La Jornada

No cuelgue, por favor

MAR DE HISTORIAS

- CRISTINA PACHECO

edí mi cambio al turno de la noche porque así puedo atender a mi familia. No sé si habrá servido de algo. Cuando están en la casa, Diego y Magnolia se la pasan chateando en el celular, con los audífonos puestos o frente a la computador­a. De lunes a sábado, Sergio Antonio sale tempranísi­mo al laboratori­o y regresa tarde; los domingos, cuando es necesario, se queda de guardia porque le pagan un poquito más. Ese dinero, y parte de lo que yo gano, lo destinamos íntegro a cubrir las letras de nuestro departamen­to. Faltan añísimos para que terminemos de pagarlo, pero valdrá la pena el sacrificio.

Sergio Antonio y yo tenemos muy poco tiempo compartido. Me voy a “Nosotros contigo” en el momento en que él re- gresa, pero muchas veces no coincidimo­s. Hay ocasiones en que la situación me desespera y pienso: ¿qué clase de matrimonio es el nuestro? Uno idéntico a muchos otros, punto.

No me quejo. Sergio Antonio y yo nos llevamos muy bien y mis hijos son buenos muchachos. Gracias a Dios no han caído en las drogas ni en nada de eso. Me imagino que, como todo el mundo, tienen sus problemas, pero nunca me los cuentan. Dice mi suegra que se debe a que no he sabido ganarme su confianza ni les he dado el tiempo que necesitan porque siempre estoy trabajando. Si no lo hiciera, ¿cómo pagaríamos nuestros gastos y las letras del departamen­to?

II

Llevo dos años en “Nosotros contigo”. Es una agencia de apoyo sicológico adonde llaman personas de todas las edades para pedir consejos o simplement­e para saberse escuchados. Una vez, cuando cubría el turno matutino, a las nueve de la mañana le tomé la llamada a una mujer. Sólo dijo que estaba cumpliendo 80 años, no tenía a nadie con quién celebrarlo y me suplicó que la felicitara. Lo hice, me dio las gracias y colgó. Imaginarme cómo habrá pasado las horas restantes de aquel miércoles sigue angustiánd­ome.

Por la noche hablan jóvenes. Los muchachos dicen su nombre y luego se quedan callados porque no saben cómo explicarse. Temo que vayan a arrepentir­se y les pido que por favor no cuelguen. La mayoría termina por hacerlo. Quienes permanecen en la línea hablan de problemas familiares, de que han caído en la drogadicci­ón, los están invitando a robar o sus padres los rechazan por ser homosexual­es. A causa del repudio piensan suicidarse.

Es horrible oír que un joven diga eso, pero me mantengo serena y les digo que necesitan atención especial. Por si la quieren les doy el teléfono de alguno de los siquiatras que nos apoyan. La idea de ir a consulta los espanta y desaparece­n sin darme tiempo a que les diga: “No cuelgue, por favor.”

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