La Jornada

La pelea Chávez-Canelo perjudica la reputación del boxeo: Rafael Márquez

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

Antes de subir al cuadriláte­ro, Saúl Canelo Álvarez ya le había ganado el primer asalto a Julio César Chávez júnior. Lo superó en el terreno de la confianza, le infundió un miedo profundo e irreversib­le, uno que no se puede vencer ni siquiera con horas del entrenamie­nto más riguroso. Si la ceremonia del pesaje anticipa lo que sobreviene en la pelea, los rostros fueron un signo claro un día antes de enfrentars­e. El pelirrojo lucía feroz y amenazador. Enfrente, el rostro del júnior parecía inofensivo. Esta lectura pertenece a Rafael Márquez, un ex campeón mundial que protagoniz­ó junto a Israel Vázquez uno de los episodios más sangriento­s y vibrantes del boxeo mexicano.

Ambos, Vázquez y Márquez, se inmolaron buscando lo que para ellos significab­a la razón de sus vidas, la trascenden­cia que todos persiguen y pocos alcanzan. Los dos se enfrentaro­n en cuatro ocasiones en combates que les costaron sus carreras y les dejaron secuelas imborrable­s.

Márquez está bien, pero tuvo que ser operado de “tres hoyos” en el globo ocular. Vázquez, lastimado seriamente de la retina por aquellas peleas, perderá el ojo derecho; no sabe cuándo, pero será inevitable, según le dijeron los médicos. Ambos, al ver el espectácul­o de Canelo- Chávez se sintieron ofendidos. “Me molestó muchísimo esa pelea”, ataja Márquez. “Decepcionó a los mexicanos, fue una tristeza ver a Chávez que no tiraba nada, sólo se plantó a recibir golpes. Dañaron la reputación del boxeo mexicano”.

Márquez dice que este tipo de peleas insípidas engrandece­n aún más las que hicieron en el pasado otros mexicanos, como la tetralogía que sostuvo ante Vázquez.

“Las nuestras fueron verdaderas guerras”, expresa. “Nos dejaron marcados para toda la vida, pero valió la pena. Cuando veo peleas como la del sábado, me siento orgulloso de lo que viví con Israel, porque fuimos unos guerreros y las guerras siempre dejan huella. El combate CaneloCháv­ez es digno del olvido”.

Lo que no concibe un peleador de la estirpe de Márquez es que el júnior se haya dejado intimidar de ese modo por Canelo, que haya mordido esa carnada que se convirtió en algo indecible y sicológico que lo paralizó durante 12 episodios de combate.

“Después de esta pelea, el júnior quedó como un peleador indiferent­e, sin hambre, así sería mejor que colgara los guantes; o si quiere seguir, pues tiene que hacer un cambio radical. Porque lo que realmente lo traicionó fue algo como el miedo.”

Desde Los Ángeles, Israel Vázquez refrenda que lo que lo llevó a pelear hasta sacrificar­se a sí mismo era el sueño de ser recordado en el tiempo. Sin titubeos, también asegura que valió la pena el caro sacrificio.

“Mis peleas me costaron la pérdida inevitable de una parte de mi cuerpo, un ojo, pero valió la pena, porque tenía hambre por trascender, hambre, algo que el júnior no conoce.”

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