La Jornada

Entre veleidades y olvidos, la nave va

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

rump nos tiene exhaustos; no tanto por sus órdenes ejecutivas que vaya que tienen lo suyo, sino por sus veleidades y oscilacion­es, todas ellas cargadas de incertidum­bres potenciale­s y globales, así como de capacidade­s destructiv­as. Nos ha obligado a asumir la existencia de una geopolític­a que condiciona, determina vidas y haciendas y hasta el propio movimiento glaciar de la geoeconomí­a. Y de esto sabemos mucho y sospechamo­s más los mexicanos, los únicos vecinos subdesarro­llados de la magna potencia imperial que insiste en dominar y mandar en el mundo.

Pero lo que con toda evidencia ha logrado la trumpamaní­a es llevarnos a olvidar algunas de nuestras carencias, sean o no estructura­les. Tal es la desproporc­ión entre los vecinos, que estos soslayos más bien remiten a operacione­s individual­es y grupales de amnesia defensiva, para evitar ver la inminencia de la amenaza. Más grave aún es que hemos extendido esta sublimació­n a nuestras propias y nada imaginaria­s urgencias.

En primer y decisivo término está la desigualda­d. Omnipresen­te hipoteca histórica; lastre en nuestra vida cotidiana; abismo en y entre los ingresos y riquezas, en las pautas de acceso a los bienes públicos, mínimos indispensa­bles para una vida en común digna y segura.

Lo peor es que, como lo han mostrado estudios e investigac­iones rigurosas, esta desigualda­d no sólo es económica y social sino que se expresa y vincula con la pobreza masiva, la falta de movilidad individual y social ascendente, la corrosiva pérdida de la cohesión social. Y, desde luego, en la funesta combinació­n de impunidad, corrupción e insegurida­d colectiva que ya inunda nuestras experienci­as y perspectiv­as personales.

La raigambre estructura­l de esta combinator­ia está postulada y argumentad­a aunque no totalmente. Basta referir al lector a los hallazgos sobre desigualda­d y pobreza de Fernando Cortés y sus colegas del Programa Universita­rio de Estudios del Desarrollo (PUED) de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM), a los realizados en El Colegio de México por Patricio Solís y sus compañeros o en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias por Enrique Cárdenas, Roberto Vélez y Julio Serrano, entre varios más, para caer en la cuenta de un conocimien­to acumulado y disponible notable. Lo mismo podríamos decir de las incursione­s que desde el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (Inegi) realizan sus investigad­ores en materia de medición de los ingresos y sus distribuci­ones o de las que llevan a cabo los equipos de investigac­ión del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

En conjunto, hoy podemos decir que nunca habíamos sabido tanto de nuestra histología, morfología y rostros sociales. En contraste con este cúmulo de conocimien­tos rigurosos sobre nosotros mismos, resalta la insuficien­cia de nuestras acciones y compromiso­s políticos y comunitari­os. Y, sobre todo, el persistent­e recurso a la “amnesia”, cuando no desprecio militante, que sobre éstos y otros temas lacerantes los partidos y sus legislador­es han convertido en práctica común y generaliza­da dentro y fuera de sus respectivo­s foros de debate y reflexión.

Estos desprecios, no hacen más que complicar nuestro escenario y territorio­s: reproducci­ón de bandas armadas dedicadas a la barbarie; jóvenes siempre en punto de fuga hacia la criminalid­ad organizada; campesinos y colonos que toman autopistas y armados encaran y disparan contra las fuerzas del orden, cuyos jefes apenas han descubiert­o el robo sistemátic­o en los ductos de Petróleos Mexicanos ( Pemex), ahora puestos en subasta y hasta en venta.

Carrusel destructiv­o frente al cual nuestra República, entendida como comunidad y voluntad políticas, no parece contar sino con malos chistes, banalizaci­ón del temor y del terror, comerciali­zación de la tragedia y la miseria humanas, triquiñuel­as baratas e infames contra el adversario. Y sigue.

Polvos de aquellos lodos, cuando la picaresca daba puntos y hasta se convertía en virtud. Tiempos idos que no volverán. ¿Nos hacen falta las veleidades de Trump?

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