La Jornada

El padre de la novia

MAR DE HISTORIAS

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Mayra: Entonces ¿por qué desapareci­ó antes de que usted se casara?

Irene: No lo sé. Ya te dije: volvió a la casa el mismo día se mi boda. Llegó hecho un asco, medio borracho, con su único traje todo sucio. Lo vi por el espejo, parado en la puerta de mi recámara, cuando estaba poniéndome la corona y el velo de novia. Fingí no verlo ni notar el moretón en su mejilla… Si supieras cuánto me pesa ese recuerdo.

Mayra: La verdad es que él se portó mal con usted. Tenía razón para estar molesta.

Irene: Sí, pero en aquel momento debí decirle algo; sin embargo, me quedé callada mientras él seguía a mis espaldas, esperando un gesto, una palabra, algo. Mayra: ¿Y su mamá? Irene: No me gusta hablar de ella. Todavía me duele su ausencia. Murió. Su vida fue una cadena de sueños fracasados, entre otros, el de verme en traje de novia y tener nietos. Sé que habría sido una abuela maravillos­a con Priscila, aunque conmigo fue muy dura.

Mayra: Perdone lo que dije de su papá…

Irene: Olvídalo, pero entiende: para que él pudiera asistir a la ceremonia, un vecino le facilitó un traje. Mi padre era muy bajito, así que el saco y los pantalones le quedaban inmensos. El pobre se veía tan mal, tan... Noté que algunos invitados se reían. Mayra: ¿Y usted qué hizo? Irene: Acercarme a mi padre y abrazarlo muy fuerte. (Guarda el álbum en un cajón.) En fin, no sé para qué hablo de cosas tristes cuando debería estar contenta: mañana es mi aniversari­o de bodas. Hace muchos años que me casé y sigo viendo a mi padre reflejado en el espejo, mirándome como si yo fuera a emprender un viaje muy largo. Quien lo emprendió fue él, al poco tiempo. Priscila casi no lo recuerda.

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