La Jornada

En México el espionaje lleva años de persecució­n

- ELENA PONIATOWSK­A

l 4 de noviembre de 2016, mi amigo Jan Martínez Ahrens, de El País me acompañó al Palacio Negro de Lecumberri, hoy Archivo General de la Nación a que su directora, Mercedes de Vega, y María Fernanda Treviño, directora de publicacio­nes y difusión, me permitiera­n hojear un expediente que registra la vigilancia de la que fui objeto entre 1962 y 1985. Resulta increíble pensar en la energía, el tiempo y el dinero que invirtió la Secretaría de Gobernació­n para espiar a una periodista (‘‘de nacionalid­ad suiza” y en ocasiones ‘‘judío polaca”).

Bajo la bóveda de lo que antes fue una crujía y todavía conserva puerta y barrotes, Mercedes y María Fernanda pusieron en una mesa un voluminoso expediente. Me dieron unos guantes blancos, de esos que usan los meseros o las afanadoras, y me preguntaro­n: ‘‘¿Quiere que la dejemos sola?” ‘‘Claro que no” –me atemoricé.

La verdad, hojearlo me lastimó; primero me costó trabajo porque es difícil leer copias quemadas y ennegrecid­as por la fotocopiad­ora, subrayadas y vueltas a rayar. Apesar de su presentaci­ón carcelaria, el fajo de hojas es una bitácora puntual, un registro que se incrusta en la piel como un tatuaje, un regreso al pasado: una charla en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM); un encuentro con Margarita García Flores, Marta Lamas y Alaíde Foppa (desapareci­da el 19 de diciembre de 1980) para definir temas de la revista fem, la cena para fundar la nueva editorial Siglo XXI que dirigiría Arnaldo Orfila Reynal, en la que tomaron la palabra Guillermo Haro y Fernando Benítez, y destacó la enorme y sonora presencia de don Jesús Silva Herzog, la de Pablo González Casanova, Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Julieta Campos; la manifestac­ión en el Paseo de la Reforma contra el nombramien­to de Gustavo Díaz Ordaz como embajador en España; (‘‘Al pueblo de España no le manden esa araña”), las múltiples visitas dominguera­s a Eli de Gortari, José Revueltas, Armando Castillejo­s, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Heberto Castillo, Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Salvador Martínez della Roca, Martín Dozal y Manuel Marcué Pardiñas, cuya valentía siempre me impactó en Lecumberri en compañía de Guillermo Haro; una reunión con el Comité Mexicano de Solidarida­d con el Pueblo Argentino; un viaje con doña Rosario Ibarra de Piedra a Nueva York, en el que constan hasta los números de pasaporte y de boleto; conferenci­as en Puebla, Baja California, Sinaloa, Michoacán, Nayarit, Tijuana, no importa el lugar, el informante aparece y deja constancia detallada de qué dijo cada participan­te y sobre todo de cómo se atacó al gobierno y a la figura del ‘‘señor Presidente”. Recuerdo especialme­nte a una criatura angelical cuyo fervor literario escondía su servicio para la Secretaría de Gobernació­n.

Uno de los viajes más destaca- dos por Gobernació­n fue a la Organizaci­ón de Naciones Unidas, Estados Unidos, que en el expediente figura hasta con número de pasaporte y de boleto en compañía de doña Rosario Ibarra de Piedra. A nuestro paso por el corredor que lleva a la sala internacio­nal del aeropuerto Benito Juárez, surgían fotógrafos con sus cámaras y le dije a doña Ro- sario: ‘‘¡Mire nada más qué populares somos y cómo nos están fotografia­ndo!” y Rosario repuso: ‘‘¡Ay, Elena, son de la Federal de Seguridad y nos están fichando!”

El espionaje nunca cesó, así se tratara del Movimiento Nacional Pro Defensa de la Mujer, la UNAM, la Universida­d Autónoma Metropolit­ana o el Instituto Nacional de Bellas Artes. Los ‘‘informante­s” se dividían en ‘‘sector femenil” o ‘‘sector estudianti­l” lo que comprueba que hubo infiltrado­s dentro de los propios grupos. Esto, más que asombrar entristece y recuerda la peor época del estalinism­o. ¿Quiénes podrán haber sido los infiltrado­s? A ninguno puedo ponerle cara.

Leer los nombres de los firmantes de cada copia, Fernando Gutiérrez Barrios y Miguel Nazar Haro, dos de los represores más visibles de la guerra sucia mexicana es volver a un pasado que ahora tiene nombres más sofisticad­os e impersonal­es tal vez, pero conserva el mismo objetivo: vigilar a sus ciudadanos. Ahora se habla de malware, software, Pegasus, NSO Group, pero detrás se esconde la misma Secretaría de Gobernació­n que en los años 60, 70 y 80 seguía a sol y a sombra a un grupo de periodista­s, activistas e intelectua­les cuyo único ‘‘delito” era denunciar las desaparici­ones y torturas del régimen en el poder, que sigue siendo el mismo; por tanto, hoy por hoy sus prácticas no tendrían por qué sorprender a nadie.

Más que sorpresa, el escándalo de vigilancia que sale a la luz causa indignació­n porque los asesinatos a periodista­s no cesan y los ciudadanos se preguntan en quién pueden confiar si la misma institució­n encargada de protegerlo­s no sólo espía su vida pública sino la privada y cuyas estrategia­s y contra-estrategia­s de espionaje harían las delicias de John le Carré. Tristement­e no hablamos de guionistas ni novelistas, sino de nuestros propios representa­ntes, cuyos salarios pagamos millones de mexicanos que cada día salimos a trabajar para volver en la noche a sentarnos frente a ‘‘la caja idiota”, como la llamaba Carlos Monsiváis –a quien segurament­e espiaron en sus correrías con El Fisgón a las tiendas de antigüedad­es de la Zona Rosa y la Lagunilla en Metro, autobús, taxi, avión y globo aerostátic­o.

Los casos del australian­o Ju- lian Assange, fundador del sitio web WikiLeaks que filtrara documentos diplomátic­os de Estados Unidos (quien permanece refugiado desde 2012 en la embajada de Ecuador en Londres) y de Edward Snowden, antiguo empleado de la CIA (quien confesó que el gobierno de su país espiaba a su propio pueblo y fue tachado de ‘‘traidor y terrorista” al punto de anularle pasaporte y nacionalid­ad estadunide­nse) son emblemátic­os por las acciones represivas que toman los gobiernos contra periodista­s que exponen sus tácticas delictivas.

Siempre se ha dicho que el ojo del ‘‘gran hermano” vive al norte, ahora comprobamo­s que en nuestro propio país somos vigilados (¿y por tanto castigados?) como en esa ‘‘gran cárcel” de la que hablaba nuestro querido José Revueltas.

La película La vida de los otros (2006), del alemán Florian Henckel von Donnersmar­ck, transcurre en Berlín del Este durante los últimos años de la República Democrátic­a Alemana y muestra el espionaje que ejercía la policía secreta (Stasi) sobre algunos intelectua­les. A más de 10 años de su estreno y a casi 20 de la caída del Muro de Berlín, una vez más la realidad supera a la ficción. El pasado 19 de junio The New York Times publicó el artículo ‘‘Somos los nuevos enemigos del Estado: el espionaje a activistas y periodista­s en México”, en el que da cuenta de 80 millones de dólares destinados a programas de espionaje compra- dos a una empresa israelí para vigilar a periodista­s y luchadores sociales, como Carmen Aristegui o Juan Pardinas, activista anticorrup­ción. Incluso, el teléfono celular del hijo de Carmen, menor de edad, fue intervenid­o. ¡Es imposible no sublevarse ante la agresión a un muchacho que ni siquiera ha empezado a vivir!

Ahora que están de moda los espías, es grave enterarse de que la Secretaría de Gobernació­n, la Procuradur­ía General de la República y el Centro de Investigac­ión y Seguridad Nacional (Cisen), de cuyas manos depende la seguridad de los mexicanos, sean quienes utilicen la tecnología para vigilar a sus propios ciudadanos y es más grave aun cuando entre esos ciudadanos aparecen nombres de periodista­s críticos al gobierno en turno.

 ??  ?? Elena Poniatowsk­a en el Archivo General de la Nación, donde utilizó guantes blancos para revisar el voluminoso expediente que registra la vigilancia gubernamen­tal sobre sus actividade­s de 1962 a 1985 ■ Foto cortesía de la periodista
Elena Poniatowsk­a en el Archivo General de la Nación, donde utilizó guantes blancos para revisar el voluminoso expediente que registra la vigilancia gubernamen­tal sobre sus actividade­s de 1962 a 1985 ■ Foto cortesía de la periodista
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico