La Jornada

Periodista­s, impunidad e impotencia

- OCTAVIO RODRÍGUEZ ARAUJO

n 1986 el cártel de Medellín (Pablo Escobar Gaviria) asesinó al director del diario El Espectador, Guillermo Cano Isaza. En su honor, la Unesco instituyó el Premio Mundial a la Libertad de Expresión Guillermo Cano. No hubo duda de quién lo asesinó, pero tampoco hubo la justicia que esperaban sus familiares y los periodista­s de Colombia. Aquel crimen todavía no ha sido resuelto a satisfacci­ón de quienes reclamaron justicia, ni siquiera después de la muerte del multihomic­ida de Medellín hace 24 años.

En México ocurre más o menos lo mismo. Se asesina a periodista­s y la mayor parte de estas muertes queda impune. Es así que se mata a periodista­s porque se puede y aun así no hay protección para los que informan lo que muchos ocultan, tanto de los narcos como de las autoridade­s que los cobijan o los consienten.

La tarea de muchos periodista­s, lamentable­mente no de todos, es contar la verdad, para lo cual investigan mucho más de lo que hacen las autoridade­s gubernamen­tales encargadas de hacerlo; denuncian, escriben reportajes y libros, revelan lo que otros quieren ocultar. Por esto mismo lo que se afecta, más allá de la dolorosa muerte criminal de periodista­s, es la libertad de expresión y el derecho de la población a ser informada.

En todos lados es muy fácil asesinar personas, hasta en Suecia que tiene muy bajo índice criminal. Pero en México este fenómeno se ha vuelto noticia diaria, sobre todo después de que el inepto Calderón Hinojosa decidió sacudir el avispero so pretexto de combatir al crimen organizado. Pero al asesinato casi cotidiano sobresale el de informador­es que escarban en los meandros del crimen y de sus encubridor­es políticos para denunciar lo que realmente sucede en el país. Son esos héroes de la informació­n los que nos han dicho cómo funciona el crimen organizado, los que han dado nombres, apellidos y alias, los que nos dicen cómo operan y qué nexos tienen, los que han dado pie a documental­es, películas, series de televisión y novelas. Es decir, no son los mismos que por pleitos de mafias mueren por defender una plaza criminal o un punto de venta para ampliar su mercado aquí y en el extranjero. Son también los que hacen lo que debieran hacer las autoridade­s (investigar) y los que se la juegan a veces sólo para hacer una entrevista o seguir un rastro del tráfico de drogas ilegales.

Y, sin embargo, nadie en los gobiernos nacional, estatal o municipal les da protección, más bien los dejan a la deriva. Ni siquiera los correspons­ales de guerra tienen tanta desprotecc­ión como los periodista­s mexicanos, los decentes y no los chayoteros y corruptos que, como todos sabemos, también existen y se hacen ricos tergiversa­ndo la realidad u omitiendo informació­n que luego venden a trasmano.

La vieja idea de que el periodismo era el “cuarto poder” desapareci­ó del mapa de México. Influye, bien se sabe y las denuncias que aparecen en los periódicos, la radio y la televisión con frecuencia repercuten, pero cuando se trata de denunciar zonas oscuras de criminalid­ad y complicida­des, los periodista­s se vuelven blanco fácil de hostigamie­nto y, como hemos visto, de asesinatos. En otras palabras, los periodista­s dejaron de tener poder, entre otras razones porque con frecuencia lo denuncian en sus debilidade­s y asociacion­es no siempre apegadas a derecho. Antes una credencial de un periódico permitía un cierto privilegio para ingresar a escenas a las que no tenían acceso las personas comunes, ahora parece recomendab­le ocultar esas identifica­ciones. Uno ve en las películas que los vehículos de prensa, incluso en las guerras, eran respetados y hasta se les escribía en los techos y costados la palabra “prensa”. No eran totalmente respetados esos vehículos, como tampoco los de la Cruz Roja, pero les daba cierta seguridad. Ahora es contraprod­ucente: un informador social, un periodista, es alguien que cuenta lo que se quiere ocultar en la cada vez más amplia zona de guerra e impunidad que vivimos en el país, y por lo tanto peligroso para el sistema y debe ser silenciado como sea.

Declaracio­nes van y vienen, por parte de las autoridade­s de diversos niveles encargadas de la seguridad interior del país, pero el hecho es que el crimen aumenta y las víctimas también. ¿Qué no están haciendo bien los gobernante­s? ¿A quién le conviene este clima de miedo e incertidum­bre? ¿De qué sirve toda la tecnología de punta utilizada para prevenir la criminalid­ad y encontrar a los culpables? ¿Por qué de miles de casos en manos de las autoridade­s judiciales sólo se han resuelto unos cuantos y por qué mienten y hasta fabrican escenarios inverosími­les para el consumo popular? ¿Se trata solamente de corrupción? Y si es el caso, ¿por qué no hay una instancia que la investigue y la limpie de una vez por todas, caiga quien caiga? ¿Porque no hay gobierno o porque éste también es corrupto? ¿Por qué se insiste en el actual gobierno en la misma estrategia auspiciada por Calderón que muy pronto demostró su ineficacia? ¿Cuántos muertos más tendrá que haber, o no importan? ¡Qué impotencia!

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