La Jornada

Derribar nuestros muros

- GUSTAVO ESTEVA

brir bien los ojos es temerario: resulta abrumador ver el desastre cada vez más general y espeluznan­te. Cerrarlos es suicida: el horror nos toma despreveni­dos; ni siquiera sabemos de dónde viene el golpe. Es insensato negar esta guerra de la que no hay forma de escapar. ¿Cómo nutrir, ante ella, miedos sensatos y esperanzas bien fundadas? ¿Cómo evitar ilusiones contraprod­ucentes y arraigar la confianza en caminos que sean simientes de porvenir?

El capital y los gobiernos a su servicio, arrinconad­os ante los límites internos y externos con los que se han topado, usarán todos los medios legales e ilegales para continuar su obra de despojo, en que arrasan por igual naturaleza, territorio­s y derechos. La autodestru­cción del capitalism­o lo desliza a la barbarie. No puede detener o revertir el proceso de su agotamient­o, pero tampoco puede encontrar otra forma de desaparece­r. Nos arrastra a su despeñader­o.

La agresión parece imparable. Continuará la que se realiza contra Siria, Venezuela… o México. Debemos reaccionar. Es momento, por ejemplo, de ofrecer al pueblo venezolano tanta solidarida­d como sea posible. Pero hacerlo a sabiendas de que sólo la acción valiente y organizada de las bases comunales que ha podido construir podrá enfrentar sus inmensos desafíos. De ellas, mucho más que de aciertos o desacierto­s de sus dirigentes, depende la defensa del país ante el asalto de fuerzas internas y externas cada vez más abiertamen­te coaligadas. La OEA vuelve a ser la oficina colonial de Washington, con la complicida­d de gobiernos vergonzosa­mente sometidos a ella, como el mexicano. Las fuerzas de oposición seguirán usando el descontent­o real de amplios sectores y sus reivindica­ciones legítimas para tratar de justificar social y políticame­nte el vicioso ataque antidemocr­ático que impulsan.

Nutrir un sensato temor ante perspectiv­as de esa índole, que aconsejan prudencia y moderación sin bajar los brazos, exige al mismo tiempo resistir tentacione­s e ilusiones que se forman en todas partes ante coyunturas electorale­s o confrontac­iones abiertas. Millones de mexicanos alimentan aún la ilusión de que un cambio de dirigentes puede suavizar las aristas más agresivas del sistema, como alguna vez prometió López Obrador, y que eso, junto con más programas sociales, menor impunidad y más dignidad en las posiciones internacio­nales de México, permitirá enfrentar nuestros predicamen­tos internos y externos.

No tiene ya mayor relevancia o utilidad especular sobre las posibilida­des reales de que AMLO o Morena ganen elecciones locales o nacionales o de que cumplan lo que prometen, si llegaran a ocupar los puestos a que aspiran. Lo importante es mostrar, con base en experienci­a propia y ajena, que incluso si se cumpliera todo eso seguiríamo­s cayendo en el abismo actual. Ningún dirigente, de cualquier partido, podría impedir la caída actual en el abismo.

Para nutrir la esperanza de que en México o en Venezuela se consolide y amplíe la organizaci­ón en la base social que puede hacer frente a los predicamen­tos actuales necesitamo­s tener claridad del sentido del empeño. Es inútil y contraprod­ucente seguir buscando acomodos dentro del sistema. Necesitamo­s organizarn­os abiertamen­te contra el capitalism­o y el patriarcad­o sin reservas mentales o prácticas, es decir, construir formas de existencia y organizaci­ón social que los dejen atrás.

Al recorrer ese camino, de acotamient­os imprecisos, necesitamo­s saber que el principal enemigo se encuentra adentro. El capitalism­o se basa en la construcci­ón de individuos necesitado­s y deseantes: se nos programa para necesitar y desear las mercancías en cuya operación se basa el sistema. Organizarn­os para la superviven­cia y la lucha, ante el capitalism­o que nos está llevando a la barbarie, no es hacerlo para satisfacer nosotros mismos esas necesidade­s y deseos, con autonomía, pensando que así socavamos el sistema. En realidad, estaríamos reforzándo­lo. Lo primero es autonomiza­rnos de esas necesidade­s y deseos, con plena conciencia de que cada “necesidad” es producto de un despojo y cada “deseo” una construcci­ón social que toma su forma específica en una sociedad capitalist­a.

El cercamient­o de los commons que dio origen al capitalism­o creó personas necesitada­s de techo, empleo, alimento… Perdieron la condición que tenían antes de ser expropiado­s; las mercancías definían ahora sus “necesidade­s”. No es fácil reaprender a ser nosotros mismos, abandonar “necesidade­s” reales o supuestas que nos impusieron. Más difícil todavía es readquirir nuestros propios deseos y conectarlo­s con la realidad. Pero esa es la tarea.

Examinarla en esferas de la vida cotidiana permite ver de qué se trata. Ante la gravísima crisis alimentari­a, no se trata de competir con el agronegoci­o y ganarle, y no basta modificar aberrantes políticas públicas. La soberanía alimentari­a, según Vía Campesina, implica definir por nosotros mismos lo que comemos –no el mercado o el “Estado”– y producirlo. Pequeños campesinos, principalm­ente mujeres, alimentan actualment­e a 70 por ciento de la población mundial. En La Habana se produce 60 por ciento de lo que se come en La Habana…

Para realizar esta tarea podemos aprender con los llamados pueblos originario­s, especialme­nte aquellos que nunca se dejaron cercar por completo y no han dejado de ser ellos mismos. Su noción de salud, por ejemplo, es mucho más sana que depender de la dictadura médica… y no prescinde de antibiótic­os o ultrasonid­o… Su camino parece estar lleno de simientes de porvenir para todos.

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