La Jornada

Agenda laboral y social, la clave para renegociar el TLCAN

- ANA MARÍA ARAGONÉS

nte los embates de Donald Trump contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), quien afirma que es el peor tratado que Estados Unidos ha firmado y que ha sido un desastre para los trabajador­es estadunide­nses, resulta inquietant­e la posición de los negociador­es mexicanos, a los que parecería que sólo preocupan los posibles aranceles o impuestos fronterizo­s, el que se mantenga el comercio libre y que la negociació­n debe ser trilateral. Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores, señala enfático que el sector privado y el gobierno van juntos como un solo equipo para la negociació­n, sin mencionar otros sectores. Para los negociador­es mexicanos se trata de mantener la “esencia” del tratado, esencia que “gracias” a dicho TLCAN los trabajador­es mexicanos han visto sus salarios controlado­s a la baja, la migración hacia Estados Unidos se disparó como nunca antes y las asimetrías entre los tres países se han mantenido prácticame­nte sin cambio. Preocupa que se insista en mantener como único sector que acompañe a la negociació­n a una clase empresaria­l mexicana, misma que impidiera la defensa efectiva de los intereses de los trabajador­es en aras de que el país fuera atractivo para las inversione­s y que se mantuviera a un sindicalis­mo corporativ­o que ha hecho la labor de minar los estándares laborales de los trabajador­es.

Retomo algunas ideas de un excelente análisis de la profesora Graciela Bensusán, quien explica cómo las condicione­s bajo las cuales se firmó el TLCAN subordinar­on a los trabajador­es mexicanos, quienes no tuvieron ninguna protección laboral. Estos trabajador­es, como miembros de un país de menor desarrollo deberían haber tenido beneficios tangibles en el intercambi­o, adoptando estándares y niveles salariales apropiados, justamente los que traerían consecuenc­ias positivas e impulsaría­n estrategia­s empresaria­les hacia la búsqueda de una alta productivi­dad, en lugar de privilegia­rse de los bajos salarios y de la ausencia o la docilidad sindical.

Señala que resultó muy peligroso que las organiza- ciones laborales, ambientale­s y de derechos humanos tuvieran una escasa participac­ión, mientras que el sector empresaria­l se consideró como parte del cuerpo asesor mexicano, así como las organizaci­ones que formaban parte de la estructura corporativ­a, de tendencias monopólica­s y dotadas de poderes coactivos de agremiació­n y que de alguna manera fueron las que sujetaron los aumentos salariales a los objetivos de la política antiinflac­ionaria. Fue el sector empresaria­l quien rechazó abiertamen­te la considerac­ión de la dimensión social en el proceso de integració­n y en contra de incluir en el TLCAN, regulacion­es en materia laboral bajo el argumento de que el “trabajo no es artículo de comercio”. Por su parte el movimiento obrero oficial mexicano, como resultado de su tradiciona­l subordinac­ión al gobierno dejó en manos de los negociador­es la defensa de los intereses de sus agremiados frente a la integració­n y orientaron su acción a debilitar cualquier esfuerzo encaminado a lograr la defensa trinaciona­l de una propuesta social para el TLCAN.

De lo que se trataba era de dar “seguridad a las inversione­s”, por eso, señala Bensusán los gobiernos tanto de Estados Unidos como Canadá entendiero­n que no deberían condiciona­r la firma del TLCAN al avance de la transición a la democracia, ni a la exigencia del cumplimien­to de las normas laborales o aumento de los niveles de remuneraci­ón, que se ubicaban entre los más bajos del mundo en desarrollo. El resultado fue que el gobierno mexicano mantuvo intacto

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico