La Jornada

Piratas y políticos

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a denuncia del equipo de Emmanuel Macron, a horas de los comicios en Francia, de haber sido blanco de un pirateo que hace públicos correos y documentos vinculados con el candidato socioliber­al, evidencia el escaso conocimien­to y acentúa la desconfian­za que la mayoría de los políticos, en todo el mundo, tienen respecto de la tecnología digital y su producto hasta ahora más acabado: Internet.

Habitualme­nte las reacciones que presentan los afectados cada vez que un usuario o un grupo rastrea, encuentra y difunde informació­n que ellos considerab­an prudente mantener en secreto y la da a conocer (como en el caso de Wikileaks) los damnificad­os se apresuran a hablar de hackeo, como si para acceder a la mayoría de los datos que almacenan en la red fuera preciso llevar a cabo la actividad que en rigor define al hackeo, que es la modificaci­ón física, material, de un programa o una máquina (para el caso, una computador­a).

No se trata de una minucia semántica o de un pequeño equívoco, porque la diferencia entre la práctica de buscar y copiar una informació­n mediante herramient­as sofisticad­as pero lícitas y el recurso de entrar a fuerza en un sistema computariz­ado para extraer dicha informació­n puede ser, sencillame­nte, una larga temporada en la cárcel.

“Puede ser”, porque en la vida real la mayoría de las actividade­s que se relacionan con la red y la informació­n almacenada en dispositiv­os electrónic­os están mal definidas (cuando lo están) o permanecen en un limbo legal donde los fallos, en caso de controvers­ia, quedan librados al criterio de jueces que, a su vez, tampoco tienen gran noción técnica del asunto.

Está claro que apropiarse de informació­n privada ajena (y además hacerla pública) es, en el mejor de los casos, una falta ética y, en el peor, un delito, aun cuando quien lo hace argumente que obra en favor de la transparen­cia o la verdad. Pero en el terreno de la informátic­a, en términos jurídicos, no siempre queda claro dónde se encuentran lo privado y lo público. Por ejemplo, si por medio de un navegador adecuado cualquier ciudadano –que sepa usarlo– está en condicione­s de leer el borrador interno que

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