Cosas de mamá
Recuerdo a mi madre sentada junto a la ventana, con un muestrario de hilos vela en la mesa y el retazo de cuadrillé cubriéndole las rodillas. Sobre esa tela le gustaba figurar letras o flores en punto de cruz. Sólo un bordado quedó inconcluso. Mi última conversación con ella, también. Ya no alcanzó a decirme a qué edad había conocido el mar.
III
En la cocina encontré una caja llena de vasos desiguales. De todos el más bonito era uno azul. Al verlo recordé la mañana lluviosa del sábado en que mi madre me pidió que la acompañara a El Ánfora. Necesitaba comprar un juego de agua porque, con motivo del l0 de mayo, iba a hacerle una comida a mi abuela.
Mientras mi madre comparaba precios y calidades, empezó a llover. A los muchos compradores que ya había se sumaron personas ansiosas de guarecerse. El aire en la tienda se volvió pesado, bochornoso. Mi aburrimiento y mi incomodidad eran indecibles. No entendía por qué mi madre se demoraba tanto en decidirse por un juego de agua. Al fin optó por el de vidrio azul.
Nada más lo usábamos en ocasiones especiales. A pesar de eso y de los cuidados, al cabo de poco tiempo fue disminuyendo el número de piezas hasta que nada más quedó un vaso. Lo conservé durante algunos años. Recién lavado, me gustaba verlo a contraluz. Eso era suficiente para recordar aquella mañana lluviosa en El Ánfora y la dicha infantil con que mi madre acomodó sobre la mesa el juego de agua.
El vaso terminó por romperse, pero no olvido su tono azul ni su transparencia. A través de ella sigo mirando una lluviosa mañana de mayo y, junto a mí, la silueta de mi madre. Gracia.