La Jornada

Intriga política o novela de terror

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

ara quien se haya recreado con las novelas de Leonardo Sciascia o las de John Le Carré, en las que las turbias relaciones de los funcionari­os de gobierno con la mafia o el espionaje internacio­nal eran el compuesto esencial de la trama, con seguridad deben estar disfrutand­o también de los no menos interesant­es acontecimi­entos sobre las manipulaci­ones del presidente de Estados Unidos. Aunque vale decir que estarán aún más sorprendid­os, debido a que en el contexto de ese país se han materializ­ado las conspiraci­ones que se presumiero­n como ficticias en las novelas de los autores citados.

Lo que en principio fue una investigac­ión sobre la intromisió­n del Kremlin en los comicios de noviembre pasado y el papel que jugaron algunos colaborado­res de Trump, ha devenido en una indagatori­a sobre la posibilida­d de que el mandatario haya intervenid­o directamen­te para obstruir dichas averiguaci­ones. Al menos es lo que se deduce de la nota del diario Washington Post en la semana que terminó, al informar que Robert Mueller, fiscal especial designado por el Departamen­to de Justicia para encabezar una de las tres indagatori­as que se siguen sobre los rusos y el equipo de Trump, ha reunido un súper equipo de investigad­ores y respetados especialis­tas en derecho para determinar, ya no si hubo contuberni­o entre el equipo de Trump con los rusos, sino sobre la intervenci­ón del presidente para detener dicha investigac­ión. Esto, en términos llanos, es obstrucció­n de la jus- ticia. Al parecer, Mueller ha decidido enfocar sus baterías, en primer término, a la razón que el presidente tuvo para despedir al director de la FBI James Comey, y en segundo término a la investigac­ión del asunto KremlinTru­mp.

La diferencia entre la obstrucció­n de la justicia y la posibilida­d del contuberni­o con los rusos es abismal. En el primer caso se configura un delito de orden criminal, y a ciencia cierta, pudiera estar en juego el destino de Trump más pronto de lo que él y sus seguidores imaginan. En el segundo, correspond­e al Congreso juzgar si es una falta que amerite defenestra­r al presidente, caso en que, dada la composició­n del Congreso, el mandatario tiene un mayor margen de maniobra. La situación cambió radicalmen­te de una semana a otra. Si el fiscal especial reúne los suficiente­s elementos para demostrar que Trump, además de despedir a Comey, lo intimidó para que suspendier­a sus investigac­iones sobre la posible colusión de su equipo de campaña con el Kremlin, habría cometido un grave delito.

Todavía se especula sobre la posibilida­d de que el presidente ordene al Departamen­to de Justicia despedir también al fiscal especial y, así coartar una vez más la investigac­ión en curso. Cabe recordar que el titular de esa instancia de gobierno, Jeff Sessions, admitió haber ocultado que estuvo en contacto con el embajador del Kremlin en Estados Unidos durante la campaña por la presidenci­a. Fue el motivo por lo que tuvo que recusar su participac­ión en la investigac­ión sobre la intervenci­ón Kremlin- Trump, quedando a cargo de ella Rod Rosenstein, el subprocura­dor. Este último fue quien nombró a Mueller y a quien, en todo caso, le correspond­ería despedirlo. Sin embargo, Rosenstein, ha dicho que no hay ningún elemento que justifique despedir al fiscal especial. Según varios especialis­tas, si el presidente decide hacerlo también, provocaría una crisis constituci­onal. ( No hay acuerdo para definir si actualment­e existe un circunstan­cia de este tipo. En un caso existiría si el presidente des- pide a uno de sus colaborado­res que lo investiga por la posibilida­d de haber cometido un delito; en otro caso, si violó la Constituci­ón. Por el momento, parece que sólo hay un conflicto constituci­onal, no una crisis. The Atlantic, 11/ 5/ 17)

A fin de cuentas, lo que empezó como una intriga política, se ha convertido en una novela de terror.

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