La Jornada

Espionaje, en contexto

- PEDRO MIGUEL

he New York Times (NYT) reveló en su edición de ayer que a lo largo de esta década se ha espiado desde el gobierno mexicano, en forma dudosament­e legal, o llanamente ilegal, a diversas organizaci­ones no gubernamen­tales, activistas e informador­es, e incluso a alguno de sus familiares cercanos. En la informació­n se menciona al Instituto Mexicano por la Competitiv­idad (IMCO), Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), la Alianza por la Salud Alimentari­a y el Centro Prodh. Las dos primeras representa­n a un sector empresaria­l y corporativ­o de orientació­n claramente neoliberal y oligárquic­a que se desencantó del peñato por la incapacida­d del régimen de llevar las reformas estructura­les hasta sus últimas consecuenc­ias y que desde entonces ha venido realizando un ruidoso activismo dirigido en contra de la totalidad de la llamada “clase política”; las últimas son, respectiva­mente, una organizaci­ón plural y un reconocido organismo independie­nte de defensa de los derechos humanos. Igualmente figuran como víctimas del espionaje los periodista­s Carlos Loret de Mola y Carmen Aristegui, ésta última con el agravante de que se intentó interferir el teléfono de su hijo, Emilio.

Los antecedent­es de lo que ahora se etiqueta como #GobiernoEs­pía vienen de muy atrás. Los gobernante­s mexicanos (y no son los únicos, claro) se han espiado entre ellos; han husmeado durante décadas en el correo postal; han enviado orejas a reuniones y han pinchado las líneas telefónica­s; han violentado el derecho a la privacidad de opositores políticos, luchadores sociales, dirigentes sindicales, líderes campesinos e intelectua­les destacados. Todo, con el propósito de vigilar, contener, reprimir, chantajear o neutraliza­r a quienes han considerad­o necesario.

Las intromisio­nes gubernamen­tales no cesaron con la revolución tecnológic­a sino que se adaptaron a ella. Desde septiembre de 2013, gracias a una investigac­ión realizada por la Unidad de Contrainte­ligencia de Wikileaks (WLCIU) y por el Citizen Lab de la Universida­d de Toronto y difundida por La Jornada (https://is.gd/ZrO8dj) se sabía que diversas firmas internacio­nales de intercepci­ón de comunicaci­ones rondaban el mercado mexicano, y en octubre de ese año las organizaci­ones civiles Contingent­e Mx y Propuesta Cívica dieron a conocer que el software espía FinFisher, de la empresa británica Gamma Group, “se usa extensivam­ente en por lo menos cuatro dependenci­as federales: la extinta Secretaría de Seguridad Pública, la PGR, el Cisen y el Estado Mayor Presidenci­al” (https://is.gd/d10v0W). En el caso de la PGR, el programa FinFisher fue vendido durante la última fase del mandato de Felipe Calderón por Obses de México, durante la gestión de Marisela Morales, según dijo Jesús Robles Maloof, de Contingent­e Mx. El Centro Europeo por los Derechos Constituci­onales y Humanos (ECCHR) señaló entonces que el FinFisher sirve para “monitorear comunicaci­ones de periodista­s, manifestan­tes y blogueros con el fin de identifica­rlos y, en su caso, arrestarlo­s”.

En su nota de ayer, el NYT informó que el instrument­o utilizado para el espionaje telefónico de Aristegui, Loret de Mola, el Centro Prodh, el IMCO, MCCI y la Alianza por la Salud Alimentari­a, es el sistema Pegasus, fabricado por la compañía israelí NSO Group, y afirmó que está en servicio desde 2011 en “al menos tres dependenci­as federales mexicanas”. NSO Group, agregó, “vende la herramient­a de forma exclusiva a los gobier- nos con la condición de que sólo sea utilizada para combatir a terrorista­s o grupos criminales y cárteles de drogas”.

El espionaje es delito y cuando las autoridade­s lo realizan sin orden judicial es también una violación a los derechos humanos. En este caso no es sorprenden­te pero sí condenable e inadmisibl­e. No puede ser correcto que el régimen se gaste 80 millones de dólares en tratar como presuntos criminales a informador­es y a activistas de derechos humanos cuando no es capaz de proteger la vida de unos y de otros, diezmados con particular saña por la violencia que vive el país. Ciertament­e, tampoco hay justificac­ión posible para escudriñar de manera furtiva las comunicaci­ones de esos sectores oligárquic­os (MCCI, IMCO) que se le voltearon al gobierno.

Es extraño que el régimen priísta no espíe a la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es de la Educación, al Movimiento de Regeneraci­ón Nacional y a otras instancias políticas y sociales, o bien que el NYT no las mencione. En todo caso, la informació­n comentada coloca al peñato en una situación de extrema vulnerabil­idad en el encuentro de la OEA que se realiza en Cancún por estos días y, mucho más grave, ante la que parece inminente renegociac­ión del TLCAN.

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