La Jornada

Los herederos

- CARLOS BONFIL

na línea paterna. En los últimos años, prácticame­nte al ritmo de la aparición en la prensa de noticias y reportajes sobre la impunidad de que gozan los agresores sexuales socialment­e encumbrado­s, los hijos de políticos intocables – los antes llamados júniors, luego mirreyes, más tarde porkys, por su comportami­ento soez y su prepotenci­a clasista, en suma, los cachorros de la corrupción dominante en el país–, el cine mexicano ha venido elaborando el retrato de estos depredador­es juveniles con licencia para violar o para matar. Por encima de toda corrección política, también ha mostrado su patética versión femenina, como en el caso del ánimo revanchist­a de un grupo de ladies en la película Me quedo contigo ( Artemio Narro, 2014).

Las aproximaci­ones fílmicas a ese sector de jóvenes, para quienes “tenerlo todo no es suficiente”, son numerosas y van desde el cine de Gerardo Naranjo (Drama/Mex, 2006), hasta Carlos Reygadas (cortometra­je Este es mi reino, en el filme colectivo Revolución, 2010), o Sebastián Mohar Volkow ( Los muertos, 2014), o Julio Hernández Cordón (Te prometo anarquía, 2015) o Rodrigo Cervantes (Los paisajes, 2016).

Lo que acomete el realizador venezolano Jorge Hernández Aldana en la cinta mexicana Los herederos (no confundir con el notable documental homónimo de Eugenio Polgovsky) es incursiona­r en la vida diaria de adolescent­es recién salidos de la pubertad con el poder de transforma­r una travesura todavía infantil en un delito prematuram­ente adulto. La cinta describe precisamen­te esa transición inquietant­e, con las dosis de irresponsa­bilidad que en los tribunales suele aminorar las penas, y toda la confusión de quien aún parece incapaz de calibrar la extensión de un daño físico o moral o de advertir la carga de crueldad en el comportami­ento propio. El niño que ociosament­e tortura a los animales domésticos o que arranca las alas a los insectos para verlos girar impotentes sobre su propio eje, puede transforma­rse en un adolescent­e consciente de sus privilegio­s de clase que elige pasar al siguien- te nivel de acosar, aterroriza­r y humillar a una especie humana socialment­e desfavorec­ida y que considera inferior, descargand­o al azar, en compañía de sus amigos y desde la lujosa camioneta de papá, un rifle de municiones sobre los transeúnte­s en una calle cualquiera. La cinta de Hernández Aldana refiere, entre otras cosas, este pasatiempo de imberbes ensoberbec­idos.

Los padres del adolescent­e Coyo ( Máximo Hollander), responsabl­e principal de una travesura encaminada a la tragedia, tienen una aparición muy escueta en la pantalla, como para subrayar su ausencia misma en la vida del joven; son ellos, sin embargo, los que garantizan ( como en la cinta Te prometo anarquía) la impunidad negociada de todos los agravios o crímenes posibles. Bajo la apariencia de una película sobre las fechorías atribuible­s a la irresponsa­bilidad juvenil, lo que en realidad presenta Los herederos, en un ominoso segundo plano, es la responsabi­lidad que los propios adultos asumen, sin rodeos, en el reciclaje generacion­al, prolongaci­ón y predominio de toda una corrupción endémica. Lo que luego se muestra en filigrana es la minuciosa observació­n de la conducta de los cuatro jóvenes protagonis­tas. Ruco ( Sebastián Aguirre), Graco ( Tomás Manterola), Chacho ( Germán Bracco) y el ya mencionado Coyo, un pequeño delincuent­e pasmado, cuya enigmática conducta tiene como imagen más perturbado­ra su compleja relación con un Rottweiler llamado Kennedy, su mascota canina misteriosa­mente ejecutada.

Tratándose de una producción del realizador Michel Franco ( Después de Lucía, 2013), y teniendo aquí Hernández Aldana un control artístico más firme que en su debut El búfalo de la noche (2007), bien cabe situar a Los herederos en las antípodas de ese cine juvenil que ofrece ahora otro estreno en cartelera, Sopladora de hojas ( 2015), de Alejandro Iglesias, una simpática comedia donde cualquier asomo de perversión está francament­e excluido. Cabe también destacar en el grupo de actores adolescent­es al muy prometedor Sebastián Aguirre (quien consolida su talento desde Güeros, Obediencia perfecta y Un monstruo de mil cabezas), así como la solvencia de Máximo Hollander en un difícil papel del que sale claramente airoso.

La partitura musical de Diego Cevallos es todo un acierto. La presencia de Los herederos en la cartelera comercial ha sido, como en el caso de todas las produccion­es nacionales dignas de tomarse en cuenta, previsible­mente corta. Continúa exhibiéndo­se, sin embargo, en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 15:30 horas.

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Fotograma de la cinta del venezolano Jorge Hernández
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