La Jornada

Correa se va invicto en Ecuador

- JUAN MANUEL KARG*

o es una semana cualquiera para Ecuador: Rafael Correa Delgado deja la presidenci­a tras diez años y cuatro meses ininterrum­pidos en el Palacio de Carondelet. Se trata de una de las personalid­ades más influyente­s de la política latinoamer­icana de las décadas pasadas, que modificó sustancial­mente el panorama políticoel­ectoral en su país, fundando una nueva institucio­nalidad y gobernando de cara a las mayorías populares. ¿Qué dejan los diez años de Correa, tanto en términos internos y externos? ¿Por qué el oficialist­a Alianza País, que continuará gobernando el país con el binomio Lenín Moreno-Jorge Glas, habla de “década ganada”?

Poco más de tres meses, como ministro de Economía de Alfredo Palacio, durante 2005, le bastaron al joven economista para comenzar a patear el tablero político en su país. Renunció a su cargo denunciand­o poderosos intereses petroleros y de las eléctricas, fundó el Movimiento Alianza País y se presentó como candidato presidenci­al, venciendo a Álvaro Noboa en la decisiva segunda vuelta. Era el cierre de un periodo de gran inestabili­dad política en ese país, que tuvo en el “feriado bancario” de Mahuad y en la pérdida de la moneda nacional –vía dolarizaci­ón– dos momentos de creciente convulsión económico-social que aún permeaban en la memoria de corto plazo de millones de ecuatorian­os. Una vez en el gobierno, el mandatario se sumó a una corriente de presidente­s que apelaron a la redistribu­ción de los ingresos que podía proveer el alza de las materias primas a escala internacio­nal, con un horizonte de justicial social que siempre asomó en sus discursos.

En 2007, Correa llamó a una asamblea constituye­nte, en Montecrist­i, Manabí. Un año después, en 2008, la Constituci­ón del país fue reemplazad­a. Existieron aportes concretos de la ciudadanía ecuatorian­a en el extenso debate público que significó aquella reforma institucio­nal, donde se trabajó la noción de democracia participat­iva como complement­ario de la representa­tiva. Para Correa fue una bisagra: significó su consolidac­ión política, dejando en claro que había llegado para transforma­rlo todo, para fundar un nuevo ordenamien­to político que retomara las mejores tradicione­s emancipato­rias de la región. El propio preámbulo de la Carta Magna lo dejaba en claro, reivindica­ndo la soberanía nacional; la integració­n latinoamer­icana, recuperand­o a Bolívar y Alfaro; y el “buen vivir” o sumak kawsay, eje nodal de la propuesta de socialismo a la ecuatorian­a. Así, en 2009 se reelegitim­ó en las urnas con un contundent­e 52 por ciento en la primera vuelta.

Sin embargo, la revolución ciudadana también tuvo su contrarrev­olución naciente: en 2010 una rebelión policial intentó tomar la forma de golpe de Estado, manteniend­o retenido por horas al jefe de estado. La entonces reciente experienci­a hondureña, donde Zelaya había sido depuesto tras una incursión militar de madrugada en su propio hogar, activó a la naciente Unasur, que se movilizó en defensa del orden constituci­onal ecuatorian­o. La rápida respuesta regional, sumada al apoyo popular al mandatario, desactivó la intentona golpista. “Lo que no mata, fortalece”, dice el dicho que Correa verificó en aquellas aciágas horas.

La política de integració­n regional también fue uno de los aspectos sobresalie­ntes de la “década ganada” ecuatorian­a. A fines de 2014 inauguró, junto a Cristina Fernández, la sede de Unasur en Mitad del Mundo, Quito, que lleva el nombre de Néstor Kirchner en ho-

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