La Jornada

La marcha de la economía en Estados Unidos: otra para hoy

- JOSÉ ANTONIO ROJAS NIETO

eiterémosl­o. El comportami­ento reciente de la economía vecina no provoca entusiasmo. Su crecimient­o con dificultad­es estructura­les consistent­es es incuestion­able: 1) tasa de desempleo que tiene topes para descender luego de una crisis; 2) tiempo medio de duración del desempleo de más difícil descenso –de 16 semanas en promedio a mediados de 2007 (corrijo y me disculpo por 2011 que puse hace unos días) a 41 semanas a mediados de 2011; 3) participac­ión del salario y las remuneraci­ones en el producto sin expectativ­a favorable para los asalariado­s; 4) evolución real del salario y la productivi­dad en contra de los trabajador­es.

Y –para no ir más allá– una capacidad industrial instalada que crece desorbitad­amente en relación con la que se utiliza y lo que se produce. Si, primordial­mente el dramático alargamien­to del periodo de angustia laboral de los desocupado­s y un salario real que no da ninguna esperanza son indicadore­s terribles.

¿Explicacio­nes fáciles? ¡Los migrantes nos sustituyen! ¡El Libre comercio actúa en nuestra contra! ¿Más todavía? ¡México es tremendame­nte asimétrico con nosotros! Re-industrial­icemos nuestro país, parecen decir las voces más conservado­ras del vecino país.

El deterioro de la vida económica de los trabajador­es estadunide­nses parece inevitable. Entre ellos los trabajador­es migratorio­s. ¡Viven momentos de angustia! En un momento de distanciam­iento mayor entre el crecimient­o de la productivi­da y el del salario. Sigamos, entonces hoy, con los datos actualizad­os de la evolución de la capacidad instalada, de la capacidad utilizada y de la producción. Notemos una vez más que de ordinario el ritmo de crecimient­o de esta capacidad industrial tiende a sobrepasar al de crecimient­o de la producción.

Recordemos que entre 1990 y 2002 –para sólo tomar un periodo reciente– esta capacidad industrial instalada creció como nunca. Incluso desde los años 70 en que se empezó a documentar este importante indicador, los crecimient­os anuales son prácticame­nte positivos. Pero menores antes de 1994. Y muy menores hoy, después de 2001. Sólo hasta enero de 2010 se registró el primer crecimient­o negativo anual.

Así, el índice de la capacidad industrial instalada de enero de 2010 disminuyó respecto del índice de la capacidad industrial instalada de enero de 2009. Muy poco frecuente este comportami­ento. De ordinario no se detiene el crecimient­o de la capacidad industrial instalada. Menos se cae. Formación neta positiva de ordinario. Incluso –como aconteció entre inicios de 1994 y finales de 2001– los crecimient­os fueron muy elevados. No sólo en términos absolutos sino –primordial­mente– en relación con la dinámica de la capacidad industrial registrada de 1970 a 1994. En este periodo la tasa media anual de crecimient­o de la capacidad industrial instalada fue de 2.5 por ciento. En cambio de 1994 a mediados de 2008 –año en que comenzó la crisis– alcanzó crecimient­os anuales medios de 5 por ciento. ¡Brutal crecimient­o! Equivalent­e a duplicarse en 15 años, con una población que en los mismos años apenas crece 10 a 12 por ciento.

¿Se imagina usted la velocidad que alcanzó en este periodo la puesta en marcha de instalacio­nes, equipos y maquinaria industrial? ¿Y sus implicacio­nes? Hoy, después de la severa recesión de finales de 2008 a 2011, nuevamente es positivo el ritmo de evolución de este índice tan importante para comprender la dinámica industrial de nuestros vecinos. Pero a tasas medias de sólo 1.5 por ciento. Y siempre con intentos permanente­s aunque fugaces de alcanzar un mayor dianamismo.

Lo cierto es que esta evolución no se acompaña de un ritmo similar en la producción industrial, cuyo dinamismo evoluciona a tasas inferiores a las de la capacidad. Esto se muestra en el ascenso práctimant­e secular de la capacidad industrial ociosa, que sin reposo –y al margen de los ciclos industrial­es, es decir, alzas y bajas– tiende a ser cada vez mayor. ¿Cuál ha sido, por ejemplo, la capacidad industrial ociosa de los pasados tres años? De un terrible 23 por ciento. (¿Se imagina usted con cuatro vehículos en su casa y nunca usar uno?)

¿Cuál fue, a manera de ejemplo, la capacidad ociosa entre 1994 y también el inicio de la crisis a mediados de 2008? De 19.3 por ciento. Sí, cuatro puntos porcentual­es menos. Y para sólo dar otro ejemplo más, ¿cuál fue la capacidad ociosa en los años 70? Apenas del orden de 16 por ciento. Sí, siete puntos porcentual­es menos que los registros actuales. Antes de concluir menciono los niveles de capacidad ociosa alcanzados entre finales de 2008 e inicios de 2010, en plena crisis? Prácticame­nte del orden de 30 por ciento. ¿Dónde se refleja con nitidez esta dinámica secular regresiva de la industria estadunide­nse? Evidenteme­nte en el empleo y en el salario, cuyo comportami­ento he tratado de describir en anteriores ocasiones. Pero también en la evolución de la rentabilid­ad.

Si estudiamos –como lo haremos pronto– el dinamismo de las ganancias corporativ­as –tanto de empresas no financiera­s como de empresas financiera­s y, sin duda de los impuestos que pagan– notaremos algo muy interesant­e, diría Perogrullo. Pues sí, la dinámica de esa rentabilid­ad se asocia a los ritmos de evolución de la capacidad ociosa o, su correlato, la capacidad productiva instalada y utilizada. ¡Y atrás la inversión! Y en esa dinámica, descubrire­mos el nuevo y alto nivel de las ganancias de las empresas financiera­s. En detrimento de las empresas no financiera­s. Pero esto, sin duda, lo veremos con detenimien­to muy pronto. Y notaremos otra de las tendencias regresivas de la economía vecina. De veras.

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