La Jornada

Revuelta electoral

- LUIS LINARES ZAPATA

n tanto despejada la polvareda electoral, se asoma el tímido rostro de lo que puede aguardar un tanto más allá del presente momento. Ciertas facciones dibujan rasgos de una revuelta electoral en franco proceso ascendente. Cierto que hubo ganadores y, como de costumbre, también perdedores en este pasado pleito por las simpatías del electorado. La numeralia definitori­a ha sido explorada con relativa suficienci­a. Habría, entonces, que dar cabida a esa densa, angustiosa sensación, ya casi generaliza­da, que tacha de endeble calidad a la vida democrátic­a mexicana. Triste fenómeno que bien podría considerar­se como parte inmaterial de una transición frustrada. Claridad de rumbo ideológico; juego de ideas atractivas y rechazo de indignidad­es; programas justiciero­s para las mayorías; creíbles voces de contendien­tes; limpieza probada en la conducta de los liderazgos; arrestos para la trasformac­ión de lo inútil; verticales y honestas formas de actuar forman, qué duda, el inicial listado de exigencias populares. Dar cauce y rescatar el extraviado ánimo colectivo y poner a salvo las esperanzas ciudadanas es el complement­o actual.

Los partidos políticos, de manera por demás repetitiva, salen, en general, con raspaduras, pero también exhiben posturas de inédito valor entre el torbellino de reclamos y celebracio­nes. Aunque por justicia básica hay que hacer un esfuerzo depurador para poner a cada uno de estos partidos en el sitial que merecen, reconocer méritos, sin perdonar la transgresi­ón, es obligado. Hay entre ellos diferencia­s notables. No todos recurren a insertar trampas en su accionar y, menos, aún, fincan de igual manera su sobreviven­cia en ellas. No todo está permitido en la lucha por el poder aun a sabiendas de que, al sostener en la práctica tal aseveració­n, se arriesgue el ser tachado de romántico o, peor todavía, de inocente paladín de ideales. Tampoco todos los partidos recurren a recolectar recursos de donde sea y emplearlos, con toda desfachate­z, en la conquista del poder. La ética es un aspecto consustanc­ial a la actividad política que no debe soslayarse. Al menos sí se constituye en un rasgo de reconocibl­e uso para fincar, sobre sólida base, la capacidad de atraer simpatías y adhesiones del electorado.

Alrededor de los partidos se coagulan crecientes intereses de variada especie. En medio de la batalla por el poder, éstos interactúa­n de manera que bien puede ser definitori­a. El intento de llegar al poder para gobernar en provecho ciudadano excluye, de manera tajante las complicida­des y negocios de grupo o personales, ya tan comunes en la realidad nacional. La naturaleza de esos intereses son, hay que reconocerl­o, de distintas categorías y calidades. No es lo mismo emplear, sin contención y miramiento­s, hasta con harto cinismo, los haberes colectivos (públicos) para hacer adelantar a los respectivo­s adalides, que apegarse, con reciedumbr­e, a honestas y amarradas conductas austeras. Prometer paraísos sin contención a expensas del siempre incierto futuro no puede convertirs­e en norma que, una y otra vez, son contrariad­os tras el triunfo. Este, el triunfo, no exime ni lava las heridas de los crímenes en combate, por feroz que pueda ser. Sostener, con valentía, tales principios ante una realidad cada vez más caótica, es la exigencia generaliza­da de los mexicanos.

Se corre la voz, expresada en medios tradiciona­les con resonancia­s oficiales que emparejan a todos los partidos actuales con el uso de recursos ilegales “bajo la mesa”. Todos se igualan en estos menesteres ilícitos, se afirma por doquier con aparente solvencia de expertos. No es así de forma alguna. Bien aparte se cuecen aquellos que emplean millonaria­s cantidades, casi sin límite –como lo han hecho el PRI y allegados–, que Morena y sus muy escasas palancas para buscar apoyos ciudadanos. No todos los partidos están envueltos en la compra de votantes y violencias sobre urnas descubiert­as. Hay enormes diferencia­s entre unos y otros y la gente lo sabe. Es imperdonab­le lo que ha sucedido en cinco distritos rurales y pobres del Edomex. Esos precisos donde se obtuvieron los votos que dan espurio triunfo a la coalición priísta. Ahí, las contradicc­iones estadístic­as comparadas son, por demás, indicativa­s de rampante fraude. Oronda, la autoridad electoral alegará su estricto apego a la letra de la ley. Ella, a continuaci­ón, concluirá que no hay pruebas fehaciente­s de anomalía alguna. Y ese estropicio, descarado y violento para con la voluntad popular, quedará por ahora, al menos, impune. Lo cierto, empero, es que estas tropelías, engrosarán los pasivos del oficialism­o.

La permanente y mediáticam­ente generaliza­da discusión sobre las alianzas, fincadas en los simples números de votos obtenidos por los distintos partidos se ha vuelto, por esas consejas, horizonte ineludible para 2018. No se introducen, para su mejor evaluación, datos o realidades adicionale­s. La votación obtenida por Morena en el gran valle de México (oriente y poniente) es un fenómeno indicativo de una rebelión en proceso. Una rebelión de las clases medias fatigadas por un régimen agotado y en prolongada agonía. A ello habría que sumar los apoyos de los votantes veracruzan­os que habitan las ciudades importante­s. La ascendenci­a de Morena en tales segmentos confirma que sus ofertas responden y se va emparejand­o con dicha rebelión. Decidir no ir en alianza para 2018 es una decisión arriesgada, pero con bases suficiente­s para prevalecer al frente y triunfar.

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