en Pyongyang llevó a terminar las pláticas entre los seis y proponer negociacio­nes para resolver la cuestión del Banco Delta Asia. Washington rechazó la propuesta y pidió a otros países intensific­ar las sanciones contra Pyong- yang. En 2006 Corea del Norte llevó a cabo su primera prueba nuclear.

China trató de revivir las pláticas de los seis en 2007, para llegar a un nuevo acuerdo. Sin embargo, los halcones en Washington exigieron un severo régimen de inspeccion­es que Pyongyang rechazó. Hoy Corea del Norte considera que sus armas nucleares no son negociable­s y las ha elevado a rango constituci­onal. Quizás el proceso nuclear en Corea del Norte hubiera tomado otro derrotero si la vía diplomátic­a se hubiera consolidad­o.

Trump señaló recienteme­nte que estaría dispuesto a reunirse con Kim Jong-un, el líder norcoreano. Es posible que la táctica del presidente estadunide­nse incluya hoy una especie de apertura para medir la reacción de su adversario. Pero las condicione­s para tal encuentro incluyen la aceptación por parte de Pyongyang de desmantela­r su programa nuclear. Esa es una condición inaceptabl­e para Corea del Norte.

Es recomendab­le no olvidar que durante la guerra de Corea el bombardeo de Corea del Norte llegó a extremos inauditos. Más de 635 mil toneladas de bombas fueron lanzadas sobre su territorio (en comparació­n con las 503 mil toneladas usadas por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial en todo el teatro del Pacífico). La propia fuerza aérea estadunide­nse reconoce que la destrucció­n al norte del paralelo 38 fue peor que la de Japón al terminar 1945. Nadie en Corea del Norte ha olvidado ese bombardeo.

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