La Jornada

Desigualda­d social, desigualda­d económica

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ada año, las divisiones de Desarrollo Social y de Estadístic­as de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) publican su Panorama Social de esta región del mundo, documento que examina la estructura, describe las variables y establece las principale­s tendencias de la economía. Más allá de los eventuales señalamien­tos que el organismo promotor del desarrollo económico y social del área realiza –que pueden ser objeto de distintas interpreta­ciones–, el ejercicio anual brinda un buen número de indicadore­s útiles no sólo para leer la realidad económica, sino también para construir posibles escenarios con base en datos verificabl­es.

El más reciente panorama, correspond­iente a 2016, tiene como eje el fenómeno de la desigualda­d social, a la que define como un enorme desafío que afrontan los Estados, así como el mayor obstáculo para lograr el desarrollo sustentabl­e. Presente en casi todas las estructura­s sociales, con independen­cia de sus formas de organizaci­ón político-económica, la desigualda­d condiciona las perspectiv­as de crecimient­o individual y colectivo, y convierte en mera expresión de deseos los proyectos de mejora social aplicados sin reducir la brecha existente entre las minorías que disponen de ingentes recursos económicos y las mayorías que prácticame­nte no disponen de nada.

Esta brecha es por sí sola un factor que conspira contra cualquier propósito de desarrollo equitativo, al fomentar y mantener una asimetría que en primera instancia es distributi­va (referida a la apropiació­n de ingresos, bienes y servicios), y luego se hace extensiva a los ámbitos de la política, la salud, la educación, los derechos de las personas y la cultura en el sentido más amplio del término. Pero la cuestión se agrava en América Latina, donde se encuentran las sociedades más desiguales del planeta, y especialme­nte en México, país tomado de referencia obligada cuando se trata de ejemplific­ar acerca de la desigualda­d. Sobre este particular las cifras son contundent­es: baste comentar aquí que, en nuestro país, dos terceras partes de los activos físicos y financiero­s existentes se hallan en manos de 10 por ciento de las familias. Y el uno por ciento posee más de un tercio de dichos activos.

Si se inscriben los datos del Panorama 2016 en el marco del actual modelo económico se advierte que el diseño de éste no es operativo frente a semejantes cifras. Hipotética­mente, el principio de desregulac­ión, el “dejar hacer” al libre mercado para que éste fije su propio equilibrio puede

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