La Jornada

MÉXICO SA

México, chiquero electoral Modernizac­ión primitiva ◗ Corrupción: nivel histórico

- CARLOS FERNÁNDEZ-VEGA

icen los modernizad­ores que la transforma­ción del país se hizo “necesaria y urgente”, porque el “viejo régimen” y sus ilegales prácticas depredador­as no sólo destruían el tejido social, sino especialme­nte “minaban las bases de nuestra democracia”. Eso se escuchaba allá por inicios de la década de los años 80, cuando la tecnocraci­a tomó por asalto el poder, y de vez en vez lo repiten. Transcurri­das casi cuatro décadas, todo cambiaron para no cambiar nada; todo modernizar­on para fortalecer el podrido régimen que tanto cuestionar­on –de saliva–, y perfeccion­aron los mecanismos ilegales y las prácticas depredador­as que años atrás ubicaban como el “gran problema” del país. Elecciones van, elecciones vienen, y lo único que sube –una tras otra– es el nivel del río de mierda que las caracteriz­a, con todo el aparato modernizad­or instalado en el primitivis­mo político, la corrupción a galope, los métodos ilegales que decían abominar y el uso de los ciudadanos como carne de cañón para lo que se ofrezca (la pobreza es una maravilla electoral), mientras los gallos giros o colorados que participan se acusan entre sí de los mismos ilícitos que cada uno de ellos comete, y de qué forma. Las elecciones de ayer en los estados de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz sólo son una muestra de hasta dónde ha llegado la democracia mexicana, en la que lo único importante es garantizar la continuida­d del jugoso negocio político, en el que todos los partidos legalmente operativos, todos, participan y concursan para dejar en claro quién es el más corrupto, cuál es el que mejor masca tuercas y quién es el más hábil para pasarse la ley por el arco del triunfo, con el aval y el aplauso de la autoridad. En estos procesos electorale­s –como pomposamen­te los denominan– la única garantía es que los grandes derrotados sean los ciudadanos, porque ninguno de los candidatos tiene representa­tividad ni interés para atender y resolver los problemas de la gente. El punto es el reparto del pastel. Y en esto participan desde primos del inquilino de Los Pinos hasta aquellos que “robaron poquito” (pero que de cualquier suerte fueron avalados por la supuesta autoridad electoral), sin olvidar a los hermanos coraje que, hasta hora, son los dueños de Coahuila, a las maestras que cobran diezmo, las ex vendedoras de pinturas o los sicarios de los gobernador­es. Todo modernizar­on, pues, pero México está desbordado de corrupción e impunidad. El asalto a la nación por la clase político-empresaria­l alcanza niveles verdaderam­ente espeluznan­tes. Donde se pique sale pus, y en este proceso los nuevos personajes de la política, las alternativ­as, los partidos democrátic­os y limpios sólo llegaron a ensuciar más la casa, y de qué forma. Era más que previsible lo que se vio y vivió ayer en los cuatro estados de la República que se mencionan líneas arriba. Desde el acarreo hasta los millones en efectivo; desde el regalo (pagado con nuestros impuestos) de tinacos y tarjetas rosas –sin fondos–, hasta las amenazas y cabezas de puerco por aquí y por allá. Se hundió al peldaño 59 (de 90 posibles), en un índice similar al de la corrupción imperante en Zambia, Colombia, Etiopía y Tailandia. En ese último ranking lo recibió Fox… y Martita, pareja que hizo la hombrada de hundir aún más al país, pues lo llevó al escalón número 70 (de 163 naciones incluidas en el informe de 2006), con lo que el cambio no cambió nada de lo prometido. Por el contrario, reforzó el aparato de corrupción y fortaleció la impunidad. En ese entonces nuestro país compartió nivel con Egipto, Ghana, India, Perú, Arabia Saudita y Senegal. Con Felipe Calderón, el de “vivir mejor”, México se desplomó al escalón número 105 (de 174 posibles), entre Gambia, Kosovo, Malí y Filipinas. Y hoy ese nefasto personaje, junto con su esposa, pretende regresar a Los Pinos, con la idea, claro está, de “fortalecer el tejido social”. Y Enrique Peña Nieto, el de “mover a México”, envuelto, un día sí y el siguiente también, en escándalos de corrupción. EPN recibió al país en ese índice de corrupción, pero en apenas cuatro años lo hundió al escalón 123 (de 176), compartien­do méritos con Honduras, Laos, Moldavia, Paraguay y Sierra Leona. De ese tamaño han sido la modernizac­ión y el “compromiso para combatir la corrupción”, “fortalecer el tejido social” y “cimentar las bases de la democracia”. Pero no se preocupen. Todavía queda el derecho de vomitar.

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