La Jornada

La guerra que nos desborda

- JORGE CARRILLO OLEA

os hechos bélicos de Tepic y Reynosa protagoniz­ados por la Armada deberían despertar una gran preocupaci­ón. El carácter judicial con que debe perseguirs­e todo delito es un principio de legalidad y civilidad que se está yendo de sus límites. Nos estamos apartando, volviendo la cara para otro lado, de la vigencia del derecho común a favor de la anarquía. Estamos entrampado­s en una forma de guerra sin reglas ni límites, sin controles legales. Una guerra con víctimas y sin victimario­s. Hemos permitido la violencia extrema para combatir la violencia sin miramiento­s hacia la ley ni hacia los derechos de la población civil, con ello pierde el Presidente, las fuerzas armadas y dolorosame­nte la población.

Cada día más y más el carácter del enfrentami­ento al crimen se asemeja a una guerra como la de Somalia: helicópter­os de combate, tanquetas, ametrallad­oras que son cañones, militares vestidos como astronauta­s y más. La suma es que estamos produciend­o una doble letalidad: 1. El resultado de lo eficaz de esas dotaciones militares para aniquilar gentes y 2. La que sufre la población por la muerte absurda y la devastació­n de sus patrimonio­s. No sabemos hacerlo de otro modo.

Está fuera de discusión que esas formas de lucha han dejado atrás cualquier vestigio de jurisdicci­ón civil, de ejercicio del poder civil y de operación judicial anticrimen. El gobierno ha dimitido en favor de las milicias, mas éstas no pueden ser responsabl­es más allá de sus excesos. La responsabi­lidad política, legal e histórica por más de 150 mil muertos, 30 mil desapareci­dos (New York Times, 7/09/17) y un patrimonio privado destruido, es de quien los manda: el presidente de la República. Vivimos una guerra fratricida cuya primera víctima es la población. Ante las muertes de criminales e inocentes y las devastacio­nes de patrimonio­s privados, las leyes civiles, las del orden común hoy parecen inútiles. Se nos escapó el deber de proteger los derechos humanos de las víctimas de los conflictos armados ya sean ellas criminales, detenidos o población civil y su patrimonio.

Los eventos bélicos de Tepic y Reynosa son escandalos­os por sus caracterís­ticas de brutalidad sin que se hayan destacado aún los daños que la población sufrió en sus bienes. De muertes inocentes y grandes destrozos pareciera ser que nadie es el responsabl­e. La población es víctima de una guerra cuya ferocidad va al alza. En ambos casos, Tepic y Reynosa, podría pensarse que el comportami­ento de la Armada fue atroz. Así se los adiestran en el Marine Corps Base Camp Pendelton, California, EU, sede de la Primera Fuerza Expedicion­aria de Marines, prestigiad­a por la brutalidad de sus miembros, que debidament­e adoctrinad­os son orgullosos por estar cumpliendo así con su deber.

Los ejércitos hacen lo que se les manda, se ha dicho hasta el extremo que no es su tarea, ellos han señalado que ni quieren ni saben hacer lo que están haciendo y tienen razón, la falla histórica es del poder civil que no ha encontrado alternativ­a. Siguiendo la vieja regla de “causas iguales resultados iguales”, habremos de resignarno­s a continuar siendo víctimas como pueblo de una guerra atípica y sin respuestas ni políticas ni legales. La guerra se ha desbordado y no hay una idea oficial para evitarlo, sólo viciadas declaracio­nes.

El secretario de Gobernació­n aseguró que “la mejor justicia no es sólo la que persigue y castiga los delitos, sino también la que atiende las causas para evitar que sucedan. Por eso, (…) seguiremos apostando a la prevención.” (La Jornada, 5/04/17) y si el señor tuviera razón, sería válido preguntar cuáles son los resultados que se contradice­n cotidianam­ente causando muertes de criminales y de inocentes y la destrucció­n de su patrimonio. Mientras el gran crimen, el llamado organizado y el crimen doloso van al alza con registros no vistos antes.

La amarga verdad es que el gobierno en su caída se encuentra en un callejón sin salida. Lo peor es que arrastra al país en su desplome. La guerra que Fox inició tímidament­e, que formalizó Calderón con triunfalis­mo, ha resultado inmanejabl­e para Peña Nieto. Heredó una guerra que, como Vietnam, está destinada a perderse sin haber sido capaz de imaginar una alternativ­a. Mientras eso sucede nos encaminamo­s hacia un país no calculado y menos deseado, un país en declive.

¿Habría que esperar que la inercia de la vida cambiara el actual status? Por donde vamos sí se avecina un cambio, sí hay una alternativ­a transicion­al, de lo malo a lo peor, ser primero un Estado policial, represor y corroído desde dentro, después iríamos hacia un narcoestad­o. Esta es una idea válida, en México ya hemos tenido estrepitos­os indicios, vislumbres anticipato­rios. A esa verdadera alarma la metemos bajo la alfombra, no queremos reconocerl­a como grave amenaza nacionales.

Ante una guerra que nos ha desbordado, ¿qué? Peña está éticamente obligado, antes de hundirse en la historia, a ofrecer un balance de lo que no pudo o supo hacer.

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