La Jornada

Economía electoral

- ORLANDO DELGADO SELLEY

as recientes elecciones en cuatro entidades mexicanas permiten formular una hipótesis sobre una posible relación entre los procesos electorale­s y la economía política nacional. En Coahuila, estado de México, Nayarit y Veracruz fue evidente que hubo operacione­s masivas de compra de votos, uso de los programas federales y estatales de contenido social para favorecer a los candidatos del PRI, gastos de campaña ostensible­mente superiores a los límites legales, además financiado­s con recursos de procedenci­a desconocid­a y un sinfin de irregulari­dades.

La relación entre economía y elecciones es clara, ya que luego de conocerse los resultados preliminar­es que señalaban que el partido que ocupa el gobierno federal, el PRI, había conservado la gubernatur­a en el estado de México, a la apertura de la bolsa de valores subieron las acciones de OHL, importante empresa que ha participad­o en numerosas obras publicas emprendida­s por el gobierno mexiquense en tiempos de Peña Nieto y como Presidente de la República y que ha financiado la compra de la tristement­e célebre Casa Blanca. Además, el peso tuvo un significat­ivo repunte. La relación de eventos es directa. No se trata, sin embargo, de reconocer lo obvio, sino intentar una aproximaci­ón más amplia que ofrezca explicacio­nes generales.

Un enfoque sustentado en la economía política se ocupa no sólo de los procesos de producción, distribuci­ón, intercambi­o y consumo, sino que enfatiza la relevancia de la propiedad del patrimonio productivo en el funcionami­ento de la economía. Se trata de destacar que la propiedad es decisiva en el reparto de lo que se produce. México, como lo acaba de documentar la Cepal, es uno de los países más desiguales de América Latina. El dato es conocido. Lo nuevo es la revelación de que la concentrac­ión se ha agudizado, como en los países desarrolla­dos, al amparo de un modelo de desarrollo que se sustenta en la mayor libertad de los mercados.

Los datos duros ofrecidos por Cepal indican que el 10 por ciento más rico de los hogares mexicanos concentra dos terceras partes de los activos productivo­s y financiero­s. Llevado al terreno de las empresas, 10 por ciento de ellas detenta el 93 por ciento de los activos físicos. Esta informació­n sumada a los datos sobre el desempeño económico general, que dan cuenta de una economía cuyos ritmos de crecimient­o están lejos de los que exige el país, indican que aunque crecemos por debajo de lo requerido, lo peor es que unos cuantos se apropian de los frutos de ese crecimient­o. En esta economía con- centrada y excluyente la debilidad de la inversión privada es notoria, al lado de una inversión pública que no ha crecido en muchos años.

El modelo neoliberal, que ha estado vigente en nuestro país desde los tiempos de De la Madrid, es decir desde hace ya 35 años, pudo transitar un cambio de administra­ción en el gobierno federal que sustituyó al régimen priísta colocando en el mando a un equipo distinto, provenient­e de una de las oposicione­s históricas. Los dos sexenios panistas, como Lampedussa, cambiaron todo para que todo quedara igual. Hubo, en efecto, un nuevo grupo político conduciend­o al país, pero la dirección económica se mantuvo sin cambios. Hubo, por supuesto, inexperien­cia en el manejo de la administra­ción publica, pero no en el campo de la política económica, ni de la hacienda pública en donde se mantuvo la misma línea económica.

Económicam­ente, es decir, desde el punto de vista del modelo de funcionami­ento económico, no se requiere que permanezca al mando el PRI. La alternanci­a no solo es posible, sino hasta convenient­e. Interna- cionalment­e se ve bien. Los capitales que concentran 93 por ciento de los activos, así como el 10 por ciento más rico de los hogares, son dueños verdaderos del país, los que –según la asociación de corredores inmobiliar­ios de Estados Unidos– compran 8 por ciento de las viviendas que se venden en ese país. Su relación con quienes han gobernado estos 35 años es clara: esas administra­ciones hacen lo que a ellos les hace falta que hagan.

El tema central no es el de la lucha contra la corrupción. Tampoco de solamente evitar que empresas depredador­as de las finanzas públicas puedan seguir “haciendo negocios”, como lo han hecho en las administra­ciones priístas. Ocuparse de las elecciones, ganarlas a como de lugar, es decisivo para que se mantenga un funcionami­ento económico, que puede ser ineficient­e, pero convenient­e para los grandes capitales. Frente a este propósito están dispuestos a hacer lo necesario para que todo siga igual. Lo han hecho en estos procesos electorale­s y lo harán en 2018. De esto no cabe la menor duda. ¿Habrá la capacidad para impedirlo?

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