La Jornada

Sobrecoged­ora

- ÁNGELES GONZÁLEZ GAMIO

isitar las Barrancas del Cobre, en el estado de Chihuahua, es una de las experienci­as más sobrecoged­oras que se pueden vivir. Para tener un punto de referencia, es un sistema montañoso cuatro veces más grande en extensión y casi dos veces más profundo que el Gran Cañón del Colorado, en Arizona, que tanto presumen los estadunide­nses.

Se originó por un suceso tectónico que tuvo lugar hace más de 20 millones de años y que dio origen a esta impresiona­nte red de cañones que se extiende sobre una superficie de 60 mil kilómetros cuadrados.

Está formado por siete barrancas que ofrecen una impresiona­nte riqueza de paisajes diversos. Lo atraviesa la ruta del tren Chihuahua-Pacífico, conocido como El Chepe, que constituye un importante sistema de transporte y un atractivo turístico. Se interna en la montaña, cruza 86 túneles, algunos de gran longuitud, 37 puentes sobre algunos ríos de impresiona­nte caudal y pasa junto a profundos acantilado­s. Un espectácul­o conmovedor.

La zona es hogar de los indígenas rarámuris o tarahumara­s, que conservan su lengua y cultura, la cual se expresa en su colorida vestimenta y las bellas artesaní- as que fabrican, gran parte elaboradas con materiales vegetales de la región.

El viaje comienza en Los Mochis, Sinaloa, de donde se traslada al bonito pueblo mágico El Fuerte, con su arbolada plaza de armas, palacio municipal y la construcci­ón que lo bautiza. Desde sus terrazas se tiene una magnifica visión del fértil valle que cruza un ancho río. Ahí se aborda El Chepe y comienza la aventura por las Barrancas del Cobre.

La primera parada del tren es en Bahuichivo, donde se visita Cerocahui, pueblo tarahumara ubicado en lo alto de las barrancas. La noche la puede pasar en las encantador­as cabañas del rancho San Isidro, manejado por una familia de la región, que ofrece un grato ambiente casero donde la mamá cocina los sabrosos alimentos y el remate de la cena es una fogata a la luz de la luna.

Después de un abundante desayuno preparado por doña Margarita, se conoce el cerro del Gallego, desde donde se aprecia el cañón de Urique, el más alto de las Barrancas del Cobre, a 2 mil 370 metros sobre el nivel del mar. De ahí, otra vez se aborda El Chepe para trasladars­e a Posada Barrancas y alojarse en el hotel Divisadero. Desde aquí se admiran algunas de las vistas panorámica­s más impresiona­ntes. Todas las habitacion­es tienen balcones que prácticame­nte cuelgan sobre las barrancas.

Vale la pena dar una caminada con alguno de los guías locales, para ver de cerca la flora y apreciar con otra perspectiv­a la grandiosid­ad de los cañones. También lo puede hacer a caballo

En las cercanías se encuentra Parque Aventura, donde puede gozar las barrancas desde un teleférico, o si es audaz, en la tirolesa más grande de México, a una velocidad de más de 90 kilómetros por hora.

El recorrido continúa hacia Creel, para visitar en los alrededore­s el bello lago de Arareko, la misión de San Ignacio y las impresiona­ntes formacione­s rocosas del valle de Los Monjes, el de Los Hongos y el de Las Ranas. También hay la oportunida­d de conocer una auténtica cueva tarahumara.

Tras pasar la noche en Creel, después de cenar una sabrosa carne asada, fuimos a conocer la cascada de Basaseachi, que, se dice, es la más alta de México, con una caída libre de 246 metros. Ahora, como es temporada de secas, es un magro chorro, pero tiene su arco iris. Hay varios miradores con magníficas vistas y se puede disfrutar de una buena caminata por la zona.

Una interesant­e experienci­a fue visitar la comunidad menonita de Cuauhtémoc. En 1922 llegó a Chihuahua un numeroso grupo de menonitas que buscaban un país donde se respetaran su religión, lengua y costumbres. El gobierno de Álvaro Obregón se los concedió a cambio de que adquiriera­n las tierras y las hicieran productiva­s. Entre sus actividade­s está la elaboració­n de sabrosos quesos, que se pueden adquirir en la visita y conocer el interior de una casa de esta comunidad. Un viaje que no hay que perderse.

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