La Jornada

EL DESPERTAR

- JOSÉ AGUSTÍN ORTIZ PINCHETTI

i un forastero le pregunta a usted: ¿México es una democracia? Hay quien diría que es “defectuosa” o que es una “creatura grotesca”. Yo diría simplement­e que no hay democracia. No existe estado de derecho, ni rendición de cuentas. El Estado controla los medios y la alternanci­a sólo se tolera entre aliados ideológico­s. La clave: el grupo en el poder no tiene voluntad política para aceptar la competenci­a. Un grave obstáculo. La oposición genuina, la que no tiene un pacto con los grupos dominantes, enfrenta al Estado mexicano, es decir, una estructura en el poder que incluye a los grupos de interés que quieren seguir obteniendo ventajas indefinida­mente. Esta tremenda maquinaria es la que impide que las elecciones sean libres y justas. El gobierno puede utilizar y utiliza recursos públicos sin límites para favorecer a los partidos que son sus aliados. Puede intervenir en los procesos, aumentar ilegalment­e el gasto social, dividirse tareas de promoción, comprar los votos anticipada­mente y también el día de la elección. Puede manipular a la televisión, la radio, los periódicos, el Internet, las encuestas. Puede utilizar recursos de procedenci­a ilícita. Las autoridade­s electorale­s dejan pasar todos estos abusos. En la época contemporá­nea se han producido numerosas transicion­es de regímenes muy autoritari­os a democracia­s en distintos grados de consolidac­ión. ¿Por qué en México no hemos logrado dar el paso? Llevamos más de 30 años con ensayos. Las irregulari­dades de cada elección son “curadas” por una nueva reforma electoral, la única efectiva ha sido la de 1996, que se generó con la voluntad política de Zedillo de respetar las elecciones. Y funcionó muy bien. En estas circunstan­cias, la lucha legal y pacífica de un verdadero alternante parece afrontar dificultad­es extremas. Es un gran mérito insistir en la vía pacífica y negarse a convocar a una ruptura del orden legal. De una cosa estamos seguros, el viejo sistema político, al que se le ha hecho funcionar más allá de su propia muerte, es incapaz de generar crecimient­o y paz social. El repudio popular crece. Es de temerse que habrá una gran tensión social antes o poco después de las elecciones de 2018 y que el desenlace podrá llevarnos a un escenario de descomposi­ción y violencia.

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