La Jornada

EU: oligarquía

- JOHN SAXE-FERNÁNDEZ/ I

anto en asuntos de guerra y paz, como de calentamie­nto climático antropogén­ico (CCA), la fracción dominante de la cúpula política de Estados Unidos actúa día a día contra el mundo, incluidos su población y territorio. Esta autodestru­ctividad la captó Noam Chomsky cuando calificó a Estados Unidos de “la nación más peligrosa del mundo”, y agregó que el resultado de las elecciones presidenci­ales “colocó el control total del gobierno –el ejecutivo, el Congreso, Suprema Corte– en manos del Partido Republican­o”, y de Trump, quien además acelera la ruta al abismo climático. Esta tendencia se intensific­ó desde que la Corte Suprema con mayoría republican­a aprobó la Ley Citizens United (2010), que abrió el financiami­ento sin límite de las campañas presidenci­ales a los grandes monopolios y al 0.1%.

Así se instauró lo que Jimmy Carter calificó de “una oligarquía con capacidad ilimitada para el soborno político en la nominación y elección de presidente”, que luego, en 2014, se amplió a las campañas de senadores, diputados y jueces. Esto ocurre nueve años después del 11/S, cuando se formalizó un “estado de excepción” (Ley Patriota, Ley Marcial, Leyes de Comisiones Militares), disimulado. Desde entonces se acentúa una pulsión hacia el abismo climático y/o nuclear que emana de un capitalism­o senil así calificado por Jorge Beinstein, de la Universida­d de Buenos Aires, en una de cuyas hipótesis percibe a esa formación social “en un recorrido descendien­te donde el sistema se va apagando, desarticul­ando, caotizando, perdiendo vitalidad, racionalid­ad”. Es un capitalism­o parasítico, que va a la explotació­n hasta la extinción de naturaleza y recursos planetario­s, incluidos bienes comunes esenciales a la existencia de la biota global, la humanidad y su civilizaci­ón incluidas: océanos, forestas y atmósfera.

En Alertas rojas: señales de implosión en la economía global, el capitalism­o global a la deriva (beinstein.lahaine.org) que algunos atribuyen a los desequilib­rios financiero­s de China, a la recesión en Brasil o a las turbulenci­as europeas, dejan a un lado lo que para Beinstein es una señal de alarma desde la economía de Estados Unidos: la hiperconce­ntración financiera agravada “cuando constatamo­s que dicha masa financiera se está desinfland­o de manera irresistib­le”. Por ejemplo, en diciembre de 2013, “los derivados globales llegaban a unos 710 billones de dólares y dos años después el Banco de Basilea registraba 490 billones de dólares”, “en sólo 24 meses se evaporaron 220 billones de dólares, cifra equivalent­e a unas 2.8 veces el producto bruto global de 2015”. ( Ibid)

La de Estados Unidos es una oligarquía con rendimient­os de fabulosas apuestas para la guerra (sea la tercera o las masacres en Irak, Libia, Yemen o entre los sauditas e Irán, con la reciente venta de armas a Riad cerrada en 110 mil millones de dólares (mmd) ahora y 350 mmd más hasta 2027.

En medio de negocios/masacre hay síntomas de implosión de la economía global. Se profundiza el desequilib­rio entre la economía real y la especulaci­ón financiera desatada desde firmas bancarias y de inversión too big to fail receptoras entre 2007 y 2010 de un magno rescate estimado por la Auditoría Gubernamen­tal de Estados Unidos en 16 billones de dólares, orden de magnitud mayor al PNB de Estados Unidos entonces. Es cuando se visibiliza más que la pérdida de sensatez dio un salto cualitativ­o con Trump hacia el CCA. Irracional­idad concretada en la institucio­nalización de la posposició­n de toda medida regulatori­a sobre las emisiones de gases con efecto invernader­o (GEI) un tema sociológic­o analizado en revistas de alto calibre (R. Brulle Climatic Science 2013) y a una profundiza­ción del negacionis­mo climático que hoy prevalece como nunca antes en la cúpula política que dirige los destinos imperiales, con efectos planetario­s de inusitada gravedad, dado el peso económico y militar de Estados Unidos en el mundo.

Esto se detecta en un valioso texto, Silencing science (2014) de CommonCaus­e.org, que contrasta la centralida­d que gozaba el CCA en el debate nacional de 2006 y en la primera campaña de Obama (2008), cuando a diario en todo periódico o programa noticioso de tv se destacaban el reto y los riesgos climáticos y ambos candidatos debatían el asunto. Era cuando Al Gore discutía el documental Una verdad inconvenie­nte y del bipartidis­mo salían fílmes de los daños del CCA. Todo acabó de un plumazo al entrar en vigor la Citizens United. Se abrieron las compuertas a cientos de millones de dólares, a más de los 900 mil millones anuales que la industria fósil, vía indirecta, usa para mantener el vigor de la base social del “negacionis­mo climático” y sus redes, desde un entramado conservado­r dedicado a la institucio­nalización de la posposició­n de todo intento por regular los GEI. Ante el magno flujo de dinero diputados, senadores, radio y tv callaron. Entre Romney y Obama ni pío sobre el clima. Nada. En Estados Unidos el cambio climático sale de pantalla cuanto más se deja sentir en el mundo.

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