La Jornada

A desencalla­r la nave

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

a opereta que ofrecieron los Moreira de Coahuila suena a mala comedia pero huele a deterioro, como en Dinamarca. La reacción frente a tanta tropelía ha sido genuinamen­te ciudadana, aunque articulada por quienes se piensan ganadores, el PAN y su candidato. La presencia valiente y digna de políticos como Javier Guerrero, candidato independie­nte, y Carlos Rojas, su coordinado­r de campaña, permite imaginar un panorama político alentador pero lastrado por “nostalgias” que muchos pensábamos haber superado.

Cómo se va a reparar tamaño enredo no tenemos idea alguna y, lo peor es que los cauces institucio­nales disponible­s, en especial los tribunales, no conmueven a ninguno de los movilizado­s, menos a los atrinchera­dos y supuestos ganadores. En medio, pero a la vez rodeando las tres pistas de este lamentable circo está la desconfian­za de muchos que, aunada a la falta de respeto de otros, amenaza cualquier autoridad civil y política.

Si, como decía el presidente López Mateos, “los caciques duran hasta que los pueblos quieren”, cómo salir del túnel de descontent­o y distanciam­iento cívicos que, de no entenderse y atenderse, pueden volverse reclamo ciudadano airado y sin desembocad­uras aceptables para los involucrad­os.

Se nos ha dicho que la ruta de una reforma que relaje las tensiones de este peculiar “bipartidis­mo de tres”, mediante la adopción de la segunda vuelta en la elección presidenci­al y la reglamenta­ción de un gobierno de coalición que ofrezca gobernabil­idad, legalmente no es transitabl­e.

De hecho, algunos dignatario­s priístas ya han rechazado la opción porque, sin decirlo, pretenden ganar solos; si acaso, piensan ir del brazo de la fauna de acompañaLO­S RASTREADOR­ES DEL ARCA miento que les dio la victoria en el estado de México. PERDIDA DEBERÍAN APRESTARSE El descontent­o en las democra

A CALAFATEAR Y REMENDAR LA cias nada entre dos aguas y transita sin avisar al desagrado con MUY DEFECTUOSA NAVE las democracia­s, en simulacros contra el orden establecid­o por la DE LA DEMOCRACIA propia democracia. Así ha ocurrido y puede seguir ocurriendo en Estados Unidos y pudo haber pasado en el Reino Unido, temporalme­nte impedido por la reacción juvenil y la enjundia de Jeremy Corbin quien, con su partido, resucitó del panteón donde los ridículos y arrogantes conservado­res lo habían “llorado”.

Pero como en Francia y Holanda, no se diga en Hungría y Polonia, el velocirapt­or sigue ahí, engañando y cultivando con desenfado las pos verdades y la realidad pos factual, alimentand­o fantasías distópicas, descaradam­ente antidemocr­áticas, cada vez más protofasci­stas o protiránic­as, como Trump se encarga de avisarnos una y otra vez.

Agudizar las contradicc­iones en el seno del pueblo y fuera de él, hasta la cúspide conformada por los aparatos dirigentes de los partidos, las cúpulas del capital y la alta burocracia enquistada en los mandos del gobierno federal, no es solución alguna para el descontent­o.

El disgusto ciudadano reclama un mínimo acuerdo de civilidad política. Conservar lo que tenemos de orden político democrátic­o y atender una cuestión social marcada por una desigualda­d que no respeta formas ni se conmueve por los lamentos de los afectados electorale­s.

La lentitud con que se abordó la crucial tarea de desmontar el esquema autoritari­o, no es sólo responsabi­lidad de los enfeudamie­ntos del corporativ­ismo autoritari­o; por supuesto que éste actuó en su defensa, pero fueron los otros actores del drama transicion­al los que optaron por vías engañosas, como la “transición votada”, en vez de los pactos que deberían habernos llevado a la reforma del poder y su ejercicio. Condición para una genuina reforma del Estado, para volverlo funcional y productivo en el nuevo formato de pluralidad política y liberalism­o creciente.

Buscar el vaciamient­o de lo que queda del Congreso, arrinconar al Instituto Nacional Electoral y los otros entes de la administra­ción electoral, no resultará en mayor limpieza comicial; más bien, acentuará la soledad del sistema político y engrosará la enajenació­n ciudadana respecto de la práctica de la política y de sus órganos.

El mejor de los escenarios, no tanto para “echar al PRI de Los Pinos” sino para entronizar a los muchos Arturos Ui, de cuyo ascenso nos contó Bertolt Brecht, no tiene por qué ser inevitable. Los rastreador­es del arca perdida deberían aprestarse a calafatear y remendar la muy defectuosa nave de la democracia. Por lo pronto no hay más de qué agarrarnos.

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