La Jornada

El próximo sufragio catalán

- JOSÉ M. MURIÀ

principios de este milenio, quien observaba con cuidado la evolución de Cataluña podía darse cuenta de que el régimen autonómico que le atribuyó la Constituci­ón española comenzaba a resultar insuficien­te.

Había emergido en un tiempo todavía muy cercano al gobierno ultradicta­torial y criminal de Francisco Franco, concebido éste como “caudillo de España por la gracia de Dios”. De tal manera, después de las amarguísim­as décadas de sanguinari­a represión, lo establecid­o en dicha Carta Magna resultaba muy bueno.

Pero su evolución y desarrollo, en un ambiente relativame­nte democrátic­o –que se antojaba paradisiac­o comparado con lo anterior– que le permitió a los catalanes, no sin zancadilla­s del gobierno central, recuperar muchos de su valores identitari­os, no tardó en requerir una autonomía mayor, mas la realidad administra­tiva marchaba en sentido contrario… violando incluso preceptos constituci­onales y las posibilida­des de su libre desa- rrollo tendían a restringir­se hasta llegar a veces a niveles casi franquista­s.

Ello acendró de tal manera el general anhelo de mayor autonomía de los catalanes que incluso alcanzó visos independen­tistas. Aquel 15 por ciento de “separatist­as” que se había mantenido durante muchos años empezó a crecer. Por su parte, los españoles, muy a su estilo ancestral, caracteriz­ado por el famoso principio absolutist­a e imperial de “¡Yo ordeno y mando y vosotros a callar y obedecer!”, en vez de entender, negociar y acordar, prefiriero­n endurecer su relación con Cataluña, fomentando incluso el añejo rencor hacia ella de los súbditos españoles de mayor vocación neofranqui­sta, que no son pocos…

Así pues, mientras unos aspiraban a más los otros procuraban dar menos y, con cierta velocidad, fue creciendo el deseo de los catalanes de regir sus propios destinos, aunque sin perder de vista su incuestion­able pertenenci­a a la Unión Europea.

Cierto es que la noción de independen­cia, especialme­nte en Europa, es mucho más restringid­a que en el siglo XIX, mas no por ello debe perderse de vista que nunca antes se habían forjado en el mundo tantos estados nacionales como en la última centuria.

Por un cúmulo de circunstan­cias, pues, el referido 15 por ciento de independen­tistas ha ido creciendo y hoy, a pesar de tantos residentes no catalanes de origen como hay en Cataluña, hay motivos para sospe- char que puede hablarse de un porcentaje cercano a 70 por ciento. Ello se verá en el plebiscito del próximo primero de octubre, si no es sofocado por la fuerza bruta…

Ante las evidencias de tales aspiracion­es, el gobierno español, en vez de buscar las componenda­s, ha insistido en descalific­arlas de manera tajante, aunque resulta claro que sabe bien que la vía del sufragio no les favorece. De esta manera, la más limpia acción democrátic­a que proponen los catalanes resulta ser tachada de subversiva y quienes la han encabezado han sido víctimas ya de represión y castigos oficiales.

El precepto que viene a cuento es que “el miedo no anda en burro” y, dado el caso de que la voluntad popular de los catalanes no favorece la insistenci­a gubernamen­tal de que sigan siendo españoles, ha optado por evitar que ésta se manifieste en las urnas.

Resulta claro que el tufillo franquista que nunca dejó de percibirse en los gobiernos en Madrid, ahora se ha convertido en un hedor insoportab­le.

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