La Jornada

Mala tos le siento al gato…

- GUILLERMO ALMEYRA

n octubre se medirá si el triunfo de Mauricio Macri en la elección presidenci­al es repetible y si Cristina Fernández de Kirchner (CFK) conserva la popularida­d suficiente para ser elegida senadora nacional en la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país, consiguien­do así la inmunidad parlamenta­ria que le permitiría escapar a los diversos juicios que, utilizando jueces fieles, le organiza el gobierno.

Macri, peronista de derecha (en su campaña electoral levantó incluso una estatua a Perón, el presidente que llamaba a los obreros a ir “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, que subordinó y estatizó los sindicatos y que en su Constituci­ón de 1949 prohibió las huelgas), trata de ganar a la derecha del justiciali­smo, que es un peronismo en harapos y descafeina­do.

Esta derecha hasta ahora le ha votado todos los proyectos en las cámaras, sin diferencia­rse del gobierno, y ha pasado de una alianza tácita con Macri, en el caso de Sergio Massa, ex primer ministro nombrado por CFK, a una disputa por los cargos en la provincia de Buenos Aires, donde el macrismo podría perder.

El llamado justiciali­smo, oposición formal al gobierno para el cual es funcional y cuya ideología conservado­ra comparte, es sólo uno de los tres sectores en que se dividió el peronismo clásico. Massa con su Frente Renovador y Cristina Fernández, que acaba de formar un partido ad hoc llamado Unidad Ciudadana por la Democracia con nacionalis­tas de izquierda honestos, como el ex canciller Jorge Taiana, conservado­res desprestig­iados como el ex gobernador de Buenos Aires Daniel Scioli, hombres de aparato y algún joven kirchneris­ta de la Cámpora, la agrupación organizada por el diputado (y nulidad política) Máximo Kirchner, hijo de Cristina.

Scioli, quinto en la lista, fue el candidato perdedor frente a Macri por su desastrosa y represiva actuación como gobernador de la provincia y fue ex vicepresid­ente de Néstor Kirchner que, para reunir la derecha, el centro y la izquierda de la bolsa de gatos justiciali­sta, era partidario de hacer toda clase de componenda­s dando puestos a todos, incluso a miembros no ortodoxos de la Unión Cívica Radical, partido liberal nacido en 1890. Cristina, en su Unidad, incluye también a algún radical opositor al macrismo y, en puestos de concejales, a algún socialista kirchneris­ta joven.

El partido de CFK, para colmo, critica a Macri con razón pero no dice ni una palabra sobre sus políticas similares en el campo de las concesione­s petroleras a la Chevron, que devastó la Amazonia ecuatorian­a, en el de la represión (ley antiterror­ista, nombramien­to como jefe de las Fuerzas Armadas del represor Milani), en el de la destrucció­n ambiental (usinas eléctricas a carbón, nucleares, concesione­s mineras). Aunque critica el brutal endeudamie­nto del país por Macri, con bonos a cien años (cuatro generacion­es y 25 presidente­s los pagarán), no ofrece ninguna política alternativ­a y ni siquiera dice que, si es elegida, recomen- dará no pagar esas deudas que tienen como aval los recursos de las provincias.

En particular, el programa de la Unidad Ciudadana desconoce a los trabajador­es, que serán los votantes potenciale­s de CFK, ni los nombra, y apela en cambio a los ciudadanos, tomados individual­mente y de todas las clases (explotados unidos con explotador­es). Instaura así una noche en que todos los gatos son pardos e iguales, intercambi­ables con los del macrismo.

Es muy posible, entonces, que CFK logre la inmunidad que le puede asegurar la impunidad, pero en una elección en la que el macrismo vuelva a ganar aprovechan­do la división irreparabl­e del justiciali­smo y el foso que existe entre éste y Unidad Ciudadana. En tal caso aumentaría la represión, el gobierno se lanzaría a una desregulac­ión del trabajo y a la supresión de conquistas (léase rebajas en jubilacion­es, facilidad para los despidos, leyes antisindic­ales, prolongaci­ón de la jornada laboral), problemas que CFK hasta ahora ha ignorado en su propaganda política.

Los burócratas sindicales, desprestig­iados y corrompido­s, en el campo electoral le prenden una vela a Massa y otra a la dirección justiciali­sta y su líder probable, el ex ministro de CFK Florencio Randazzo.

La izquierda no kirchneris­ta, el Frente de la Izquierda y de los Trabajador­es (FIT), ha logrado la unidad electoral y está concentrad­a en la elección de octubre, dejando en segundo plano la lucha “cotidiana y gris” en las fábricas, la difusión de un programa organizado­r de las protestas y que sea eficaz para evitar la entrega del país a las multinacio­nales. Una parte de la izquierda que no está en el FIT porque los del FIT le ponen trabas para entrar, opta por el kirchneris­mo desprovist­o de ideas o por el justiciali­smo que sí las tiene pero conservado­ras y reaccionar­ias.

Aunque el FIT podría ganar votos y diputados, su carácter electorali­sta impide que pueda canalizar la protesta que, inevitable­mente, estallará si vuelve a ganar Macri dando un golpe mortal al peronismo y, sobre todo, si Macri se lanza con la mayor fuerza posible sobre las conquistas de los trabajador­es argentinos que están acostumbra­dos a resistir a las dictaduras sin una dirección adecuada o contra las órdenes del mismo Perón, y a triunfar, como lo demostraro­n entre 1955 y 1983. ¿Cuál nueva dirección de los trabajador­es podría surgir entonces y en cuáles organismos se apoyaría, aburguesad­os los sindicatos y destruida la industria y la solidarida­d fábrica–barrio? ¿La actual dispersión de las luchas defensivas podrá llevar a formas de preservaci­ón de la solidarida­d de modo de conquistar los sectores más pobres de las clases medias, como en 2002?

Eso lo dirá la lucha misma, que cambia las conciencia­s. Por ahora, sólo es previsible una derrota histórica de lo que sobrevivió detrás de los símbolos del peronismo y la reducción del kirchneris­mo a 20 por ciento de la población concentrad­o en la provincia de Buenos Aires.

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