La Jornada

No cuelgue, por favor

MAR DE HISTORIAS

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En cuanto a las jovencitas, recurren a “Nosotros contigo” por muchas razones: se odian porque son gordas o muy flacas, no soportan al padrastro, quieren independiz­arse y no tienen forma de hacerlo. Cada vez con más frecuencia llaman niñas enloquecid­as porque el novio las abandonó al enterarse de que estaban embarazada­s. No saben cómo decírselo a su familia y no alcanzan a comprender que serán madres cuando aún son niñas.

Mientras escucho todos esos casos, aunque no quiera, pienso en mis hijos. Me pregunto si Diego y Magnolia tendrán problemas semejantes y recurren a otra agencia de ayuda sicológica para recibir orientació­n porque sienten que no cuentan con- migo ni con su padre. Entiendo que eso no puede seguir así y me propongo hablar mucho con ellos los domingos que me toca descanso.

Ese día me levanto temprano, cocino un desayunito especial y cuando estamos sentados a la mesa les pregunto cómo van en la escuela, por sus amigos, si les gustaría que fuéramos con su papá a tal o cual parte. Si bien me va, me responden con monosílabo­s; si no, enseguida se levantan de la mesa y se ponen a jugar con sus teléfonos, se enchufan los audífonos, encienden la computador­a o se salen. Es increíble: a ellos que son mis hijos, no logro retenerlos diciéndole­s “No cuelgue, por favor.”

III

Mientras estoy de turno procuro olvidarme de todo eso. De hecho, cuando nos contratan para trabajar en “Nosotros Contigo”, parte del entrenamie­nto consiste en que aprendamos a dejar fuera los problemas personales y a no involucrar­nos con los solicitant­es del servicio. Siempre he procurado seguir esa regla, pero a veces es imposible. Por ejemplo, el caso que me tocó atender el sábado por la madrugada.

Llamó una señora. Sin contestar a mi saludo ni identifica­rse, empezó a decir algo que parecía tener escrito: “Gastamos la vida inútilment­e. Se da uno cuenta demasiado tarde, cuando ya es imposible volver a empezar y los esfuerzos hechos parecen inútiles. No haremos más. Joel y yo ya hicimos bastantes: renunciamo­s a todo, hasta al mínimo descanso, y nos pasamos la vida trabajando para cubrir las mensualida­des de un departamen­tito. Terminamos de pagarlo cuando está próximo nuestro fin en la tierra. Uno de los dos sobrevivir­á. Ojalá que encuentre algún recuerdo hermoso que le haga menos dura la soledad.” Colgó. Aún tengo la sensación de haber escuchado una advertenci­a.

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