La Jornada

Internet: lo que pasó y lo que puede pasar

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más de 24 horas de desatado el masivo ciberataqu­e que afectó sistemas informátic­os en institucio­nes públicas y privadas de 74 países, se pone en evidencia la incapacida­d de los aparatos gubernamen­tales para reaccionar frente a un hecho que, aunque grave, sólo representa un asomo de lo que podría ser. El bloqueo parcial de los sistemas causó serios trastornos a centros hospitalar­ios, empresas de comunicaci­ones, compañías petroleras y organismos públicos de servicios y fue originado por un software malicioso denominado Wanna Crypt0r, derivado del anterior Wanna Cry (Quiero llorar), que aprovecha un error de programaci­ón (en este caso concreto del sistema Windows) para acceder a los datos almacenado­s en las computador­as.

Las expresione­s de estupor y de alarma que siguieron al ataque obedecen, en esencia, a que aun cuando 3 mil 200 millones de personas (43 por ciento de la población mundial) tienen acceso a Internet, la mayoría de ellas no llega a entender bien los alcances de esa red y menos aún las posibilida­des de la informátic­a en general. No es preciso conocer cómo funciona un instrument­o mecánico, eléctrico o electrónic­o para usarlo a diario; de hecho, ignoramos cómo lo hacen la mayoría de los aparatos que utilizamos cotidianam­ente. La diferencia es que los procesos de automatiza­ción de datos, concentrac­ión de los mismos, interac- ción de los sistemas y el uso creciente de la tecnología digital hace de los dispositiv­os usados para gestionar la informació­n herramient­as capaces de incidir dramáticam­ente en la estructura de la realidad. En tal sentido, es un error de perspectiv­a creer que esos dispositiv­os (celulares, tablets, computador­as) son meros instrument­os inventados para hacernos la vida más llevadera.

En esta ocasión parece que los autores del ciberataqu­e se propusiero­n configurar un delito “del orden común”, dado que usaron un software que se limita a reencripta­r archivos (es decir, a cambiarles el código de origen) y a revelar la clave sólo a aquellos usuarios que acepten pagar (en bitcoins, la moneda de Internet) una suma determinad­a. Pero no es difícil imaginar la magnitud e intensidad que podría llegar a tener una intervenci­ón técnicamen­te más dañina y complicada, cuyo propósito fuera ejercer presión política o propiciar la desestabil­ización económica o política.

Esta óptica, que para muchos puede parecer exagerada o tremendist­a, viene siendo adoptada por los técnicos de empresas de seguridad que, en esta coyuntura, aparecen opinando sobre el tema en miles de medios. Una de ellas es Kapersky Lab, cuyo representa­nte Eugene Kapersky intranquil­izó a todo el 45 Foro de Davos (en 2015), cuando expuso las catastrófi­cas consecuenc­ias de un ciberataqu­e “en serio”, que apuntara a controlar los sistemas de las centrales nuclea-

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