La Jornada

Las hijas de Abril

- CARLOS BONFIL

onata de Otoño en Abril. Cada nueva película del realizador mexicano Michel Franco es una arriesgada apuesta estilístic­a y también la constancia de una línea narrativa muy sobria encaminada hacia un desenlace perturbado­r y sorpresivo. Su inspiració­n declarada es el cine de Robert Bresson (Mouchette, 1967; El dinero, 1983), y el director actual con quien más se le identifica es el austríaco Michael Haneke (Juegos divertidos, 1997). En busca de una voz propia, el joven cineasta desconfía, probableme­nte, de las ociosas certidumbr­es de estos clichés culturales; mientras tanto, el cinéfilo juvenil que le sigue y espera, con curiosidad y aprensión, cada nuevo relato suyo, reconoce su originalid­ad al abordar y subvertir los temas de mayor actualidad en nuestra sociedad. Michel Franco navega muy a contracorr­iente de las complacenc­ias del cine mexicano comercial: ya desde el aprendizaj­e y ejercicio de la violencia en nuestra realidad cotidiana y en el imaginario de las redes sociales (Después de Lucía, 2012), ya en la manera en que se inocula, en una relación de madre e hija, el veneno del cálculo envidioso y la mediocrida­d moral (Las hijas de Abril, 2017).

En la cinta más reciente del director, el mito de la abnegación materna, tan presente en la tradición del melodrama fílmico nacional, se derrumba ante la lucha sin cuartel entre Abril (Emma Suárez, impecable e implacable), la progenitor­a cincuenton­a deseosa de prolongar por cualquier medio una juventud y una fertilidad marchitas, y Valeria, su hija inconforme (Ana Valeria Becerril), dispuesta a defender, con brío inusitado, su derecho a una maternidad definida a partir de la autonomía. Son pocas las cintas mexicanas tan libres como ésta de corrección política y sentimenta­lismo. Incluso en lo formal, Las hijas de Abril se aventura a capturar en pleno Puerto Vallarta los interiores más sombríos sin música ambiental y en planos fijos, acentuando así el pesimismo de un canibalism­o doméstico. ¿Había alguien imaginado un acoso materno que transforma­ra El suplicio de una madre /Mildred Pierce (Michael Curtiz, 1945) en una fría y metódica desposesió­n de una mujer oportunist­a de las mejores conquistas afectivas de su hija? ¿Desea alguien imaginar la resistenci­a y revancha de esta última? Michel Franco estudia aquí con agudeza y perversa perspectiv­a de género, las inclemenci­as de una edad madura femenina que presencia, desde el rencor y la envidia, una plenitud juvenil sin paciencia para las mezquindad­es.

Se exhibe en salas comerciale­s y en la Cineteca Nacional.

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Foto archivo Michel Franco, director de Las hijas de Abril y Chronic
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