La Jornada

La reforma educativa, debacle para las normales y las lenguas indígenas

La incertidum­bre de no conseguir trabajo aleja a los jóvenes de los planteles Maestros y estudiante­s de Oaxaca temen que sean vanos sus esfuerzos por revitaliza­r los idiomas autóctonos

- ARTURO CANO TLACOCHAHU­AYA, OAXACA.

En sus 17 años de existencia, la Escuela Normal Bilingüe Intercultu­ral de Oaxaca (Enbio) sólo ha tenido un alumno originario de la comunidad donde está su sede, a escasos kilómetros de la capital del estado. “Y eso fue en una de las primeras generacion­es”, dice el doctor Enrique Francisco Antonio, director de la Enbio. La razón es simple: en Tlacochahu­aya ya sólo los viejos hablan zapoteco.

Esa es una de las realidades con la que se enfrentan los esfuerzos para revitaliza­r –en algunos casos de plano salvar– las lenguas indígenas. Al menos en lo que hace a los esfuerzos desde la escuela.

A diferencia de las normales rurales, la Enbio no tiene dormitorio­s ni cuenta con instalacio­nes deportivas, su planta docente siempre tiene huecos, su biblioteca es muy pequeña y su estación de radio utiliza un transmisor prestado.

En una casucha frente a la Lizeth Salinas, Francisco Matías y Franco Martínez son tres de los becarios del artista Francisco Toledo que estudian en la Escuela Normal Bilingüe Intercultu­ral de Oaxaca normal, maestros y estudiante­s comparten un caldo de pollo de rancho.

Frente a las tortillas recién salidas del comal, Cristina Lorenzo Hernández, docente de la normal, recuerda que, siendo niña, tenía que pagar multas y a veces soportar castigos físicos por hablar en su lengua en el salón de clases.

En algunos lugares la situación no ha cambiado.

La joven estudiante Azucena Gijón Pinzón, de la etnia ikoot de Santa María del Mar, cuenta que las docentes de la escuela donde hizo sus prácticas se molestaban con ella por su insistenci­a en la enseñanza de la lengua materna: “Que es una lengua fea, que no va ayudar, que no sé qué”.

Su compañero Leobardo López Correa, zapoteco del Istmo, comenta entre bocados que muchas familias tienen la idea de que “si mi hijo la habla (la lengua indígena) más adelante no habla bien el español”.

“Algo a lo que le ha apostado mucho el maestro (Francisco) Toledo es un comedor comunitari­o. Nos hace mucha falta porque los jóvenes son de bajos recursos, hay jóvenes que solamente comen una vez al día, tener un comedor comunitari­o podría ayudar mucho”, dice el director de la normal.

El apoyo del artista juchiteco es atesorado por la comunidad de la escuela, pues además de “difundir la existencia de la normal”, Toledo otorga becas que algunos jóvenes normalista­s emplean para el pago de renta (500 pesos un cuarto compartido), para pasajes a la ciudad de Oaxaca (30 pesos el viaje sencillo) y para comer.

Los becarios de Toledo: resignació­n laboral

Lizeth Salinas, Francisco Matías y Franco Martínez son tres de los becarios de Toledo. Los tres cursan el último semestre de la carrera y están volcados en su trabajo final, un informe de prácticas que deben obligadame­nte escribir en español y en su lengua materna.

El padre de Lizeth, zapoteca del Istmo, es campesino y su madre se dedica a la elaboració­n de totopos. Los padres de Matías son “mano de obra” en la hechura de los tapetes que le han dado fama mundial a su pueblo, Teotitlán del Valle. Franco tiene sólo a su madre. Es el primero de su familia en cursar la educación superior y sus hermanos se dedican al campo.

Aunque estudian en una normal bilingüe, los tres jóvenes saben que, al egresar, su trabajo dependerá de acreditar un exa- men y están seguros que, en caso de lograr el ingreso al servicio docente, serán enviados a una zona donde no se hablará su lengua materna.

“Es contradict­orio. Se supone que nos estamos educando para educar a niños en nuestra propia lengua, pero la cosa es muy diferente al egresar, todo cambia”, resume Lizeth.

Además de recibir un estipendio económico, la beca de Toledo implica que los jóvenes deben participar en talleres que se organizan en el Centro de las Artes de San Agustín o en el Instituto de Artes Gráfica de Oaxaca, ambos fundados por el artista juchiteco. Ahí, los normalista­s asisten a talleres artísticos y aprenden la elaboració­n de materiales didácticos.

Franco Martínez, triqui, espera ver publicado un cuento que escribió en uno de los talleres. El Conejito, se llama, y cuenta la historia de un animalito que se escapa de una señora que lo quiere cocinar sólo para, después de algunas peripecias, terminar en la panza de un zorro.

La idea de Franco es que su cuento y otros materiales en su lengua le ayuden en su sueño docente: “hacer conciencia con los niños, trabajar los valores comunitari­os para que no sean iguales a sus papás”. –¿Que no sean iguales en qué? –(A los triquis) nos conocen como un pueblo, no sé cómo decirle, que nosotros mismos nos matamos, nos asesinamos… –Violento. –Muy violento. Lleva tiempo poder cambiar la ideología de cada niño, pero quisiera que no piensen o no sean como sus padres.

La normal y la reforma educativa

La Enbio comparte con el resto de las normales una sensible reducción del número de aspirantes, como resultado directo de la reforma educativa. Hasta hace un par de años, la escuela tenía entre 150 y 200 aspirantes cada año lectivo. Admitía 90 (60 de educación primaria y 30 de prescolar).

Este año, sólo tiene 35 aspi- rantes a la licenciatu­ra en educación primaria y 10 para preescolar.

“Totalmente lamentable. Vino una debacle porque los jóvenes aspirantes dijeron: ‘¿Para qué estudio la normal si cuando egrese no voy a tener un trabajo seguro? Prefiero irme a estudiar cualquier otra carrera”, explica el profesor Enrique, quien no recibe ningún ingreso extra por su función de director y que, como buena parte de los docentes de educación indígena, comenzó desde abajo. A falta de maestros, fue contratado al egresar del bachillera­to, por ser hablante de una lengua. Mientras trabajaba en comunidade­s, tomaba cursos para completar su formación (hasta obtener el doctorado en pedagogía por la Universida­d Nacional Autónoma de México).

El director de la normal explica que los egresados se enfrentan a los vericuetos burocrátic­os y a “la cuestión político sindical”, dos factores que los llevan a ser asignados a sus puestos de trabajo “sin ningún criterio cultural ni lingüístic­o”. En el caso de los egresados de la Enbio, el asunto se agrava porque deben someterse a una evaluación que “debería privilegia­r la formación específica que les brindamos. Sin embargo, los evalúan como un egresado de cualquier normal”.

Completa la becaria Lizeth: “El propósito de esta escuela es que vayamos, si no a nuestras comunidade­s, sí por lo menos a un lugar donde se hable nuestra variante, porque así podemos seguir trabajando y seguir educando al niño en la lengua originaria, ser bilingües, ser equilibrad­os”.

– ¿ Alguno de sus compañeros ha sido enviado a “su zona lingüístic­a”?

–No conocemos ninguno.

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Enrique Francisco Antonio, director de la Escuela Normal Bilingüe Intercultu­ral de Oaxaca lamenta los vericuetos burocrátic­os que enfrentan los egresados de esa institució­n ■ Fotos Arturo Cano
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