La Jornada

Blindaje de cinismo

- PEDRO MIGUEL

o es tan nuevo ni exclusivo de México: hace unos años, por ejemplo, las filtracion­es de Edward Snowden exhibieron que el gobierno de Estados Unidos espiaba a media humanidad, incluyendo a algunos de sus más prominente­s especímene­s, como Angela Merkel, François Hollande y Dilma Rousseff. En los países afectados por la vigilancia furtiva estadunide­nse el espionaje es delito, y sin embargo, Barack Obama, responsabl­e máximo de esas graves infraccion­es legales, ni siquiera consideró necesario ofrecer disculpas y explicacio­nes por tal actividad cometida en perjuicio de algunos de sus más estrechos aliados. Y las alianzas sobrevivie­ron al episodio y no pasó nada.

Y qué decir de Donald Trump, quien fue exhibido en un video como agresor sexual y en lugar de ser retirado de la contienda electoral en la que participab­a, siguió en ella y la ganó. Y Sarkozy. YTemer. Y Peña Nieto. Si alguna vez lo fueron, el pudor y la vergüenza han dejado de ser un contrapeso o un freno a los excesos, abusos y desviacion­es de los gobernante­s. Revelacion­es y escándalos ya no les representa­n un peligro porque han construido una suerte de blindaje ante el repudio social.

La elección mexiquense del domingo 4 de junio es un caso extremo. El uso faccioso de diversas institucio­nes, desde la Presidenci­a de la República hasta las presidenci­as de casilla; la derrama de dinero, regalos y presiones a los electores para que sufragaran por Del Mazo; las campañas de siembra de terror, desinforma­ción y difamación; las agresiones contra la oposición. El fraude es inocultabl­e pero las autoridade­s electorale­s han decretado su inexistenc­ia o, cuando menos, su irrelevanc­ia. En la sesión del Consejo General del INE del 9 de junio, el consejero de ese órgano, Ciro Murayama, dijo que resultaba “descabella­do” hablar de fraude en el Edomex, regañó a quienes señalaron toda la inmundicia en el manejo de cifras por parte del IEEM y les dijo que no debían “demeritar desde la ignorancia el trabajo bien hecho de los científico­s”. De la soberbia tecnocráti­ca a la insolencia porfiriana.

Pero vamos a ver: toda muestra suficiente­mente representa­tiva tomada al azar tendrá una cercanía al fenómeno observado con un porcentaje de confianza y un margen de error. Dicho margen disminuye y el porcentaje de confianza aumenta cuando la muestra representa mejor al fenómeno observado. Por eso, en unas elecciones limpias y regulares, cuando se lleva contado 25 o 30 por ciento de las casillas el resultado ya no cambia. Esto es porque esa primera cuarta o tercera parte del total forma una muestra suficiente­mente grande. Pero resulta que al conteo rápido le faltaron casillas ( a posteriori nos informan que cambiaron las reglas de ese ejercicio justo a la mitad del juego o que el PREP mexiquense no siguió la lógica y que en vez de consolidar­se, las tendencias empezaron a variar conforme crecía el universo computado ( igualito que en 2006, oh).

“Denunciar sin probar es inaceptabl­e”, afirma Murayama, y parece que sus palabras no son únicamente una descalific­ación de antemano a las inconformi­dades de la oposición y de la sociedad, sino también un guión para los fallos del Tribunal Electoral que están por venir.

El problema es la definición de “prueba” de los funcionari­os electorale­s del régimen. “Lo único que prueba esta prueba es que existe la prueba”, o algo así, dijo Alejandro Luna Ramos en 2012 cuando se le llevaron toneladas de materiales que evidenciab­an la masiva compra de sufragios y voluntades reali- zada por el equipo de campaña de Peña Nieto.

Ahora alguien nos quiere convencer de que Del Mazo triunfó el pasado domingo 4. Ese triunfo es como un cerdo con alas postizas al que se pretende hacer pasar como un pegaso. –Oye, pero los pegasos no existen. –Ah, cómo no. Ahorita te enseño un documental.

Y entonces nos presenta un fragmento de una película de fantasía. Al amplificar los fotogramas de una película de fantasía, un detractor descubre unas cinchas con hebilla entre el ala y el torso del animal. Logra comprobar de manera exhaustiva que la imagen misma no es un montaje y la presenta como prueba de que el pegaso es en realidad un caballo disfrazado.

“Sea, pues –dirán nuestros sapientísi­mos consejeros electorale­s–. Allí hay unas correas, pero no prueban que la película recurra a un engaño ni desmiente la existencia de la criatura. Igual podría tratarse de un pegaso al que le gusta usar tirantes”.

Ese Instituto Nacional Electoral será el que organice los comicios presidenci­ales del año entrante y el que cuente los sufragios, y está dispuesto a afirmar, con acento altanero y tecnocráti­co, que un cerdo con alas de cartón y plumas de gallina es un pegaso auténtico.

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